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Una Asia posmoderna

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La movilización y el dinamismo que desde hace décadas se observa en varios países asiáticos se interpreta como una marcha encabezada por China que, a su vez, se corresponde con el debilitamiento de la presencia y la actuación de los Estados Unidos y de Occidente en general en el ámbito global y, de manera muy particular, en la región de Asia Pacífico. Vistas así las cosas, con una cierta superficialidad, los países asiáticos y China, de forma muy acusada, protagonizarían toda una revancha histórica con un amplio inventario de quejas que abarcaría las que denuncian de manera recurrente contra el colonialismo occidental, al neoimperialismo, el relegamiento en el orden creado por los países occidentales al término de la II Guerra Mundial y el desprecio mostrado hacia esos valores asiáticos; valores que ahora se reafirman y consolidan, avalados por unos altos índices de crecimiento y bienestar logrados en pocos años. Además, grandes potencias regionales, como China e India, no han dejado de proyectarse mucho mas allá de sus fronteras, de uno a otro continente, en Europa, América y África.

Las dos grandes crisis financieras, la de finales de los años 90 del siglo XX, con especial incidencia en Asia, y la que comienza en 2008 sin afectar demasiado a la región, han generado en Asia la preocupación por disponer de instituciones propias y por aumentar la participación en las instituciones mundiales, para atender directamente los problemas regionales y, de paso para separarse en lo posible del contagio de las convulsiones de Occidente. En tal contexto, encajan la firmeza y la ambición de una gran potencia asiática y global, como lo es China -pero como consecuencia y resultado de una crisis mas o menos vista como ajena, no tanto como el motivo que explique la tensión separadora. Además, tal deriva asiática en modo alguno se reduce a China: ningún país se ha librado de la misma, lo que se observa con claridad en las actividades de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). Países como China, Singapur, Corea del Sur, etc. han sido capaces en pocas décadas de situarse en los primeros puestos mundiales del desarrollo económico y de las finanzas internacionales.

Rivalidad insostenible

La rivalidad mostrada hasta ahora por Washington ante el auge de acuerdos, instituciones e intercambios que Asia produce no es posible mantenerla ya, aunque solo sea porque la economía de los Estados Unidos en esta década no es tan poderosa como en décadas pasadas, y porque la crisis económica mundial ha hecho reflexionar sobre la excesiva dependencia de los sistemas económicos de los países asiáticos respecto a Occidente, el mayoritario destino tradicional para sus exportaciones. Tales países comienzan a reorientar tales flujos exportadores hacia la demanda interior, fomentando además los intercambios dentro de la región. Por otra parte, en la economía occidental adquieren importancia manifiesta los consumidores asiáticos, que ya no son solo consumidores ni comerciantes; entre ellos hay también poderosos inversores, banqueros, etc., con presencia creciente y muy visible en todos los mercados occidentales. Sin embargo la inercia lleva aún a tratar a los países asiáticos como si continuaran figurando como socios de segunda categoría; sin que, como se ocupa en destacar Javier Solana, hayamos hasta ahora sido capaces de reformar las instituciones creadas a partir de 1945 para hacerlas inclusivas y eficaces respecto a países que ya son muy distintos y tienen un peso importante en la economía mundial.

De manera mas visible y por motivos no siempre coincidentes, Rusia y China han presidido los movimientos de reordenación y eventual ruptura del sistema de Bretton Woods para revisar y reaccionar con algo ya considerado como anticuado, insuficiente e incluso discriminador.

Desarrollo económico y ambiciones políticas y territoriales constituyen motivos bastantes, con sinergia propia, elementos de impulso que, de momento, generan cantidad de iniciativas, acuerdos y organismos en los que se acepta o excluye a los Estados Unidos y Occidente, acogen o no a Australia y Nueva Zelanda, etc. Por supuesto que los Estados Unidos y sus aliados siguen una política similar de aceptación, rechazo, simple continuidad o participación a medias con organizaciones, y acuerdos para compensar o anular otras u otros, en una sopa de letras y en un bosque muy tupido que, como también ocurre en Iberoamérica, poco contribuyen a maximizar los beneficios de la solidaridad y el pragmatismo en una región que verdaderamente los necesita; y a los que su evidente desarrollo económico y su prosperidad, pese a las desigualdades, las bolsas de pobreza y los desastres medioambientales, les concede una urgencia innecesaria de explicar.

