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A la felicidad por el creacionismo y el BOE

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Desde hace ya tiempo he renunciado a la vana esperanza de que la felicidad, la mía en particular, venga dada por la desaparición del hambre o de la guerra en el mundo, de que haya menos nivel de desempleados o que la corrupción sea una lacra que vaya desapareciendo progresivamente en una sociedad como la nuestra. Como es propio en estos tiempos narcisistas y solipsistas, un parte de mi felicidad depende de circunstancias personales, como que mi hijo vaya superando los obstáculos que un pésimo sistema educativo pone en su desarrollo, que la familia y amigos no se vean amenazados por alguna enfermedad imprevista... y para ser sincero, que Benzema o Cristiano Ronaldo no fallen goles cantados contra el FC Barcelona o que mi otro equipo, el Cádiz CF, logre finalmente ascender de categoría. Ya ven, me conformo con poco.

Pero gracias al Boletín Oficial del Estado del pasado 24 de febrero, acabo de descubrir que la fuente de la felicidad no se encuentra en ninguno de esos factores tan banales, sino que reside en que renuncie a mis creencias sobre el origen del mundo basadas en la ciencia, en un sistema de enunciados que ha ido perfeccionándose a lo largo de miles de años para ofrecer una visión razonable y bastante acertada de cómo es la realidad en la que vivimos y que ha permitido ahorrarnos algún que otro sufrimiento y alcanzar un cierto nivel de bienestar. En efecto, según la Exposición de Motivos de la Ley Orgánica 8/2013, para la mejora de la calidad educativa, la LOMCE, esto es la ley sobre educación aprobada con el único apoyo del Partido Popular, el rechazo de Dios como factor explicativo de la existencia de los animales y seres humanos es un pecado, y no solo eso, sino que supone adicionalmente la imposibilidad de ser feliz. Algunos de los párrafo dicen cosas como las siguientes: "Si la persona no se queda en el primer impacto o simplemente constatación de su existencia, tiene que reconocer que las cosas, los animales y el ser humano no se dan el ser a sí mismos. Luego Otro los hace ser, los llama a la vida y se la mantiene. Por ello, la realidad en cuanto tal es signo de Dios, habla de Su existencia"; "el ser humano pretende apropiarse del don de Dios prescindiendo de Él. En esto consiste el pecado. Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz".

La verdad, tal revelación a través de un medio tan fidedigno como el BOE me ha causado una cierta tranquilidad, pues ya empezaba a culpabilizarme de una desacertada elección de equipos de fútbol y de mis malos genes que quizá explicasen algunas dificultades de adaptación de mi hijo al sistema educativo. No, el origen de mi infelicidad es haber abrazado el conocimiento racional, en lugar de Dios y la fe, como sistema explicativo de cómo es el mundo. Solo debo cambiarlo para ser feliz. No parece un gran sacrificio, dada la recompensa que se obtendrá. Además, convertirme en creyente en la actualidad tiene alguna ventaja. Visto con perspectiva histórica, la concepción religiosa actual del mundo supone un gran avance desde los tiempos en que estudié religión en mi infancia. En aquellos años, el catecismo nos enseñaba que la vida era una camino de desgracias que debíamos asumir para finalmente alcanzar la dicha en el reino de los cielos. Debe ser por obra del papa Francisco que se ha producido una cierta adaptación de los postulados de la Iglesia católica a los tiempos en los que nos movemos, pues ahora, reconocen que la felicidad es algo bueno y digno de ser alcanzado en la vida terrenal. Bienvenida sea entonces esa adecuación al hedonismo reinante. Ser católico como motivo para ser feliz seguro que llama más la atención a futuros adeptos que no la proclama de que este mundo es un sendero de lágrimas.

De todas maneras, echo de menos que, como en otras disposiciones normativas, no se especifique junto a dicho principio programático si la adopción de Dios como explicación de nuestra existencia en el planeta es solo condición suficiente o bien, es únicamente condición necesaria para ser felices. Si es lo primero, entonces basta cambiar de creencias para alcanzar la felicidad, pero entonces la Iglesia Católica debería revisar sus enseñanzas previas y explicarles a los cristianos coptos algunas de sus penalidades actuales. Por ello, parece que la conexión entre creer en Dios y alcanzar la felicidad es más bien lo segundo, una condición necesaria pero no suficiente. Mas si es así, entonces el PP y la Iglesia Católica deberían proveernos con un libro de instrucciones, esto es un conjunto de reglas técnicas en el que se nos indiquen los medios e instrumentos para lograr la dicha prometida. Como le pasaba a Woody Allen, a muchos de nosotros, los futuribles adeptos, que ni siquiera sabemos programar un DVD con la ayuda del manual de uso, creer en Dios como aliciente para alcanzar la felicidad es un buen gancho publicitario, pero sin concretar ulteriores acciones instrumentales para lograrlo, se nos hace muy difícil dada nuestra incompetencia técnica.

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