Estoy convencida de que uno de los mejores legados que les puedo dejar a mis hijos es el amor por los libros. La lectura no sólo supone una fuente de placer inmensa o un vehículo de evasión de una realidad que muchas veces no nos gusta, que nos permite acercarnos a universos y personajes más afines a nuestro mundo interior que el real, sino que además es la llave de la libertad.
A la lectura se llega primero por placer y, con el tiempo, se acaba descubriendo ese instrumento de libertad que representa. El ejercicio de la lectura nos permite desarrollar una capacidad de razonamiento que requiere de práctica, pone a nuestro alcance fuentes variadas -y a veces contradictorias- que nos obligan a elaborar nuestras propias conclusiones y a desarrollar esa facultad tan importante llamada criterio propio que supone la mejor vía para acercarse a una verdad más justa y objetiva que aquella que se nos da ya masticada y elaborada. Hasta tal punto los libros representan un instrumento de cambio y transformación de una sociedad, que ha sido una constante en la historia de la humanidad la persecución, prohibición y quema de libros, como el arma que efectivamente son.
Todos los conocimientos, todo lo que la humanidad es y ha sido, todo lo que se ha inventado, pensado, sentido y creado está en los libros.
Foto: ©Paula Verde Francisco
Todo lo que la lectura significa se contrapone a lo que la educación reglada representa. A día de hoy, y tal y como se desarrolla, parece tan sólo enfocada en fabricar seres uniformes amoldados al sistema de pensamiento de sus respectivas sociedades. Lo más curioso es que la teoría de nuestro sistema educativo y los programas de estudio no lo exponen así, y esos textos están plagados de un lenguaje y unos conceptos que propugnan todo lo contrario: fomento de la autonomía, la independencia y el sentido crítico, capacidad de razonamiento, educación en valores, desarrollo del criterio propio, aceptación de la diversidad y la diferencia, desarrollo de la tolerancia y el respeto, potenciación de la imaginación y la creatividad personal... Pero esa teoría, tan avanzada y liberadora, no ha ido acompañada en la práctica de un cambio en la metodología y se ha quedado tan sólo en eso: palabras.
Esa misma teoría educativa también reserva un espacio para el fomento de la lectura. La realidad de cómo se aplica, no sólo no consigue crear lectores, sino todo lo contrario: alumnos que acaban aborreciendo los libros. En el caso de la Educación Secundaria, lo consiguen incluso con aquellos niños que ya llegaban siendo lectores. Yo tengo un ejemplo en mi casa.
El sistema educativo intenta fomentar la lectura por medio de dos conceptos que se contradicen con lo que los propios libros representan:
Obligatoriedad: se elabora un listado de libros que presupone que ciertas historias van a encajar con las características, gustos y personalidad de todos los niños de esa clase.
Por una parte, esta práctica aberrante presupone a todos los niños iguales, algo que no es real, pero que viene a confirmar mi convencimiento de que lo que el sistema educativo persigue no es formar personas, sino crear autómatas (quienes no encajan, no se adaptan o no consiguen simular que se adaptan, son expulsados del sistema). Por otra parte, los libros representan libertad: cuando no se tiene siquiera la mínima que nos permita elegir nuestra propia lectura, llamémosle otra cosa, pero no lectura.
Premura y urgencia: se obliga a completar un libro en un determinado espacio de tiempo.
Aún siendo lectora voraz, hay temporadas en que los días, e incluso las semanas, se me pasan sin un libro entre las manos. Porque la lectura requiere de un determinado ánimo (o estado de espíritu, si se quiere) que no siempre se tiene. Menos aún cuando se vive en el mundo de la maternidad diversa. Son incontables los días en que soy incapaz de concentrarme en las palabras y me veo retomando el mismo párrafo una y otra vez, sin lograr concentrarme en su significado. Así que no, no se puede obligar a completar una lectura en un determinado espacio de tiempo. Recuerdo haber leído La Regenta en 3º de BUP a contrarreloj y encontrarme pensado sobre lo mucho que habría disfrutado de su lectura si hubiera podido hacerlo con calma.
Resulta que, treinta años después, nada ha cambiado, y veo a mi hija, lectora vocacional y entregada hasta iniciar la ESO, angustiada ante las páginas de un libro que debe apurar a tiempo para el examen del viernes (y cuya lectura debe compaginar además con deberes y exámenes).
Así que el sistema educativo parece seguir empeñado en matar lectores y esto afecta incluso a los que están consolidados.
