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Susana Díaz resiste la fuerza de los nuevos y los novísimos en Andalucía

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Con los resultados de las elecciones andaluzas ya pintados en el nuevo hemiciclo, comienza la auténtica jornada de reflexión. Especialmente para el PP, que debe sonarse los mocos cuanto antes para afrontar la verdad: los ciudadanos no están tan entusiasmados como ellos creen que debieran por la fulgurante recuperación económica. Y el mazazo es directamente para Rajoy, que se ha empleado como nunca -junto a todo su gobierno- en esta campaña, consciente de que su candidato era una apuesta tan desconocida como arriesgada. Difícilmente se le puede achacar a Moreno Bonilla la pérdida de más de medio millón de votantes, y algo parecido va a suceder en las próximas citas electorales: las derrotas se las van a apuntar Rajoy en su contador personal, y el lastre de las siglas de la gaviota pueden convertir al partido en un hervidero de desconfianza.

Con menos votos pero repitiendo 47 escaños, ¿resiste Susana Díaz, o resiste el PSOE? No es lo mismo: la marca política cuenta con un plus en Andalucía, donde siempre ha gobernado, que no es extrapolable al resto de España. Y Díaz ha hecho una campaña tan personalista, a tanta distancia de quienes han sido los tradicionales referentes del partido en el territorio -sin Felipe González, sin Alfonso Guerra-, que bien puede felicitarse por un resultado que ha batido las encuestas. Su espectacular entrada en el Palacio de Congresos sevillano el domingo no oculta los sinsabores de ese triunfo: Díaz queda lejos de la mayoría con la que soñaba, ha fagocitado a sus aliados tradicionales -Izquierda Unida, que con 5 escaños pierde siete- y la gobernabilidad no será fácil. Con los presupuestos para este 2015 ya aprobados podrá aguantar con un ejecutivo en minoría a la espera de que se resuelvan las próximas incógnitas electorales. La otra gran duda a resolver es si dejará Andalucía en esta tesitura para disputarle a Pedro Sánchez el liderazgo en el PSOE. Nada es imposible, pero sería difícil de entender.

Pero el gran cambio que destilan estas elecciones no está ni en el PSOE ni en el PP, sino en la irrupción de Podemos (15 escaños) y Ciudadanos (9) en el parlamento andaluz, cuando hace un año una no existía como fuerza política, y la otra era inexistente fuera de Cataluña. Los nuevos y los novísimos no han conseguido apuntillar el bipartidismo -socialistas y populares siguen sumando el 62% de los votos-, pero le han dado tal revolcón que fuerzan una nueva nueva cultura política, de pactos, alianzas y equilibrios puntuales. Es verdad que frente a las enormes expectativas creadas, el efecto Podemos pierde gas en su primera prueba nacional: asaltar el cielo, y ganarlo a la primera, no va a resultar tan fácil.

En la oposición, apoyando o no al nuevo gobierno socialista, Podemos y Ciudadanos entran ya en el circuito político que hasta ahora podían criticar desde la barrera. Son dos meteoritos cuyos efectos reales en la política española empezaremos ahora a calibrar. Casi un millón de andaluces han depositado en ellos sus esperanzas de cambio: millones más van a seguir sus primeros pasos.

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