El pragmatismo va imponiéndose

Sin embargo, el pragmatismo, la rotundidad de los hechos y los datos, van imponiéndose. Así, los principales países de la Unión Europea, España entre ellos, se han apresurado a incorporarse a la magna institución patroneada por China, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB), con sede en Sanghai. Hasta ahora, en el bosque y la sopa de letras aludidos antes, que han cundido tanto en Asia como en Iberoamérica con eficacia y alcance muy dispar, servían al menos para establecer una sociología de amigos y rivales, intereses y objetivos, nacionalismo y antiimperialismo, acercamiento y rechazo respecto a Occidente, en sus diversos niveles y países. De forma progresiva, no obstante, parece observarse una concentración de esfuerzos, una eliminación de trastos inútiles y de esfuerzos contraproducentes en las relaciones económicas y los proyectos de desarrollo; sí sirven para preguntarse por el futuro del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Asiático de Desarrollo, el G 20 etc, especialmente si no evolucionan y se actualizan, controlados todos por europeos y estadounidenses, probablemente de viabilidad en curso de reducción si se persiste en su composición actual y en su proyección mayormente occidental. De todos modos, hay que destacar que en 2016, la presidencia del G 20 precisamente corresponderá a China.

Dos grandes negociaciones comerciales de incidencia directa en Asia se vienen realizando; con la preferencia de los Estados Unidos, el Acuerdo Estratégico Trans Pacífico (TPP), con la preferencia de China, el Acuerdo de Libre Comercio de Asia Pacífico (FTAAP). En este y otros supuestos no se trata de escoger acuerdo e institución sino para los Estados Unidos y Occidente de participar en todo lo que responda a sus intereses y a los de la región, de no quedarse fuera de ningún foro, esquivando de paso y de forma muy eficaz las inclinaciones al uso de la presión militar y de la retórica nacionalista que, al menos en lo que a China se refiere, no son en absoluto excluibles. Tanto China como India, junto a otros países emergentes, muestran abiertamente su insatisfacción con el orden económico mundial según se encuentra institucionalizado, que en realidad es más excepcional que universal. Pero también lo están, aunque lo manifiesten de manera mas discreta, otros países occidentalistas y aliados de los Estados Unidos, como Japón y Corea del Sur. Todos ellos tantean nuevas instituciones y acuerdos que no son muy diferentes de los acuerdos de libre comercio de los Estados Unidos con los demás países americanos, NAFTA en especial, y tratan de revisar sus cuotas de participación en la red de Bretton Woods, hasta ahora sin mucho éxito.

No olvidemos a Rusia

Es tentador comprar el panorama asiático que sustancialmente trata de remodelar China, con el panorama euroasiático en el que Rusia, también superpotencia en el Pacífico, intentaría recuperar los dividendos políticos y económicos perdidos por la anexión de Crimea y la desestabilización de Ucrania. Un panorama, este último, en que los intereses de Rusia y China convergerían, como trata China de hacer que converjan sus intereses asiáticos con los de rusos y europeos en la magna recreación de la Ruta de la Seda. En diversas direcciones y, por supuesto, en la dirección asiática, la política exterior y la política económica de China se identifican y superponen; su abundancia de capital disponible sustenta su política exterior, desarrollada a través de la diplomacia y las actividades de carácter financiero, comercial y de ayuda al desarrollo. No obstante, un grave incidente internacional entre China y los Estados Unidos, comparable al de Crimea, situaría en un camino de colisión a ambas superpotencias que arrastraría a la Unión Europea y los aliados occidentales, complicando la posición de los Estados Unidos como superpotencia el Pacífico. El escenario de esa Guerra Fría que amenaza con repetirse en Europa no es impensable que surja en Asia-Pacífico, en definitiva, por la acumulación de la falta de entendimiento que se observa y se teme en incremento entre las tres superpotencias del Pacífico, China, Rusia y los Estados Unidos.

Por ello, también hay que preguntarse por las posibilidades y la voluntad de adaptación a ese mundo asiático postmoderno en el que, como ha dado ejemplo el Singapur de Lee Kuan Yew -que tanto habría influido en Deng Xiaoping-, y en el que el mismo Xi Jingping no estaría ajeno a la influencia de Vladimir Putin, se invocan los valores asiáticos, promoviéndose los movimientos intrarregionales de integración y libre comercio, al mismo tiempo que aparecen tensiones territoriales y conflictos sectarios. El orden regional -es decir, la regionalización actual del orden global configurado tras la II Guerra Mundial- no permanecerá inmóvil para siempre, porque los países asiáticos no han permanecido ni mucho menos inmóviles desde entonces. Lo que algunos países pretenden en realidad no se encaminaría a suplantar y a subvertir tal orden, sino a perfeccionarlo y completarlo dando cabida justa a países que hoy son prósperos y alcanzan altos niveles desarrollo y bienestar. Ante el peligro de la fragmentación y la rivalidad entre esos países, pensemos por ejemplo en la pesadilla del enfrentamiento entre China e India, o en la de la invasión china de Taiwan. Se perfila la necesidad de una gran labor constructiva por parte de los Estados Unidos y la Unión Europea en todos los campos de la política, la economía y la cooperación. Comprendiendo la realidad, asistiendo a todos los foros e integrándose en ellos siempre que sea posible, porque ya se sabe que "les absents ont toujours tort".

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