La sala estaba llena, a rebosar. La expectación había ido creciendo en los últimos días. Al fondo, las cámaras ya estaban preparadas y los periodistas abrían sus cuadernos, sus ordenadores. Quedaban solo unos minutos para que a las 10 de la mañana del 17 de marzo comenzara la rueda de prensa que daría a conocer los resultados de la segunda fase de la investigación para hallar el lugar exacto donde reposaban los restos de Miguel de Cervantes en la iglesia del Convento de las Trinitarias en el centro de Madrid.
El informe histórico de Francisco José Marín Perellón, facultativo del propio Ayuntamiento de Madrid, fue exhaustivo. Recordó los datos que conocíamos (el Libro de difuntos difundido desde el siglo XVIII que da cuenta del entierro de Cervantes y de su esposa en este lugar), y aportó otros nuevos, que demuestran cómo los restos de los primeros enterramientos en la iglesia primitiva desde 1609 a 1630 -hasta un total de 16-, fueron retirados de la misma cuando se realizaron obras, conservados en un lugar indeterminado y trasladados en 1730 a la cripta de la nueva iglesia, todos ellos juntos.
Cuando escuchaba a Francisco José Marín Perellón hablar del poco tiempo que había tenido para consultar los documentos, de que hasta el viernes por la noche seguían haciendo su trabajo y confesando que todavía no se había podido rastrear toda la documentación conservada -por ejemplo, se espera encontrar el testamento de Cervantes, hoy perdido-, uno no podía dejar de pensar que se había comenzado la casa por el tejado, que lo último que se estaba haciendo era lo primero que tendría que haberse hecho en una verdadera investigación científica. Y una duda quedó en el ambiente: ¿ha sido necesario el trabajo del georadar, el trabajo en los nichos de la cripta, de tantas horas de arqueólogos y forenses a lo largo de los últimos meses si se hubiera comenzado con la documentación histórica?
Sin duda, sí: somos fetichistas, y, aunque desde el siglo XVIII, cuando se dio a conocer el libro de difuntos de la iglesia de San Bartolomé, sabíamos que Cervantes y su mujer estaban enterrados en las Trinitarias, necesitamos ver y, si nos dejaran, tocar, los huesos de Cervantes.
Gracias a las horas de trabajo de decenas de arqueólogos, forenses, restauradores e historiadores, sabemos ahora que no existe el esqueleto completo de Cervantes, que no hay nicho que lo haya albergado con ningún objeto que lo pudiera identificar. Ahora sabemos que sus huesos se mezclaron con los de otros 15 enterramientos y que hoy se encuentran -aunque no descansan- en un osario/depositario, el único del siglo XVII que conserva la cripta de las Trinitarias.
Ha llegado el momento de poner fin a este trabajo, realmente brillante, de unos magníficos científicos encabezados por Francisco Etxebarría, y recordar siempre el tesón y el entusiasmo de Fernando del Prado, que ha sido el iniciador de esta primera fase que ha conseguido lo impensable: una repercusión mediática y una presencia en la opinión pública que difícilmente las humanidades conseguimos.
Pero ahora es el momento de mirar al futuro y de aprender de los errores del pasado. ¿Una tercera fase para extraer las muestras de ADN y así dilucidar cuáles son de Cervantes en la amalgama ósea encontrada? ¿Qué aporta saber si se han conservado uno o decenas de restos óseos de Cervantes, ahora que ya sabemos que nunca encontraremos su esqueleto, y el lugar exacto de la cripta donde reposan? ¿Se seguirá improvisando qué hacer con este redescubrimiento a golpe de titular de prensa, como se ha hecho hasta ahora? ¿Se seguirá invirtiendo dinero público, hasta ahora 120.000 euros, según se informa, en seguir avanzando en una hipótesis que el estudio de la documentación conservada hubiera podido ya demostrar sin necesidad de las excavaciones?
