Este año vamos a celebrar el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, como los medios se van a encargar de recordarnos convenientemente. No resulta nada fácil hacerse una idea de hasta qué punto este conflicto cambió el curso de la historia, pero basta recordar que unos 15 millones de europeos perdieron su vida en la canicería, que tres grandes imperios desaparecieron (el Austrohúngaro, el Otomano y el Ruso) y que se incubaron en ella dictaduras posteriores como la Alemania nazi (Hitler combatió en la Gran Guerra) y la URSS, que darían lugar a la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra Fría.
Para entender las consecuencias de la guerra más allá de la alta política lo mejor es leer El mundo de ayer de Stefan Zweig, en el que evoca una Europa pre-bélica culta y humanista y por la que era posible viajar (incluso a América) sin pasaporte alguno, frente al desolador paisaje de odio e inestabilidad que marcó la posguerra.
Si las consecuencias de la guerra son difíciles de aprehender, es aún más complicado entender las causas de la misma. Obviamente, no existe una única causa que explique que todo un continente supuestamente civilizado se embarque en una suicida política autodestructiva (como tampoco existe una causa simple que ayude a explicar el actual furor austericida), pero el sistema de alianzas entre potencias, los afanes imperialistas de las mismas y la inestabilidad en los Balcanes la hacían posible.
Ahora bien, posible no significa necesaria; de la misma forma que una nueva guerra en Europa hubiera sido posible si la OTAN hubiera reaccionado a la invasión soviética de Hungría en 1956, la represión de los rusos de la Revolución húngara no suponía necesariamente una Tercera Guerra Mundial.
Es bien conocido el hecho de que el asesisinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo precipitó la contienda. El atentado de Sarajevo fue claramente un acontecimiento de los que Nassim Taleb llama Cisne Negro negativo y apenas un mes después del mismo estallaba la guerra, ya que Serbia rechazó solo un punto del ultimátum austriaco (que contenía otros nueve) relativo a que oficiales austriacos dirigirían personalmente la investigación del magnicidio en Serbia si así lo creían oportuno.
Aunque los alemanes y los austriacos explotaron la ocasión para provocar una guerra en la que creían tener más que ganar que que perder, y el ultimátum hacía casi imposible una solución diplomática del asunto, no le faltaba razón a Austria en sus sospechas de que Serbia estaba detrás del atentado al archiduque. El cerebro del atentado fue Dragutin Dimitrijević, alias Apis, oficial serbio y dirigente de la organización terrorista la Mano Negra, un pájaro de cuidado que soñaba con la instauración de una Gran Serbia en lo que sería Yugoslavia y al parecer a sueldo de los rusos.
Apis había participado personalmente en el salvaje asesinato del rey Alejandro I de Serbia, considerado pro austriaco y descuartizado apenas diez años antes de la guerra junto a su esposa, por lo que el regicidio no le resultaba nuevo cuando en enero de 1914 convocó una reunión de la Mano Negra en Toulouse. Ironías de la historia, parece que los terroristas europeos de la época ya tenían cierta querencia por el Suroeste francés para organizar sus encuentros.
En la reunión de la Mano Negra de Toulouse de la que ahora se cumplen justo 100 años participó también el bosnio Mehmedbašić y se acordó que la organización cometería un gran atentado. Se barajó el nombre del archiduque, que Apis confirmaría posteriormente al saber que Francisco Fernando iba a viajar a Sarajevo. El plan original consistía en que Mehmedbašić lanzaría una granada contra la comitiva real, pero la puntería de los terroristas no fue lo bastante buena.
Poco después del fallido atentado, Francisco Fernando y la duquesa Sofía decidieron ir a visitar a los heridos al hospital con la mala suerte de que se les caló el coche por el camino, donde por pura casualidad se encontraba el joven Gavrilo Princip, probablemente el miembro más irrelevante de la Mano Negra, que no dejó sin embargo escapar la oportunidad de pasar a lo que el maestro Borges llamó la Historia Universal de la Infamia, asesinando a golpe de pistola a la pareja real.
La brasserie en la que tuvo lugar el poco conocido episodio francés de esta triste historia, le Bibent, sigue hoy abierta en Toulouse y tiene una terraza inmejorablemente situada en la plaza del Capitolio. Supongo que el día del encuentro hacía muy buen tiempo, ya que parece que la reunión fue allí. El interior es igualmente una auténtica joya del barroco que recomiendo encarecidamente visitar a cualquier amante de la historia o de la buena cocina. Bibent quiere decir buen beber en occitano, y certifico que el nombre casa adecuadamente con la brasserie, que opera ininterrumpidamente desde hace más de 150 años por lo menos -el origen del restaurante es incierto, pero una guía de viajes de 1862 ya lo menciona-.
Aunque no es barato si se come a la carta, el plato del día acompañado de un postre o un entrante sale a 25 euros, nada caro teniendo en cuenta que se puede tomar cualquier día de la semana a mediodía o a la noche, y que el chef de los últimos tres años, Christian Constant, tiene una estrella Michelin y es una vedette en Francia (ya que participa de jurado en el programa culinario Top Chef).
