Si pudiera, emigraría. Pero no es fácil cambiar de ciudad, es muy difícil buscar otro trabajo, y el apego a mi equipo de fútbol es la coartada perfecta para no alejarme de mi familia y mis amigos. En España no hay movilidad, y en la universidad aún menos. Por eso, me temo que tendré que hacerme a la idea de padecer un gobierno municipal más, si alguien no lo remedia.
Tras la hegemonía de Gallardón y el gobierno destilado de Botella, la que se avecina en Madrid es para echarse a templar. Aguirre nos puede hacer recordar aquello que ya dijo José Luis Sampedro hace tiempo: Mientras haya Esperanza, no habrá vida.
La sombra de la lideresa desde que presidió la Comunidad de Madrid sigue siendo alargada y siniestra. Alargada, entre otras razones, por su empeño en convertir Madrid en el paradigma español de las privatizaciones en sanidad, educación y lo que se tercie. Y siniestra, porque alrededor de doña Esperanza se situó una de las mayores camarillas de corruptos de España, sin que ella, al parecer, se percatara de nada de lo que ocurría.
¿Qué futuro nos espera a los madrileños si Esperanza toma el bastón de mando de la ciudad? ¿Se rodeará otra vez de un granado nido de víboras conectado con las mayores sectas de corruptos del país? ¿Privatizará la impunidad, las multas de aparcamiento, el aire, el agua y la cultura, y hasta el acceso a las dependencias municipales de la Plaza de la Villa, donde quiere volver a establecer su sede --sin más argumentos que la idea ególatra y populista de que así reducirá gastos cuando tenga que contactar con su núcleo de incondicionales--?
Alega la candidata Aguirre que en pro del liberalismo que profesa bajará los impuestos. Pero si nos atenemos a lo sucedido en los últimos años de gobierno del PP, esa es una falsa promesa, difícilmente creíble. Las rentas del trabajo soportan una presión fiscal creciente, y las clases sociales más desfavorecidas han visto reducido su acceso a las políticas sociales. Y esa es una tijera muy peligrosa: menos equidad en la recaudación y más injusticia derivada de los dichosos recortes y de las políticas de austeridad exagerada y mal entendida que preconiza media Europa, con los liberales --de una y otra tendencia-- a la cabeza.
La fiscalidad municipal representa una parte relativamente reducida de la carga impositiva que soportamos. Y la financiación de los servicios sociales depende en mayor medida de las Autonomías y del Gobierno central. Pero haríamos mal en confiar en las promesas de Esperanza de bajar impuestos. Haríamos muy mal, porque cuando los liberales dicen eso, aprovechan para subir aún más las tasas y la imposición indirecta. Con ello, hacen más regresivo el sistema fiscal, sus cargas y sus beneficios. Pero esa delicatessen parece no importarles: no va con ellos. Igual que tampoco van con ellos el espectacular aumento de la desigualdad que se ha producido en nuestro país en los últimos años.
Salvo milagro, más propio de San Isidro que de las urnas, o salvo reacción unida y rotunda del resto de las fuerzas políticas, la composición social y económica de la ciudad de Madrid apunta a un triunfo electoral de la derecha, porque la población menos conservadora vive fuera del término municipal y porque el gancho mediático de Aguirre es una bandera de éxito relativo para el PP madrileño. Y ello, pese a sus discrepancias con algunos líderes de su propio partido y pese a sus habituales salidas de tono, nada agraciadas aunque a sus adeptos puedan resultarles graciosas.
Solo queda la esperanza (con minúscula) de que la lideresa y su partido sigan perdiendo apoyo entre sus incondicionales, aunque solo sea en pequeña medida. Y queda también la ilusión de que el resto de candidatos encuentren una base de consenso lo suficientemente sólida como para evitar que la democracia a la madrileña continúe bajo la sombra alargada y siniestra de quienes nos han gobernado desde que el tamayazo dictó sentencia poselectoral.
Por desgracia, las estructuras de los partidos políticos son demasiado férreas, sus intereses internos resultan demasiado poderosos, y los mecanismos de financiación de las formaciones políticas están excesivamente contaminados por la necesidad de satisfacer sus propios compromisos, por encima incluso de la voluntad de los ciudadanos.
Aunque los municipios son desde hace tiempo el pariente más pobre del sistema fiscal español, desde las ciudades y los pueblos se puede y se debe hacer todo lo posible para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Y se debe evitar que gran parte de las decisiones sigan beneficiando fundamentalmente a las minorías más privilegiadas.
Por eso en Madrid --donde hasta los árboles mueren de pena al intuir la que se avecina-- o sobra Esperanza o falta esperanza. Y ese dilema quizá solo se resuelva si el PP no gana por mayoría absoluta. ¡Qué la diosa Cibeles nos pille confesados!, o mucho me temo que incluso ella acabará planteándose también la posibilidad de emigrar.