Ahora es el momento de dejar hablar a Cervantes, a su obra y a su tiempo. Es el momento de mirar al 2016 (400 años de su muerte) y más allá del 2016 para poner las bases que conviertan el Barrio de las Letras en un centro de conocimiento y difusión de las letras de los Siglos de Oro. Es el momento de comenzar a elaborar un plan estratégico ambicioso para hacer del centro de Madrid uno de los espacios culturales y turísticos más reconocidos y valorados en todo el mundo, como así lo es nuestro Siglo de Oro, nuestra cultura -no solo literaria-, teniendo a Cervantes como buque insignia, nuestra mejor marca España, la única universal. Un plan estratégico que pueda hacer realidad un sueño por muchos deseado en los últimos años: la creación de un centro de investigación universitaria de los Siglos de Oro, que permita aglutinar todo lo que sabemos de Cervantes y de su época, y que sea el centro para difundirlo, para llenar de contenido un espacio como es el Barrio de las Letras, que no puede quedarse limitado a una colección de lápidas. Un centro siguiendo el modelo del exitoso Centro de Estudios Cervantinos -ahora Instituto Universitario Miguel de Cervantes-, con más de 20 años a sus espaldas.
Ahora es el momento de que nos dejen hablar a los científicos que nos dedicamos al estudio de la vida y la obra de Cervantes, a los filólogos e historiadores que sabemos y queremos difundir lo que escribió, lo que pensó, lo que vivió Cervantes, el verdadero protagonista de esta historia, y no sus huesos, esos huesos ahora por fin encontrados en un osario que están pidiendo a gritos un poco de silencio.
Ahora es el momento de comenzar la tercera fase de este proyecto, que pasa por un plan estratégico para renovar el Barrio de las Letras a partir del tirón del descubrimiento de los huesos de Cervantes, con la creación de estructuras perdurables en el tiempo, donde se involucren de manera coordinada las administraciones (Ayuntamiento, Comunidad, Estado y Comunidad Europea), el tejido comercial de la zona, y las Universidades y centros de investigación y asociaciones, como la Asociación de Cervantistas, que llevamos más de 25 años trabajando para conocer y difundir la vida y la obra de Cervantes.
Y por favor, dejen de pensar en lápidas y en funerales de Estado, que ya estamos en el siglo XXI. Ahora es el momento de estar a la altura de Miguel de Cervantes, del gran escritor que fue y sigue siendo, y no de quedarnos a la altura de sus huesos, de los escasos huesos que conservamos de él.
El informe histórico de Francisco José Marín Perellón, facultativo del propio Ayuntamiento de Madrid, fue exhaustivo. Recordó los datos que conocíamos (el Libro de difuntos difundido desde el siglo XVIII que da cuenta del entierro de Cervantes y de su esposa en este lugar), y aportó otros nuevos, que demuestran cómo los restos de los primeros enterramientos en la iglesia primitiva desde 1609 a 1630 -hasta un total de 16-, fueron retirados de la misma cuando se realizaron obras, conservados en un lugar indeterminado y trasladados en 1730 a la cripta de la nueva iglesia, todos ellos juntos.
Cuando escuchaba a Francisco José Marín Perellón hablar del poco tiempo que había tenido para consultar los documentos, de que hasta el viernes por la noche seguían haciendo su trabajo y confesando que todavía no se había podido rastrear toda la documentación conservada -por ejemplo, se espera encontrar el testamento de Cervantes, hoy perdido-, uno no podía dejar de pensar que se había comenzado la casa por el tejado, que lo último que se estaba haciendo era lo primero que tendría que haberse hecho en una verdadera investigación científica. Y una duda quedó en el ambiente: ¿ha sido necesario el trabajo del georadar, el trabajo en los nichos de la cripta, de tantas horas de arqueólogos y forenses a lo largo de los últimos meses si se hubiera comenzado con la documentación histórica?
Sin duda, sí: somos fetichistas, y, aunque desde el siglo XVIII, cuando se dio a conocer el libro de difuntos de la iglesia de San Bartolomé, sabíamos que Cervantes y su mujer estaban enterrados en las Trinitarias, necesitamos ver y, si nos dejaran, tocar, los huesos de Cervantes.
