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Desde el nacimiento de Podemos, somos muchos los que hemos confiado en este partido como actor capaz de canalizar el descontento ciudadano y las ansias de cambio de un país cansado de la corrupción y de políticas que atienden poco o nada los intereses del 99% de la población. Pero la burbuja Podemos parece que ha empezado a deshincharse en los últimos meses, y con ella las expectativas electorales de una formación que parecía estar llamada a revolucionar el panorama político español. ¿Qué está pasando con Podemos? ¿Sólo ha sido flor de un día o puede recuperarse y convertirse en una alternativa política capaz de alcanzar el poder?
A partir de las elecciones europeas, y en parte gracias al gran carisma personal de Pablo Iglesias, Podemos comenzó a experimentar un momento de enorme influencia mediática, acaparando minutos en debates e informativos y logrando que su intención de voto se disparase. Parecía que era el primer momento en los últimos años en el que una auténtica alternativa de cambio político, social y económico protagonizada por ciudadanos de a pie contaba con posibilidades reales de alcanzar el poder. Hace unos meses, en este blog me hice eco de esta esperanza de cambio. Pero también señalé los retos a los que se enfrentaba Podemos y las distintas posibilidades de descarrilamiento que esta nueva opción política tenía. Por desgracia, algunos de mis temores parecen haberse hecho realidad, y Podemos empieza a acusar un gran desgaste, perdiendo día a día posiciones en las encuestas y habiendo defraudado las optimistas expectativas con las que llegó a las elecciones andaluzas.
Sin duda, esta pérdida de apoyos tiene que ver en gran medida con la fuerte campaña mediática desatada en contra de Podemos y que busca presentar a Ciudadanos como la alternativa de renovación sensata y tranquila frente a peligrosos y oscuros radicalismos. Sin embargo, si bien estas rastreras tácticas mediáticas, tan habituales en la arena política, han tenido su influencia, parte de la responsabilidad ha recaído también sobre la propia formación, que no ha sabido abordar algunos de los desafíos a los que se enfrentaba, ni mantener la conexión privilegiada con la ciudadanía que estaba impulsando su crecimiento.
En mi opinión, algunas de las claves de esta situación pasan por problemas existentes en la estructura interna, los liderazgos del partido y la comunicación externa. La principal baza de Podemos fue heredar el sentimiento ciudadano de indignación y ansias de participación nacido en el 15M. Aunque las cualidades personales de Pablo Iglesias son esenciales para entender su éxito, si por algo despuntó Podemos es por saber comunicar cercanía, empatía y unidad con la ciudadanía, por la idea de crear un partido diferente, abierto y construido por todos, transparente y absolutamente democrático, en el que sus líderes tienen carisma pero son personas normales y corrientes que prestan su voz y están al servicio del colectivo. Sin embargo, lo cierto es que en los últimos tiempos hemos visto una deriva hacia un partido estructurado de forma clásica y totalmente personalista, en el que los Círculos han perdido toda relevancia, en el que la campaña electoral se lleva a cabo con formas propias de la vieja política, y en el que las decisiones dependen al fin y al cabo de un cerrado grupo de profesores de la Complutense con afinidad personal entre sí y fuertes adscripciones ideológicas en su pasado, incapaces por otra parte de dar explicaciones y actuar con contundencia cuando uno de los suyos actúa de forma poco clara en cuestiones fiscales.
Estas circunstancias no solo han ayudado a eliminar el vínculo emocional existente con la heterogénea ciudadanía que se indignó y salió a las calles el 15M, sino que han facilitado enormemente la labor de zapa mediática de Gobierno y medios conservadores, que solo han tenido que centrarse en las contradicciones personales y errores de unas pocas figuras públicas para erosionar la imagen del partido frente al grueso de la opinión pública, en cuanto proyecto completamente identificado con este reducido grupo.
Podemos está a tiempo de consolidarse como alternativa en España, pero tiene que actuar de forma contundente y coherente para volver a tomar la delantera. Y la solución para ello no pasa por qué el actual equipo dirigente cierre filas en torno al líder y haga oídos sordos a la ciudadanía. Cuando se ofrece un cambio político basado en la democracia real y en la participación ciudadana permanente, lo primero es cumplir con ello a nivel interno. Si se opta por adoptar las estructuras, formas y vicios de los partidos tradicionales, se pierde valor diferencial, conexión con el electorado, fortaleza de base y peso moral.
Por eso, la salida pasa por abrirse aún más a la ciudadanía, apostar realmente por mecanismos innovadores participativos y colaborativos, reducir la exposición mediática de los actuales dirigentes del partido mientras se da voz a la colectividad, y volver a encontrar las teclas comunicativas (empatía, apertura, cercanía, humildad, inclusividad, imaginación...) que conecten con unos ciudadanos ávidos de políticos que piensen, sientan, hablen y actúen como ellos.