Tras la hegemonía de Gallardón y el gobierno destilado de Botella, la que se avecina en Madrid es para echarse a templar. Aguirre nos puede hacer recordar aquello que ya dijo José Luis Sampedro hace tiempo: Mientras haya Esperanza, no habrá vida.
La sombra de la lideresa desde que presidió la Comunidad de Madrid sigue siendo alargada y siniestra. Alargada, entre otras razones, por su empeño en convertir Madrid en el paradigma español de las privatizaciones en sanidad, educación y lo que se tercie. Y siniestra, porque alrededor de doña Esperanza se situó una de las mayores camarillas de corruptos de España, sin que ella, al parecer, se percatara de nada de lo que ocurría.
¿Qué futuro nos espera a los madrileños si Esperanza toma el bastón de mando de la ciudad? ¿Se rodeará otra vez de un granado nido de víboras conectado con las mayores sectas de corruptos del país? ¿Privatizará la impunidad, las multas de aparcamiento, el aire, el agua y la cultura, y hasta el acceso a las dependencias municipales de la Plaza de la Villa, donde quiere volver a establecer su sede --sin más argumentos que la idea ególatra y populista de que así reducirá gastos cuando tenga que contactar con su núcleo de incondicionales--?
Alega la candidata Aguirre que en pro del liberalismo que profesa bajará los impuestos. Pero si nos atenemos a lo sucedido en los últimos años de gobierno del PP, esa es una falsa promesa, difícilmente creíble. Las rentas del trabajo soportan una presión fiscal creciente, y las clases sociales más desfavorecidas han visto reducido su acceso a las políticas sociales. Y esa es una tijera muy peligrosa: menos equidad en la recaudación y más injusticia derivada de los dichosos recortes y de las políticas de austeridad exagerada y mal entendida que preconiza media Europa, con los liberales --de una y otra tendencia-- a la cabeza.
La fiscalidad municipal representa una parte relativamente reducida de la carga impositiva que soportamos. Y la financiación de los servicios sociales depende en mayor medida de las Autonomías y del Gobierno central. Pero haríamos mal en confiar en las promesas de Esperanza de bajar impuestos. Haríamos muy mal, porque cuando los liberales dicen eso, aprovechan para subir aún más las tasas y la imposición indirecta. Con ello, hacen más regresivo el sistema fiscal, sus cargas y sus beneficios. Pero esa delicatessen parece no importarles: no va con ellos. Igual que tampoco van con ellos el espectacular aumento de la desigualdad que se ha producido en nuestro país en los últimos años.
Salvo milagro, más propio de San Isidro que de las urnas, o salvo reacción unida y rotunda del resto de las fuerzas políticas, la composición social y económica de la ciudad de Madrid apunta a un triunfo electoral de la derecha, porque la población menos conservadora vive fuera del término municipal y porque el gancho mediático de Aguirre es una bandera de éxito relativo para el PP madrileño. Y ello, pese a sus discrepancias con algunos líderes de su propio partido y pese a sus habituales salidas de tono, nada agraciadas aunque a sus adeptos puedan resultarles graciosas.
Solo queda la esperanza (con minúscula) de que la lideresa y su partido sigan perdiendo apoyo entre sus incondicionales, aunque solo sea en pequeña medida. Y queda también la ilusión de que el resto de candidatos encuentren una base de consenso lo suficientemente sólida como para evitar que la democracia a la madrileña continúe bajo la sombra alargada y siniestra de quienes nos han gobernado desde que el tamayazo dictó sentencia poselectoral.
Por desgracia, las estructuras de los partidos políticos son demasiado férreas, sus intereses internos resultan demasiado poderosos, y los mecanismos de financiación de las formaciones políticas están excesivamente contaminados por la necesidad de satisfacer sus propios compromisos, por encima incluso de la voluntad de los ciudadanos.
Aunque los municipios son desde hace tiempo el pariente más pobre del sistema fiscal español, desde las ciudades y los pueblos se puede y se debe hacer todo lo posible para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Y se debe evitar que gran parte de las decisiones sigan beneficiando fundamentalmente a las minorías más privilegiadas.
Por eso en Madrid --donde hasta los árboles mueren de pena al intuir la que se avecina-- o sobra Esperanza o falta esperanza. Y ese dilema quizá solo se resuelva si el PP no gana por mayoría absoluta. ¡Qué la diosa Cibeles nos pille confesados!, o mucho me temo que incluso ella acabará planteándose también la posibilidad de emigrar.
José Antonio Nieto Solís. Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM, escritor, autor de la novela 'Los crímenes de la secta'