Gracias a las horas de trabajo de decenas de arqueólogos, forenses, restauradores e historiadores, sabemos ahora que no existe el esqueleto completo de Cervantes, que no hay nicho que lo haya albergado con ningún objeto que lo pudiera identificar. Ahora sabemos que sus huesos se mezclaron con los de otros 15 enterramientos y que hoy se encuentran -aunque no descansan- en un osario/depositario, el único del siglo XVII que conserva la cripta de las Trinitarias.
Ha llegado el momento de poner fin a este trabajo, realmente brillante, de unos magníficos científicos encabezados por Francisco Etxebarría, y recordar siempre el tesón y el entusiasmo de Fernando del Prado, que ha sido el iniciador de esta primera fase que ha conseguido lo impensable: una repercusión mediática y una presencia en la opinión pública que difícilmente las humanidades conseguimos.
Pero ahora es el momento de mirar al futuro y de aprender de los errores del pasado. ¿Una tercera fase para extraer las muestras de ADN y así dilucidar cuáles son de Cervantes en la amalgama ósea encontrada? ¿Qué aporta saber si se han conservado uno o decenas de restos óseos de Cervantes, ahora que ya sabemos que nunca encontraremos su esqueleto, y el lugar exacto de la cripta donde reposan? ¿Se seguirá improvisando qué hacer con este redescubrimiento a golpe de titular de prensa, como se ha hecho hasta ahora? ¿Se seguirá invirtiendo dinero público, hasta ahora 120.000 euros, según se informa, en seguir avanzando en una hipótesis que el estudio de la documentación conservada hubiera podido ya demostrar sin necesidad de las excavaciones?
Ahora es el momento de dejar hablar a Cervantes, a su obra y a su tiempo. Es el momento de mirar al 2016 (400 años de su muerte) y más allá del 2016 para poner las bases que conviertan el Barrio de las Letras en un centro de conocimiento y difusión de las letras de los Siglos de Oro. Es el momento de comenzar a elaborar un plan estratégico ambicioso para hacer del centro de Madrid uno de los espacios culturales y turísticos más reconocidos y valorados en todo el mundo, como así lo es nuestro Siglo de Oro, nuestra cultura -no solo literaria-, teniendo a Cervantes como buque insignia, nuestra mejor marca España, la única universal. Un plan estratégico que pueda hacer realidad un sueño por muchos deseado en los últimos años: la creación de un centro de investigación universitaria de los Siglos de Oro, que permita aglutinar todo lo que sabemos de Cervantes y de su época, y que sea el centro para difundirlo, para llenar de contenido un espacio como es el Barrio de las Letras, que no puede quedarse limitado a una colección de lápidas. Un centro siguiendo el modelo del exitoso Centro de Estudios Cervantinos -ahora Instituto Universitario Miguel de Cervantes-, con más de 20 años a sus espaldas.
Ahora es el momento de que nos dejen hablar a los científicos que nos dedicamos al estudio de la vida y la obra de Cervantes, a los filólogos e historiadores que sabemos y queremos difundir lo que escribió, lo que pensó, lo que vivió Cervantes, el verdadero protagonista de esta historia, y no sus huesos, esos huesos ahora por fin encontrados en un osario que están pidiendo a gritos un poco de silencio.
Ahora es el momento de comenzar la tercera fase de este proyecto, que pasa por un plan estratégico para renovar el Barrio de las Letras a partir del tirón del descubrimiento de los huesos de Cervantes, con la creación de estructuras perdurables en el tiempo, donde se involucren de manera coordinada las administraciones (Ayuntamiento, Comunidad, Estado y Comunidad Europea), el tejido comercial de la zona, y las Universidades y centros de investigación y asociaciones, como la Asociación de Cervantistas, que llevamos más de 25 años trabajando para conocer y difundir la vida y la obra de Cervantes.
Y por favor, dejen de pensar en lápidas y en funerales de Estado, que ya estamos en el siglo XXI. Ahora es el momento de estar a la altura de Miguel de Cervantes, del gran escritor que fue y sigue siendo, y no de quedarnos a la altura de sus huesos, de los escasos huesos que conservamos de él.