Es una indiscutible realidad que estamos viviendo bajo el manto cultural del miedo. El miedo es como un fantasma infiltrado en todos y cada uno de los aconteceres humanos de nuestros días en los que influye. En una sociedad en la que tanto hablamos de esa libertad por la que la humanidad ha luchado desde siempre y en tantos frentes, el miedo, también desde siempre, ha sido el freno oculto y poderoso de esa lucha. También es cierto que cada cultura ha creado sus propios miedos, pues cada cultura ha pintado el miedo con matices diferentes, con lecturas diferentes, con significados diferentes. Por eso es tan amplia y extensa la historia y la cultura del miedo. Y por eso también se ha hablado y escrito tanto sobre el miedo.
De toda la paleta de registros de emociones y sentimientos que experimenta el ser humano, el miedo, quizá junto al placer, es quizá el más universal. Frente al placer, sin embargo, que sacia, el miedo puede ser azote sin límite, insaciable, perseguidor y castigador constante, convirtiéndose así en el maligno todopoderoso. Y de todo ello da muestra el uso cotidiano de la misma palabra miedo, pues esta es, con sus infinitas acepciones, una de las palabras mas utilizadas en el vocabulario universal. En cada idioma del mundo, en cada conversación, sea entre niños, jóvenes, adultos o viejos, sea de política, arte, ciencia o aventuras, sea sobre cine, lectura de libros, revistas o periódicos, sea en el medio radiofónico o televisivo, sea, en fin, a través de las redes sociales, la palabra miedo siempre aparece infiltrada. Sin duda, esto indica el valor y el significado que el concepto miedo tiene para el ser humano. Y esto ha justificado además, sobradamente, ese largo paseo del miedo, no solo como intermediario en las transacciones humanas, cualesquiera que estas hayan sido, sino como objeto de análisis filosófico, teológico, psicológico, social, educativo, jurídico, médico, psiquiátrico, cubriendo casi todo el arco del saber humano.
El miedo oprime y atenaza nuestra relación con los demás. Crea sufrimiento constante, todos los días. Y con esto me estoy refiriendo a esos miedos que todos reconocemos como miedos "sociales", miedos que sujetan, aprisionan, roban la libertad grande o pequeña ante la toma personal de tantas decisiones, sean en familia, en el colegio, en el trabajo, en el "júbilo desamparo" del envejecimiento, sea en la enfermedad o ante la presunción de la propia muerte. Muerte esta última, en su amplia acepción (desde la física a la social) que es, de alguna manera, el fondo último de todo miedo, pues al fin y a la postre, miedo es un sentimiento que se experimenta ante la pérdida posible de algo, sea la propia vida o la de tus seres mas queridos o el estatus social o la dignidad que hoy todos exigimos en una sociedad supuestamente libre.
Ante este panorama, algo nuevo asoma en nuestro entorno cultural, permitiendo una nueva reflexión; y eso se debe a las ciencias del cerebro. Hoy empezamos a conocer ya los caminos cerebrales, los circuitos neuronales y sus procesos subcelulares y moleculares, a través de los cuales se aprenden y memorizan los miedos. Y también cómo estos pueden ser cambiados y hasta eliminados de nuestros cerebros. El conocimiento nuevo de cómo en el cerebro se construyen los sentimientos y cómo estos son elaborados en parte por modificaciones epigenéticas como resultado de la interacción de los individuos con el mundo humano que les rodea, nos puede llevar a la erradicación de los temores y miedos estériles. De ahí el valor de estos nuevos conocimientos. La neurociencia, la ciencia que estudia el cerebro y cómo funciona, ha brindado una nueva visión del problema, un enfoque diferente que nos puede llevar a un cambio de paradigma con el que poder valorar mejor el papel de esta emoción/sentimiento en las transacciones humanas, y encontrar, quizá, un mundo mejor, con menos sufrimiento.
A mí no me cabe ninguna duda de que el ser humano, de un modo cada vez mas acelerado en nuestros días, ha venido a tomar conciencia acerca de lo que el miedo representa en las interacciones sociales. Y no solo en las personas ya adultas, sino también en los niños, en la vida cotidiana, en cualquier actividad personal o institucional. Esa conciencia ha venido a recalar en el reconocimiento de que la sociedad humana, sus individuos, todos -en todo el arco de su existencia, desde el nacimiento, si no antes, y hasta su muerte-, viven bajo la carpa de una cultura del miedo ¿Pudiera este reconocimiento junto con los hallazgos de las ciencias del cerebro, la psicología cognitiva y unas renovadas humanidades (filosofía, sociología) ayudar a ver el miedo desde otra perspectiva y con ello erradicarlo y finalmente alcanzar una nueva cultura sin miedo?
