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Desde hace tiempo, los ciudadanos huyen de los políticos y de los partidos. No solo les pasa a los partidos tradicionales: el rechazo hacia los partidos se produce de forma general, aunque las nuevas siglas gocen de un atractivo -por virginidad- en su etapa inicial, que cada vez es más reducida.
Aunque pudiera dar la sensación que este desapego solo se está produciendo en los últimos tiempos -como consecuencia de la crisis económica y de los casos de corrupción, que han desembocado en una crisis política de una magnitud que no se recuerda en la historia reciente de España- no es nuevo. Sin embargo, sí es cierto que ha cobrado mucha más intensidad ahora. Esta desafección está motivada por la rareza de los que de una forma u otra estamos en política, que hace que incluso las cosas normales las hagamos de una forma diferente, o para llamar la atención, como lo demuestra la foto de Pablo Iglesias en la visita del Rey de España, vestido de manera informal, una actuación muy medida buscando parecer distinto al resto, lo que hace que incluso las cosas normales se hagan para buscar anormalidad.
Esa máxima de ser distintos es lo que lleva a muchos a querer estar en política, aunque cobren menos que en sus trabajos fuera de ella. Algunos lo definen como la erótica del poder, aunque sería más acertado llamarlo la erótica del ser diferentes.
El gusto por parecer diferentes se muestra con fuerza en la actividad parlamentaria, y lo dice alguien que ha sido durante nueve años diputado regional. Llegamos a pensar que todo el mundo está pendiente de nosotros y de nuestra actividad parlamentaria, y no es cierto: suele ser un micromundo con interés casi exclusivo de los que de una forma u otra estamos relacionados con la actividad política. Algo que no es difícil de comprobar, solo hay que observar a los que visitan un parlamento, cuya actitud es la misma que el que visita un museo de Historia, seguramente por la poca variación que han sufrido las dinámicas parlamentarias a lo largo de la historia, y donde reservamos a los ciudadanos exclusivamente el papel de espectadores, en un sociedad donde la mayoría queremos ser protagonistas.
Todos podemos recordar el anuncio que lanzó hace poco la marca Aquarius bajo el concepto de políticos extraordinarios. Aunque yo soy de la opinión que los ciudadanos lo que buscan son políticos normales, lo que puede explicar el éxito inicial que han tenido las marcas políticas: Podemos y Ciudadanos. En ambos partidos han buscado vestirse de ciudadanos normales que acceden a la política, llegando incluso a denominar a los políticos como casta, éxito que se reduce a gran velocidad cuando se comprueba que tienen las mismas actitudes que tanto detestan los ciudadanos.
Por eso apuesto por políticos normales, aquellos que siguen manteniendo sus amistades fuera de los círculos políticos, aquellos que escuchan de forma permanente a los ciudadanos y su capacidad de empatía les permiten entenderlos, evitando que se forme una burbuja que les lleva a tener una percepción de la realidad distinta a la que tienen la mayoría, aquellos que cuando hacen cosas normales siguen pareciendo normales. La llegada masiva de estos políticos normales seguramente tenga que esperar hasta que cambiemos el sistema electoral y el poder de decisión de la composición de las listas recaiga en parte en los ciudadanos y no en exclusiva en las direcciones de los partidos políticos.