Hoy, por fin, después de meses y meses de trabajo, se estrena Dignidad en la sala negra de Los Teatros del Canal, texto que escribí hace más de un año con la idea de contar cómo veo el mundo de la política a través de dos personajes de carne y hueso. Es difícil escribir un texto sobre política y no caer en la tentación de llevar el tema desde el terreno de las ideas. Por ello era imprescindible centrar toda la carga dramática en la amistad de dos hombres que son producto de la sociedad en la que vivimos. Porque los políticos de este país y de cualquier país del mundo no son extraterrestres que llegan a la tierra y hacen política. Ellos son nosotros, forman parte del tejido social del que todos formamos parte. Sus valores son los nuestros.
En Dignidad sitúo la acción en un despacho en la sede de un partido político. Dos hombres, que comparten ideas, aspiran a hacerse con el poder del país. A priori, para cambiar aquello que no funciona. Representan la esperanza, la ilusión, el cambio para una sociedad cada vez más desencantada. Sin embargo, una cosa es la realidad que el ciudadano ve en su casa, en la televisión, o lee en los periódicos, o escucha en la radio, a través de los filtros a los que se somete la información y otra, bien distinta, es la realidad desconocida en la intimidad de un despacho. Lo que parece una apacible reunión, después de una larga jornada de trabajo, de dos amigos que han caminado juntos, unidos con el devenir de los años por una sólida amistad, se acaba convirtiendo en una escalada de reproches al desvelarse un secreto. De ahí la idea de Juan José Afonso, quien dirige este montaje, de convertir el espacio escénico en una especie de ring, metáfora de la arena en la que miden sus fuerzas los luchadores. A esta alturas ya saben algo que no dicen pero que sienten no sin cierto temor: que el poder, sólo por la presumible proximidad a la que se encuentran de él, les está transformando, alejándoles peligrosamente el uno del otro. ¿Tantos años de trabajo, ascendiendo, escalando posiciones en el partido de toda la vida para esto?
Es por ello que digo estos días en las entrevistas que estamos concediendo con motivo de nuestro estreno que este no es un texto sobre política. O mejor dicho, no es un texto que hable exclusivamente de política. Sí quise, o esa era mi intención como autor, escribir un texto sobre la amistad y sobre cómo le afectan a ésta las ambiciones personales, una de mis obsesiones como autor. ¿Hasta dónde está el ser humano dispuesto a llegar a cambio de lograr las metas que un día se marcó?
La amistad y la lealtad son pues los temas centrales de Dignidad , así que no pretendo aleccionar, ni moralizar, ni siquiera denunciar cómo funciona el sistema pues nadie soy para ello. Eso, además, con una mirada rápida a la prensa diaria que queda a la vista. Confieso haber revisado, eso sí, mis creencias respecto a mi fe inquebrantable en la democracia como única vía posible para solucionar los problemas de la sociedad en su conjunto y del individuo en particular. Renovada está ahora, más que nunca, mi fe.
Por todo ello insisto, una vez más, en decir que esta es una historia sobre la amistad. Sí, la amistad y el desencuentro entre dos amigos al cuestionarse, cada uno de ellos, qué debe prevalecer en un momento crítico como el que les va a enfrentar sobre este despacho inspirado en un ring, la lealdad al compañero, a pesar del peso de la afrenta, o su dignidad individual. ¿A quién traicionar, al amigo que te acompañó hasta aquí o a la idea que vertebró tus creencias más profundas?
Por supuesto, la oportunidad de poder contar esta historia como autor y también como actor, a partir de hoy en Los Teatros del Canal, no habría sido posible sin la valentía de Carlos Lorenzo y Vacaestudio producciones, por apostar por mi texto. También es de agradecer que Albert Boadella viera en Dignidad una propuesta interesante para el espacio que dirige con maestría (como ha hecho durante toda su carrera con todo lo que ha dirigido) Como es de justicia señalar el inmenso trabajo que se ha hecho desde Iraya producciones para que esto saliera adelante y en especial a Juan José Afonso por haberle sacado el brillo a mi texto con su experimentada visión de director junto a Joaquín Yver y a mi compañero de escena Daniel Muriel.