Me indigna pensar que todo el tiempo que he pasado buscando y revisando libros que se ajustaran a todo lo que yo sabía que iba a enganchar a mi hija (argumentos, localizaciones espaciales y temporales, protagonistas, ilustraciones e incluso tipografía) me lo han reventado de un plumazo. Horas y más horas rebuscando entre las estantería de bibliotecas públicas, librerías (pequeñas, medianas y grandes almacenes), webs y blogs especializados.... para nada.
No pierdo la esperanza de que esa semilla vuelva a rebrotar algún día, y que pueda volver a verla disfrutando con un libro entre las manos. Cuánto echo de menos ahora aquellos días en que tenía que reñirle para que regresara al mundo siquiera para sentarse con nosotros a la mesa o saludar a las visitas, y ella acababa escabulléndose de nuevo para leer a escondidas. Esa pasión le llevó a pedirme que creara un blog para ella donde poder guardar sus lecturas preferidas, imagino que como un forma de compartirlas con el mundo y de que aquellas sensaciones quedaran guardadas en algún rincón. Desde que empezó el instituto y sus lecturas se convirtieron en obligadas, leer para dentro también quedó abandonado. Igual que su pasión.
Así que, resumiendo, el sistema educativo pretende formar lectores por medio de la lectura obligatoria y a contrarreloj. Y no, da igual el número de voces que se empeñen en gritar que así no sólo no se crean lectores sino todo lo contrario: personas que aborrecerán la lectura toda su vida, que el sistema educativo también está empeñado en no darse por enterado. Así que entiendo que, en realidad, no quiere formar lectores sino hacer que forma. Formar personas libres supone una amenaza para cualquier sistema, por muy amante de la libertad que se declare.
Así que, es a nosotros, las familias, a quienes nos va a corresponder lograr que nuestros niños lean, que lo hagan con agrado y que aprendan cómo usar esa puerta de libertad. ¿Existen otras vías para fomentar la lectura? Sí, las hay, pero implican tiempo, esfuerzo y paciencia por parte de los adultos, así que nos decidimos por la vía fácil y rápida que representa la obligatoriedad pero que, repito, no sólo no es efectiva, sino que casi siempre consigue el efecto contrario: hacer que los niños odien la lectura.
Como no quiero alargar ni hacer pesado este post, intentaré reunir en otra entrada las claves que mi experiencia me ha enseñado que sí pueden ser efectivas. No soy docente, ni pedagoga, ni experta en literatura infantil (quiero decir que no tengo ningún título-papel que me acredite en este campo), pero me avala la experiencia de casi 15 años como madre empeñada en que dos niños de distinto género, gustos, aficiones, personalidad, características y hasta funcionalidad, amen los libros.
Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora
A la lectura se llega primero por placer y, con el tiempo, se acaba descubriendo ese instrumento de libertad que representa. El ejercicio de la lectura nos permite desarrollar una capacidad de razonamiento que requiere de práctica, pone a nuestro alcance fuentes variadas -y a veces contradictorias- que nos obligan a elaborar nuestras propias conclusiones y a desarrollar esa facultad tan importante llamada criterio propio que supone la mejor vía para acercarse a una verdad más justa y objetiva que aquella que se nos da ya masticada y elaborada. Hasta tal punto los libros representan un instrumento de cambio y transformación de una sociedad, que ha sido una constante en la historia de la humanidad la persecución, prohibición y quema de libros, como el arma que efectivamente son.
Todos los conocimientos, todo lo que la humanidad es y ha sido, todo lo que se ha inventado, pensado, sentido y creado está en los libros.
Foto: ©Paula Verde Francisco
Todo lo que la lectura significa se contrapone a lo que la educación reglada representa. A día de hoy, y tal y como se desarrolla, parece tan sólo enfocada en fabricar seres uniformes amoldados al sistema de pensamiento de sus respectivas sociedades. Lo más curioso es que la teoría de nuestro sistema educativo y los programas de estudio no lo exponen así, y esos textos están plagados de un lenguaje y unos conceptos que propugnan todo lo contrario: fomento de la autonomía, la independencia y el sentido crítico, capacidad de razonamiento, educación en valores, desarrollo del criterio propio, aceptación de la diversidad y la diferencia, desarrollo de la tolerancia y el respeto, potenciación de la imaginación y la creatividad personal... Pero esa teoría, tan avanzada y liberadora, no ha ido acompañada en la práctica de un cambio en la metodología y se ha quedado tan sólo en eso: palabras.
Esa misma teoría educativa también reserva un espacio para el fomento de la lectura. La realidad de cómo se aplica, no sólo no consigue crear lectores, sino todo lo contrario: alumnos que acaban aborreciendo los libros. En el caso de la Educación Secundaria, lo consiguen incluso con aquellos niños que ya llegaban siendo lectores. Yo tengo un ejemplo en mi casa.
