El presidente del club deja el cargo sin ser capaz de dar explicaciones por el caso Neymar y con la credibilidad especialmente tocada. Josep Maria Bartomeu es el nuevo máximo mandatario.
Entre la sorpresa y la incertidumbre disipada por los rumores y filtraciones, Rosell apareció ante la prensa para explicar los motivos que le empujaron a abandonar la presidencia del FC Barcelona. Alegó como argumento personal: "El sufrimiento y angustia que las amenazas recibidas causan a mí y a mi familia", además de no querer que "ataques injustos afecten a la gestión e imagen del club".
Rosell se fue como su legado será recordado. Con torpeza comunicativa y la sensación de que hay algo que no acabamos de saber: nombró a Ronaldinho y evitó a Neymar, cuando si algo quedará pendiente es descubrir qué había debajo de la famosa cláusula de confidencialidad de su fichaje estrella. Muchos números, equilibrios fiscales y, verdad o no, olor a rancio.
No deja de ser paradójico que la ilusión de la llegada del ex de Santos se haya transformado en "injustas y temerarias acusaciones", según dijo, medio años después de su llegada, procedentes de "la desesperación y envidia de sus adversarios, externos y del entorno". Ahí sí tuvo razón. El Barça es un club que tiende a la autodestrucción, pero su diligencia al frente de la entidad no ayudó a pacificar un club adicto a las crisis semanales y las aguas revueltas. Que se lo pregunten a Martino, que debe alucinar. Rosell se enemistó con Cruyff antes de llegar y su relación con Guardiola explotó en Munich de manera inesperada y sobredimensionada. No se entiende que los dos mejores técnicos de la historia del club no quieran saber nada de la que fue su casa, como tampoco la insensibilidad con Messi, conociendo la susceptibilidad especial del argentino.
Rosell se va después de meritorios triunfos deportivos oscurecidos por la opacidad mostrada en otros casos especialmente significativos. La sigilosa entrada de Qatar al club, camuflada inicialmente bajo una fundación, y expandida hasta en los asientos y diseño del Camp Nou, también fomentó la sensación de impermeabilidad incómoda, como también sus negocios turbios en Brasil o su relación con los Boixos Nois, el grupo radical del Camp Nou. Y si algo agradecieron los socios a la anterior junta fue su lucha contra la violencia en el estadio.
Precisamente los socios avalaron su llegada al club con los mejores resultados de la historia en unas elecciones, y a ellos se aferró para argumentar la continuidad de Bartomeu como máximo responsable del Futbol Club Barcelona. El hasta ahora vicepresidente se hará cargo del Barça sin pasar por las urnas, lo que no garantiza el apoyo de la masa social azulgrana. Basar la potestad de alargar el mandato hasta 2016 bajo los resultados de hace tres años, es como reclamar la titularidad de Puyol por su impecable hoja de servicios durante su carrera. El tiempo pasa por todos, y no son pocos los que ven en la marcha de Rosell una noticia positiva para el barcelonismo.
A pesar de lo que muchos presidentes, Laporta y Rosell incluidos, puedan creer, su mandato perdurará en el tiempo según los resultados futbolísticos del equipo y no por su gestión al frente de la entidad. El primero despilfarró tanto como trofeos levantó; mientras que el segundó se entestó en difuminar la herencia del pasado con una política austera que no fue coherente con sus silencios.
"Ha sido un honor servir a los barcelonistas", anunció para despedirse. El honor es conseguir títulos con una plantilla competitiva y exclusiva. La duda es saber si ahora el vestuario podrá soportar el bullicio tóxico del entorno y seguir compitiendo al máximo nivel o, por el contrario, se dejará llevar por la tormenta institucional. El éxito de Bartomeu depende de dos cosas: que Messi vuelva a sonreír y que la pelotita entre más a menudo. Si esto no sucede, llegar vivos a 2016 parece algo improbable.
Entre la sorpresa y la incertidumbre disipada por los rumores y filtraciones, Rosell apareció ante la prensa para explicar los motivos que le empujaron a abandonar la presidencia del FC Barcelona. Alegó como argumento personal: "El sufrimiento y angustia que las amenazas recibidas causan a mí y a mi familia", además de no querer que "ataques injustos afecten a la gestión e imagen del club".
Rosell se fue como su legado será recordado. Con torpeza comunicativa y la sensación de que hay algo que no acabamos de saber: nombró a Ronaldinho y evitó a Neymar, cuando si algo quedará pendiente es descubrir qué había debajo de la famosa cláusula de confidencialidad de su fichaje estrella. Muchos números, equilibrios fiscales y, verdad o no, olor a rancio.
No deja de ser paradójico que la ilusión de la llegada del ex de Santos se haya transformado en "injustas y temerarias acusaciones", según dijo, medio años después de su llegada, procedentes de "la desesperación y envidia de sus adversarios, externos y del entorno". Ahí sí tuvo razón. El Barça es un club que tiende a la autodestrucción, pero su diligencia al frente de la entidad no ayudó a pacificar un club adicto a las crisis semanales y las aguas revueltas. Que se lo pregunten a Martino, que debe alucinar. Rosell se enemistó con Cruyff antes de llegar y su relación con Guardiola explotó en Munich de manera inesperada y sobredimensionada. No se entiende que los dos mejores técnicos de la historia del club no quieran saber nada de la que fue su casa, como tampoco la insensibilidad con Messi, conociendo la susceptibilidad especial del argentino.
Rosell se va después de meritorios triunfos deportivos oscurecidos por la opacidad mostrada en otros casos especialmente significativos. La sigilosa entrada de Qatar al club, camuflada inicialmente bajo una fundación, y expandida hasta en los asientos y diseño del Camp Nou, también fomentó la sensación de impermeabilidad incómoda, como también sus negocios turbios en Brasil o su relación con los Boixos Nois, el grupo radical del Camp Nou. Y si algo agradecieron los socios a la anterior junta fue su lucha contra la violencia en el estadio.
Precisamente los socios avalaron su llegada al club con los mejores resultados de la historia en unas elecciones, y a ellos se aferró para argumentar la continuidad de Bartomeu como máximo responsable del Futbol Club Barcelona. El hasta ahora vicepresidente se hará cargo del Barça sin pasar por las urnas, lo que no garantiza el apoyo de la masa social azulgrana. Basar la potestad de alargar el mandato hasta 2016 bajo los resultados de hace tres años, es como reclamar la titularidad de Puyol por su impecable hoja de servicios durante su carrera. El tiempo pasa por todos, y no son pocos los que ven en la marcha de Rosell una noticia positiva para el barcelonismo.
A pesar de lo que muchos presidentes, Laporta y Rosell incluidos, puedan creer, su mandato perdurará en el tiempo según los resultados futbolísticos del equipo y no por su gestión al frente de la entidad. El primero despilfarró tanto como trofeos levantó; mientras que el segundó se entestó en difuminar la herencia del pasado con una política austera que no fue coherente con sus silencios.
"Ha sido un honor servir a los barcelonistas", anunció para despedirse. El honor es conseguir títulos con una plantilla competitiva y exclusiva. La duda es saber si ahora el vestuario podrá soportar el bullicio tóxico del entorno y seguir compitiendo al máximo nivel o, por el contrario, se dejará llevar por la tormenta institucional. El éxito de Bartomeu depende de dos cosas: que Messi vuelva a sonreír y que la pelotita entre más a menudo. Si esto no sucede, llegar vivos a 2016 parece algo improbable.