En fin, que desde hoy hasta el 26 de abril estaremos en la sala negra de Los Teatros del Canal haciendo uso de la libertad para expresar nuestro punto de vista sobre lo que estamos viviendo en estos días. Porque el teatro, además de ser una excelente forma de divertirse, también sirve para plantear cuestiones que ayuden a transformar el mundo en un lugar más justo y habitable. Aunque algunos lo hayan olvidaddo.
En Dignidad sitúo la acción en un despacho en la sede de un partido político. Dos hombres, que comparten ideas, aspiran a hacerse con el poder del país. A priori, para cambiar aquello que no funciona. Representan la esperanza, la ilusión, el cambio para una sociedad cada vez más desencantada. Sin embargo, una cosa es la realidad que el ciudadano ve en su casa, en la televisión, o lee en los periódicos, o escucha en la radio, a través de los filtros a los que se somete la información y otra, bien distinta, es la realidad desconocida en la intimidad de un despacho. Lo que parece una apacible reunión, después de una larga jornada de trabajo, de dos amigos que han caminado juntos, unidos con el devenir de los años por una sólida amistad, se acaba convirtiendo en una escalada de reproches al desvelarse un secreto. De ahí la idea de Juan José Afonso, quien dirige este montaje, de convertir el espacio escénico en una especie de ring, metáfora de la arena en la que miden sus fuerzas los luchadores. A esta alturas ya saben algo que no dicen pero que sienten no sin cierto temor: que el poder, sólo por la presumible proximidad a la que se encuentran de él, les está transformando, alejándoles peligrosamente el uno del otro. ¿Tantos años de trabajo, ascendiendo, escalando posiciones en el partido de toda la vida para esto?
Es por ello que digo estos días en las entrevistas que estamos concediendo con motivo de nuestro estreno que este no es un texto sobre política. O mejor dicho, no es un texto que hable exclusivamente de política. Sí quise, o esa era mi intención como autor, escribir un texto sobre la amistad y sobre cómo le afectan a ésta las ambiciones personales, una de mis obsesiones como autor. ¿Hasta dónde está el ser humano dispuesto a llegar a cambio de lograr las metas que un día se marcó?
La amistad y la lealtad son pues los temas centrales de Dignidad , así que no pretendo aleccionar, ni moralizar, ni siquiera denunciar cómo funciona el sistema pues nadie soy para ello. Eso, además, con una mirada rápida a la prensa diaria que queda a la vista. Confieso haber revisado, eso sí, mis creencias respecto a mi fe inquebrantable en la democracia como única vía posible para solucionar los problemas de la sociedad en su conjunto y del individuo en particular. Renovada está ahora, más que nunca, mi fe.
Por todo ello insisto, una vez más, en decir que esta es una historia sobre la amistad. Sí, la amistad y el desencuentro entre dos amigos al cuestionarse, cada uno de ellos, qué debe prevalecer en un momento crítico como el que les va a enfrentar sobre este despacho inspirado en un ring, la lealdad al compañero, a pesar del peso de la afrenta, o su dignidad individual. ¿A quién traicionar, al amigo que te acompañó hasta aquí o a la idea que vertebró tus creencias más profundas?
Por supuesto, la oportunidad de poder contar esta historia como autor y también como actor, a partir de hoy en Los Teatros del Canal, no habría sido posible sin la valentía de Carlos Lorenzo y Vacaestudio producciones, por apostar por mi texto. También es de agradecer que Albert Boadella viera en Dignidad una propuesta interesante para el espacio que dirige con maestría (como ha hecho durante toda su carrera con todo lo que ha dirigido) Como es de justicia señalar el inmenso trabajo que se ha hecho desde Iraya producciones para que esto saliera adelante y en especial a Juan José Afonso por haberle sacado el brillo a mi texto con su experimentada visión de director junto a Joaquín Yver y a mi compañero de escena Daniel Muriel.
En fin, que desde hoy hasta el 26 de abril estaremos en la sala negra de Los Teatros del Canal haciendo uso de la libertad para expresar nuestro punto de vista sobre lo que estamos viviendo en estos días. Porque el teatro, además de ser una excelente forma de divertirse, también sirve para plantear cuestiones que ayuden a transformar el mundo en un lugar más justo y habitable. Aunque algunos lo hayan olvidaddo.