Tener un bebé prematuro te rompe el alma. Tienes miedo y es duro y triste y alienante y traumático. Algo que nadie merece experimentar. Pero los padres de bebés prematuros saben algo que los demás no. Saben que, a pesar del dolor y la lucha y las lágrimas y las noches sin dormir, tener un bebé prematuro resulta maravilloso.
Las mamás conocen la pérdida. La pérdida del sueño de un embarazo sano, de una tripa grande de embarazada, de un bebé rechoncho y llorón, y de la experiencia que pensaban que iban a tener como el resto. Conocen el miedo y la impotencia de intentar desesperadamente ayudar a su hijo para quitarle el dolor, deseando poder hacer cualquier cosa por conseguir llegar a casa con él cuando todo acabe. Saben lo que es imaginar su futuro y el de su hijo y ser consciente de que quizá será mucho más duro de lo que nunca imaginaron.
Pero también saben otras cosas.
Saben lo que es mirar a un bebé diminuto con la piel fina como el papel y los ojitos cerrados, conectado a máquinas y a vías intravenosas, y aun así sentir un amor inconmensurable y sincero y pensar que ese bebé es el ser más bonito del mundo.
Saben lo que es encontrar la felicidad en las pequeñas cosas, como cuando el bebé gana un poco de peso, o cuando le ponen un nuevo sistema de respiración, o cuando por fin puede llevar ropita.
Saben lo que es sentarse y acurrucar a su bebé piel con piel durante horas, acercarse al hospital cada dos por tres para que le extraigan leche por mucho que lo odie, porque pese a todo sabe que es lo más importante que puede hacer por que su bebé crezca.
Saben lo que es querer tanto a alguien hasta el punto de dar cualquier cosa por verle sano y feliz.
Saben lo que es darse cuenta, por fin, de que en realidad no importa si su hijo tiene dificultades de aprendizaje o problemas de visión, o si le cuesta aprender a andar, porque siempre que su hijo viva, lo demás da igual.
Saben que por muy frustrados que estén cuando su hijo llore o grite o tire las cosas o escale algo que no debería, sigue habiendo una parte de ellos que recuerda cuando los pulmones de su hijo no eran lo suficientemente fuertes para llorar, o cuando no sabían si podrían llegar a gritar o a tirar cosas o a escalar.
Saben que cada pasito, sea como y cuando sea, es una celebración.
Pueden pasar muchas cosas con un bebé prematuro, y a unos padres les costará más que a otros. Algunos lucharán más y tendrán que recorrer un camino más tortuoso. Pero lo que siempre sabrán -lo que ni médicos ni enfermeros ni familiares ni amigos ni el resto de padres podrán entender de verdad- es que cuando miren a su niño (a su perfecto, precioso e increíble niño) verán a un guerrero, a un bebé que ha luchado mucho por superar mucho más de lo que nadie puede imaginar, y que ser sus padres es lo mejor que les podría haber pasado nunca.
Puede que tener un bebé prematuro sea una de las cosas más duras que me ha ocurrido en la vida. Pero puede que también sea una de las mejores.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.
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Las mamás conocen la pérdida. La pérdida del sueño de un embarazo sano, de una tripa grande de embarazada, de un bebé rechoncho y llorón, y de la experiencia que pensaban que iban a tener como el resto. Conocen el miedo y la impotencia de intentar desesperadamente ayudar a su hijo para quitarle el dolor, deseando poder hacer cualquier cosa por conseguir llegar a casa con él cuando todo acabe. Saben lo que es imaginar su futuro y el de su hijo y ser consciente de que quizá será mucho más duro de lo que nunca imaginaron.
Pero también saben otras cosas.
Saben lo que es mirar a un bebé diminuto con la piel fina como el papel y los ojitos cerrados, conectado a máquinas y a vías intravenosas, y aun así sentir un amor inconmensurable y sincero y pensar que ese bebé es el ser más bonito del mundo.
Saben lo que es encontrar la felicidad en las pequeñas cosas, como cuando el bebé gana un poco de peso, o cuando le ponen un nuevo sistema de respiración, o cuando por fin puede llevar ropita.
Saben lo que es sentarse y acurrucar a su bebé piel con piel durante horas, acercarse al hospital cada dos por tres para que le extraigan leche por mucho que lo odie, porque pese a todo sabe que es lo más importante que puede hacer por que su bebé crezca.
Saben lo que es querer tanto a alguien hasta el punto de dar cualquier cosa por verle sano y feliz.
Saben lo que es darse cuenta, por fin, de que en realidad no importa si su hijo tiene dificultades de aprendizaje o problemas de visión, o si le cuesta aprender a andar, porque siempre que su hijo viva, lo demás da igual.
Saben que por muy frustrados que estén cuando su hijo llore o grite o tire las cosas o escale algo que no debería, sigue habiendo una parte de ellos que recuerda cuando los pulmones de su hijo no eran lo suficientemente fuertes para llorar, o cuando no sabían si podrían llegar a gritar o a tirar cosas o a escalar.
Saben que cada pasito, sea como y cuando sea, es una celebración.
Pueden pasar muchas cosas con un bebé prematuro, y a unos padres les costará más que a otros. Algunos lucharán más y tendrán que recorrer un camino más tortuoso. Pero lo que siempre sabrán -lo que ni médicos ni enfermeros ni familiares ni amigos ni el resto de padres podrán entender de verdad- es que cuando miren a su niño (a su perfecto, precioso e increíble niño) verán a un guerrero, a un bebé que ha luchado mucho por superar mucho más de lo que nadie puede imaginar, y que ser sus padres es lo mejor que les podría haber pasado nunca.
Puede que tener un bebé prematuro sea una de las cosas más duras que me ha ocurrido en la vida. Pero puede que también sea una de las mejores.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.
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