Federica Mogherini es nueva sangre para impulsar una agenda de política exterior a la altura de los valores y principios que fundaron el maltrecho proyecto europeo. Hace unas semanas, pudimos comprobarlo en la inauguración del diálogo civil dentro del marco UE- CELCAC, el encuentro que reúne a europeos y latinoamericanos, y que en junio tendrá su máxima expresión en la Cumbre de jefes de Estado de las dos orillas. Una Mogherini sensible y comprometida parecía entender la demanda de las organizaciones sociales, reunidas en Bruselas, de que Europa sea coherente en su acción exterior. Pero no lo tendrá fácil, aunque la sociedad civil ha dejado patente lo que ya es innegable: en la medida en que las políticas de austeridad y la crisis de la deuda han azotado Europa, los problemas de la ciudadanía de ambos lados del charco se han vuelto equivalentes.
Parece una quimera recordar que hace sólo cinco años cualquier europeo o europea media consideraba que vivía en una buena democracia, y que el mayor problema de América Latina era la corrupción de su clase política. Ya no es así. Hoy, cuando la ciudadanía europea ha tenido que tragar parte del veneno que nuestras instituciones y empresas llevan décadas repartiendo por el mundo, una parte importante de ella ha tomado conciencia de las limitaciones de nuestras democracias y nuestro modelo de económico, que ha creado desigualdades brutales en muy poco tiempo. Tras la crisis, los abrumadores datos de aumento de la pobreza extrema en Europa (el 17% carece de recursos básicos) y el desempleo (un 10% de media) son brutales, pese a ubicarse en un entorno donde todavía la renta media per cápita esta en torno a los 25.000 euros y la consolidación de las instituciones democráticas es mayor que en la mayoría del continente latinoamericano.
Todo esto nos trae la evidencia de que cada vez más organizaciones europeas y sus redes comparten discursos con las de América Latina. El dialogo civil de hace unos días evidenció que compartimos la preocupación por las limitaciones de la democracia representativa, la necesidad de que la igualdad esté en el centro de la agenda política, las consecuencias fatales de la desregulación de los mercados y la fiscalidad como una herramienta política para avanzar.
Este reencuentro, a pesar de que llegue tarde, es importante y puede ser profundamente transformador si se acompaña, en mi opinión, de al menos tres elementos:
Parece una quimera recordar que hace sólo cinco años cualquier europeo o europea media consideraba que vivía en una buena democracia, y que el mayor problema de América Latina era la corrupción de su clase política. Ya no es así. Hoy, cuando la ciudadanía europea ha tenido que tragar parte del veneno que nuestras instituciones y empresas llevan décadas repartiendo por el mundo, una parte importante de ella ha tomado conciencia de las limitaciones de nuestras democracias y nuestro modelo de económico, que ha creado desigualdades brutales en muy poco tiempo. Tras la crisis, los abrumadores datos de aumento de la pobreza extrema en Europa (el 17% carece de recursos básicos) y el desempleo (un 10% de media) son brutales, pese a ubicarse en un entorno donde todavía la renta media per cápita esta en torno a los 25.000 euros y la consolidación de las instituciones democráticas es mayor que en la mayoría del continente latinoamericano.
Todo esto nos trae la evidencia de que cada vez más organizaciones europeas y sus redes comparten discursos con las de América Latina. El dialogo civil de hace unos días evidenció que compartimos la preocupación por las limitaciones de la democracia representativa, la necesidad de que la igualdad esté en el centro de la agenda política, las consecuencias fatales de la desregulación de los mercados y la fiscalidad como una herramienta política para avanzar.
Este reencuentro, a pesar de que llegue tarde, es importante y puede ser profundamente transformador si se acompaña, en mi opinión, de al menos tres elementos:
- Una toma de conciencia más profunda por parte de los movimientos ciudadanos europeos de la responsabilidad que Europa ha tenido en los últimos 40 años en mantener el sistema y las políticas que han generado y apoyado la austeridad en América Latina.
- Un diálogo que fomente nuevas alianzas trasatlánticas entre las organizaciones y movimientos. Ya no valen los modelos y las formas antiguas pero para ello los actores sociales tienen que reformarse internamente. Las movilizaciones sociales ocurridas en los últimos años en ambos continentes ya han forzado en parte a esos cambios internos, pero muchas estructuras de participación y concertación son todavía viejas y esclerotizadas.
- Y, por último, un programa político que sea más proactivo que reactivo. Es necesario pasar de la indignación a la construcción de alternativas y éstas no deberían ser sólo nacionales ni europeas. Deberían construirse en el cruce entre América Latina y Europa.