Ha pasado un año desde el trágico secuestro de 276 niñas en Chibok, al noreste de Nigeria. ¿Podéis imaginaros lo que es llevar un año sin saber si vuestra hija está a salvo, si la cuidan o incluso si está viva?
Hace un año, el movimiento BringBackOurGirls [Devolved a nuestras niñas] captó la atención del mundo entero, pero, desde entonces, muchísimos niños y niñas más han desaparecido secuestrados, reclutados por las fuerzas armadas u obligados a huir de la violencia. Cientos de miles de niños se enfrentan cada día al peligro como consecuencia del aumento de la violencia. Desde que empezó el conflicto, más de 1,5 millones de personas (entre ellas, 800.000 niños) han huido de la brutal violencia de Boko Haram.
En Nigeria, Camerún, Chad y Níger, miles de niños han sido víctimas de graves violaciones de los derechos humanos. Muchos han sido asesinados o sometidos a agresiones y abusos inimaginables; se ha abusado sexualmente de ellos o se les ha obligado a casarse; muchos han sido reclutados como combatientes y se les ha forzado a luchar en grupos armados. Lo más preocupante es que niños y jóvenes han sido objeto deliberado de ataques en escuelas, como el de Chibok, seguidos después de secuestros en masa. Hay informes que detallan que se obligó a los niños a transportar bombas pegadas al cuerpo, que luego se detonaron en lugares públicos alejados.
Cuando el año pasado se publicó la sobrecogedora noticia de que las niñas de Chibok habían sido secuestradas, Unicef condenó inmediatamente el acto de la forma más firme posible y exigió su liberación. Desde entonces, trabajamos sobre el terreno con otras organizaciones para reunir pruebas que evidencien las graves violaciones cometidas contra los niños, de modo que los responsables paguen por ello.
Salta a la vista que estos niños -desde las estudiantes de Chibok hasta los huérfanos desplazados en Chad- tienen algo en común: se están perdiendo la infancia, la vida. Se están perdiendo su educación; se están perdiendo su casa y su familia; y se están perdiendo el acceso a la sanidad. Todos los días corren riesgos y se ven privados de sus derechos más fundamentales.
Hemos prestado ayuda humanitaria a familias y niños desplazados por la crisis. Hemos proporcionado agua limpia y servicios sanitarios básicos, hemos restaurado el acceso a la educación creando espacios de aprendizaje provisionales, hemos suministrado tratamientos y terapias a niños malnutridos y garantizado su derecho a recibir apoyo psicológico de personal cualificado, en colaboración con otras agencias de la ONU, con autoridades gubernamentales y con asociaciones locales. Desde el secuestro de las niñas, Unicef ha formado a especialistas en asesoramiento, que a su vez forman a 600 voluntarios locales para ayudar en el campo psicosocial a los niños de las áreas afectadas. Además, la apertura de dos oficinas de Unicef en el noreste de Nigeria, Bauchi y Maiduguri nos permitirá acceder a los niños con más rapidez y de forma más directa.
Unicef pide que desde todos los sectores se priorice la protección de refugiados, retornados, desplazados y las comunidades de acogida. La amplia mayoría de las personas desplazadas han sido acogidas no en campos de refugiados, sino en comunidades con recursos muy limitados, lo que resulta una presión importante para estas familias y sociedades. Las agencias de ayuda humanitaria deben recibir acceso seguro e ilimitado a las áreas afectadas con el fin de proporcionar asistencia a las poblaciones que sufren el conflicto, especialmente los niños, los más vulnerables al peligro.
La escasez de fondos destinados a ayuda humanitaria, junto con el deterioro de la seguridad, siguen siendo desafíos clave para nosotros. Exigimos a todos los colaboradores internacionales que incrementen su apoyo económico para socorrer a Nigeria y los países colindantes.
Si quieres ayudar a proteger a las niñas y niños que están en peligro y en situación de emergencia, puedes donar desde la página de Unicef.
Este post apareció originalmente en la edición británica de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.