De toda la paleta de registros de emociones y sentimientos que experimenta el ser humano, el miedo, quizá junto al placer, es quizá el más universal. Frente al placer, sin embargo, que sacia, el miedo puede ser azote sin límite, insaciable, perseguidor y castigador constante, convirtiéndose así en el maligno todopoderoso. Y de todo ello da muestra el uso cotidiano de la misma palabra miedo, pues esta es, con sus infinitas acepciones, una de las palabras mas utilizadas en el vocabulario universal. En cada idioma del mundo, en cada conversación, sea entre niños, jóvenes, adultos o viejos, sea de política, arte, ciencia o aventuras, sea sobre cine, lectura de libros, revistas o periódicos, sea en el medio radiofónico o televisivo, sea, en fin, a través de las redes sociales, la palabra miedo siempre aparece infiltrada. Sin duda, esto indica el valor y el significado que el concepto miedo tiene para el ser humano. Y esto ha justificado además, sobradamente, ese largo paseo del miedo, no solo como intermediario en las transacciones humanas, cualesquiera que estas hayan sido, sino como objeto de análisis filosófico, teológico, psicológico, social, educativo, jurídico, médico, psiquiátrico, cubriendo casi todo el arco del saber humano.
El miedo oprime y atenaza nuestra relación con los demás. Crea sufrimiento constante, todos los días. Y con esto me estoy refiriendo a esos miedos que todos reconocemos como miedos "sociales", miedos que sujetan, aprisionan, roban la libertad grande o pequeña ante la toma personal de tantas decisiones, sean en familia, en el colegio, en el trabajo, en el "júbilo desamparo" del envejecimiento, sea en la enfermedad o ante la presunción de la propia muerte. Muerte esta última, en su amplia acepción (desde la física a la social) que es, de alguna manera, el fondo último de todo miedo, pues al fin y a la postre, miedo es un sentimiento que se experimenta ante la pérdida posible de algo, sea la propia vida o la de tus seres mas queridos o el estatus social o la dignidad que hoy todos exigimos en una sociedad supuestamente libre.
Ante este panorama, algo nuevo asoma en nuestro entorno cultural, permitiendo una nueva reflexión; y eso se debe a las ciencias del cerebro. Hoy empezamos a conocer ya los caminos cerebrales, los circuitos neuronales y sus procesos subcelulares y moleculares, a través de los cuales se aprenden y memorizan los miedos. Y también cómo estos pueden ser cambiados y hasta eliminados de nuestros cerebros. El conocimiento nuevo de cómo en el cerebro se construyen los sentimientos y cómo estos son elaborados en parte por modificaciones epigenéticas como resultado de la interacción de los individuos con el mundo humano que les rodea, nos puede llevar a la erradicación de los temores y miedos estériles. De ahí el valor de estos nuevos conocimientos. La neurociencia, la ciencia que estudia el cerebro y cómo funciona, ha brindado una nueva visión del problema, un enfoque diferente que nos puede llevar a un cambio de paradigma con el que poder valorar mejor el papel de esta emoción/sentimiento en las transacciones humanas, y encontrar, quizá, un mundo mejor, con menos sufrimiento.
A mí no me cabe ninguna duda de que el ser humano, de un modo cada vez mas acelerado en nuestros días, ha venido a tomar conciencia acerca de lo que el miedo representa en las interacciones sociales. Y no solo en las personas ya adultas, sino también en los niños, en la vida cotidiana, en cualquier actividad personal o institucional. Esa conciencia ha venido a recalar en el reconocimiento de que la sociedad humana, sus individuos, todos -en todo el arco de su existencia, desde el nacimiento, si no antes, y hasta su muerte-, viven bajo la carpa de una cultura del miedo ¿Pudiera este reconocimiento junto con los hallazgos de las ciencias del cerebro, la psicología cognitiva y unas renovadas humanidades (filosofía, sociología) ayudar a ver el miedo desde otra perspectiva y con ello erradicarlo y finalmente alcanzar una nueva cultura sin miedo?
Francisco Mora. ¿Es posible una cultura sin miedo? Alianza Editorial. Madrid 2015