Así pues, aquellos a los que les faltaba una excusa para pasarse por Toulouse ya la tienen, con la ventaja añadida de poder aderezar la historia del papillote de gambas regado con vino de Hérault que se zamparon con la del temible Apis y su Mano Negra y reflexionar oportunamente sobre las grandezas y las miserias de ser europeo junto a sus amigos, creyendo evitar de esta manera pasar por un frívolo irremediable.
Para entender las consecuencias de la guerra más allá de la alta política lo mejor es leer El mundo de ayer de Stefan Zweig, en el que evoca una Europa pre-bélica culta y humanista y por la que era posible viajar (incluso a América) sin pasaporte alguno, frente al desolador paisaje de odio e inestabilidad que marcó la posguerra.
Si las consecuencias de la guerra son difíciles de aprehender, es aún más complicado entender las causas de la misma. Obviamente, no existe una única causa que explique que todo un continente supuestamente civilizado se embarque en una suicida política autodestructiva (como tampoco existe una causa simple que ayude a explicar el actual furor austericida), pero el sistema de alianzas entre potencias, los afanes imperialistas de las mismas y la inestabilidad en los Balcanes la hacían posible.
Ahora bien, posible no significa necesaria; de la misma forma que una nueva guerra en Europa hubiera sido posible si la OTAN hubiera reaccionado a la invasión soviética de Hungría en 1956, la represión de los rusos de la Revolución húngara no suponía necesariamente una Tercera Guerra Mundial.
Es bien conocido el hecho de que el asesisinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo precipitó la contienda. El atentado de Sarajevo fue claramente un acontecimiento de los que Nassim Taleb llama Cisne Negro negativo y apenas un mes después del mismo estallaba la guerra, ya que Serbia rechazó solo un punto del ultimátum austriaco (que contenía otros nueve) relativo a que oficiales austriacos dirigirían personalmente la investigación del magnicidio en Serbia si así lo creían oportuno.
Aunque los alemanes y los austriacos explotaron la ocasión para provocar una guerra en la que creían tener más que ganar que que perder, y el ultimátum hacía casi imposible una solución diplomática del asunto, no le faltaba razón a Austria en sus sospechas de que Serbia estaba detrás del atentado al archiduque. El cerebro del atentado fue Dragutin Dimitrijević, alias Apis, oficial serbio y dirigente de la organización terrorista la Mano Negra, un pájaro de cuidado que soñaba con la instauración de una Gran Serbia en lo que sería Yugoslavia y al parecer a sueldo de los rusos.
Apis había participado personalmente en el salvaje asesinato del rey Alejandro I de Serbia, considerado pro austriaco y descuartizado apenas diez años antes de la guerra junto a su esposa, por lo que el regicidio no le resultaba nuevo cuando en enero de 1914 convocó una reunión de la Mano Negra en Toulouse. Ironías de la historia, parece que los terroristas europeos de la época ya tenían cierta querencia por el Suroeste francés para organizar sus encuentros.
En la reunión de la Mano Negra de Toulouse de la que ahora se cumplen justo 100 años participó también el bosnio Mehmedbašić y se acordó que la organización cometería un gran atentado. Se barajó el nombre del archiduque, que Apis confirmaría posteriormente al saber que Francisco Fernando iba a viajar a Sarajevo. El plan original consistía en que Mehmedbašić lanzaría una granada contra la comitiva real, pero la puntería de los terroristas no fue lo bastante buena.
Poco después del fallido atentado, Francisco Fernando y la duquesa Sofía decidieron ir a visitar a los heridos al hospital con la mala suerte de que se les caló el coche por el camino, donde por pura casualidad se encontraba el joven Gavrilo Princip, probablemente el miembro más irrelevante de la Mano Negra, que no dejó sin embargo escapar la oportunidad de pasar a lo que el maestro Borges llamó la Historia Universal de la Infamia, asesinando a golpe de pistola a la pareja real.
La brasserie en la que tuvo lugar el poco conocido episodio francés de esta triste historia, le Bibent, sigue hoy abierta en Toulouse y tiene una terraza inmejorablemente situada en la plaza del Capitolio. Supongo que el día del encuentro hacía muy buen tiempo, ya que parece que la reunión fue allí. El interior es igualmente una auténtica joya del barroco que recomiendo encarecidamente visitar a cualquier amante de la historia o de la buena cocina. Bibent quiere decir buen beber en occitano, y certifico que el nombre casa adecuadamente con la brasserie, que opera ininterrumpidamente desde hace más de 150 años por lo menos -el origen del restaurante es incierto, pero una guía de viajes de 1862 ya lo menciona-.
Aunque no es barato si se come a la carta, el plato del día acompañado de un postre o un entrante sale a 25 euros, nada caro teniendo en cuenta que se puede tomar cualquier día de la semana a mediodía o a la noche, y que el chef de los últimos tres años, Christian Constant, tiene una estrella Michelin y es una vedette en Francia (ya que participa de jurado en el programa culinario Top Chef).
Así pues, aquellos a los que les faltaba una excusa para pasarse por Toulouse ya la tienen, con la ventaja añadida de poder aderezar la historia del papillote de gambas regado con vino de Hérault que se zamparon con la del temible Apis y su Mano Negra y reflexionar oportunamente sobre las grandezas y las miserias de ser europeo junto a sus amigos, creyendo evitar de esta manera pasar por un frívolo irremediable.