El sistema educativo intenta fomentar la lectura por medio de dos conceptos que se contradicen con lo que los propios libros representan:
Obligatoriedad: se elabora un listado de libros que presupone que ciertas historias van a encajar con las características, gustos y personalidad de todos los niños de esa clase.
Por una parte, esta práctica aberrante presupone a todos los niños iguales, algo que no es real, pero que viene a confirmar mi convencimiento de que lo que el sistema educativo persigue no es formar personas, sino crear autómatas (quienes no encajan, no se adaptan o no consiguen simular que se adaptan, son expulsados del sistema). Por otra parte, los libros representan libertad: cuando no se tiene siquiera la mínima que nos permita elegir nuestra propia lectura, llamémosle otra cosa, pero no lectura.
Premura y urgencia: se obliga a completar un libro en un determinado espacio de tiempo.
Aún siendo lectora voraz, hay temporadas en que los días, e incluso las semanas, se me pasan sin un libro entre las manos. Porque la lectura requiere de un determinado ánimo (o estado de espíritu, si se quiere) que no siempre se tiene. Menos aún cuando se vive en el mundo de la maternidad diversa. Son incontables los días en que soy incapaz de concentrarme en las palabras y me veo retomando el mismo párrafo una y otra vez, sin lograr concentrarme en su significado. Así que no, no se puede obligar a completar una lectura en un determinado espacio de tiempo. Recuerdo haber leído La Regenta en 3º de BUP a contrarreloj y encontrarme pensado sobre lo mucho que habría disfrutado de su lectura si hubiera podido hacerlo con calma.
Resulta que, treinta años después, nada ha cambiado, y veo a mi hija, lectora vocacional y entregada hasta iniciar la ESO, angustiada ante las páginas de un libro que debe apurar a tiempo para el examen del viernes (y cuya lectura debe compaginar además con deberes y exámenes).
Así que el sistema educativo parece seguir empeñado en matar lectores y esto afecta incluso a los que están consolidados.
Me indigna pensar que todo el tiempo que he pasado buscando y revisando libros que se ajustaran a todo lo que yo sabía que iba a enganchar a mi hija (argumentos, localizaciones espaciales y temporales, protagonistas, ilustraciones e incluso tipografía) me lo han reventado de un plumazo. Horas y más horas rebuscando entre las estantería de bibliotecas públicas, librerías (pequeñas, medianas y grandes almacenes), webs y blogs especializados.... para nada.
No pierdo la esperanza de que esa semilla vuelva a rebrotar algún día, y que pueda volver a verla disfrutando con un libro entre las manos. Cuánto echo de menos ahora aquellos días en que tenía que reñirle para que regresara al mundo siquiera para sentarse con nosotros a la mesa o saludar a las visitas, y ella acababa escabulléndose de nuevo para leer a escondidas. Esa pasión le llevó a pedirme que creara un blog para ella donde poder guardar sus lecturas preferidas, imagino que como un forma de compartirlas con el mundo y de que aquellas sensaciones quedaran guardadas en algún rincón. Desde que empezó el instituto y sus lecturas se convirtieron en obligadas, leer para dentro también quedó abandonado. Igual que su pasión.
Así que, resumiendo, el sistema educativo pretende formar lectores por medio de la lectura obligatoria y a contrarreloj. Y no, da igual el número de voces que se empeñen en gritar que así no sólo no se crean lectores sino todo lo contrario: personas que aborrecerán la lectura toda su vida, que el sistema educativo también está empeñado en no darse por enterado. Así que entiendo que, en realidad, no quiere formar lectores sino hacer que forma. Formar personas libres supone una amenaza para cualquier sistema, por muy amante de la libertad que se declare.
Así que, es a nosotros, las familias, a quienes nos va a corresponder lograr que nuestros niños lean, que lo hagan con agrado y que aprendan cómo usar esa puerta de libertad. ¿Existen otras vías para fomentar la lectura? Sí, las hay, pero implican tiempo, esfuerzo y paciencia por parte de los adultos, así que nos decidimos por la vía fácil y rápida que representa la obligatoriedad pero que, repito, no sólo no es efectiva, sino que casi siempre consigue el efecto contrario: hacer que los niños odien la lectura.
Como no quiero alargar ni hacer pesado este post, intentaré reunir en otra entrada las claves que mi experiencia me ha enseñado que sí pueden ser efectivas. No soy docente, ni pedagoga, ni experta en literatura infantil (quiero decir que no tengo ningún título-papel que me acredite en este campo), pero me avala la experiencia de casi 15 años como madre empeñada en que dos niños de distinto género, gustos, aficiones, personalidad, características y hasta funcionalidad, amen los libros.
Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora