Quantcast
Channel: HuffPost Spain for Athena2
Viewing all articles
Browse latest Browse all 133966

Por qué Baltimore está en llamas

$
0
0
Me crie en el gueto. Los primeros 13 años de mi vida los pasé en uno de los barrios más decadentes de Jersey City, mi ciudad natal, en el estado de Nueva Jersey. Si te hiciste adulto, como yo lo hice, en uno de los suburbios más pobres de Estados Unidos, entonces sabrás que somos personas buenas y decentes; y esto a pesar de no tener dinero, ni recursos, casi ningún servicio público, a pesar de escuelas deterioradas o caseros de los que únicamente sabes algo cuando es hora de pagar la renta, locura y caos por doquier -desde los abusos de los policías a la corrupción de los políticos y la inmoralidad de los predicadores-, a pesar de todo esto, hemos salido adelante sacando fuerzas de flaqueza. Nos hemos entregado en cuerpo y alma al trabajo, a las fiestas, a la risa, a las barbacoas, a la bebida y al tabaco, con la misma entrega con que rezábamos a Dios.

Y también se nos segregaba, en cuerpo y alma, por una estructura de poder local que no quería que se viera o se supiera del gueto, ni qué decir sobre que los disturbios se vieran a plena luz por todo el mundo.

De hecho, todo mi mundo era la manzana en la que vivía, y tal vez cinco o seis manzanas al norte, sur, este y oeste. Para nosotros, un viaje de larga distancia era el que hacíamos a primeros de mes al centro de Jersey City para que nuestras madres -nuestras madres negras y latinas- pudieran cobrar la prestación social, hacer la compra con sus vales de descuento y, si teníamos suerte, ir al KFC o a algún otro restaurante de comida rápida en ese día tan especial.

Cuando tenía apenas 15 años, recibí una paliza brutal de un policía blanco después de que un chico puertorriqueño y yo nos liáramos en una típica pelea en el autobús. Sin pistolas ni cuchillos, sólo a puñetazos. El chico de Puerto Rico, con su piel blanca, y yo, con mi piel negra, fuimos escoltados fuera del vehículo con nuestras pieles moradas. A mí me tiraron del autobús. Indignado, le dije un par de cosas al policía mientras me sentaba esposado en el asiento de atrás de su coche. El agente procedió a estamparme en la cara todo el peso de su puño. Desde ese momento, ensangrentado y aterrorizado, absolutamente deshecho, nunca volvería a ver a la mayoría de agentes de policía de la misma forma que me enseñaron cuando era un niño, con respeto.

Ser pobre significaba que sólo podía ir a la universidad gracias a un paquete de ayuda económica de la Universidad Rutgers que cubría todos los gastos. No me subí a un avión hasta que no tuve 24 años debido a esa pobreza, y debido también a que no sabía que eso era algo que yo, siendo un chico del gueto, pudiera hacer. Después de todos estos años, he visitado cada uno de los estados de Estados Unidos, cada ciudad pequeña o grande y cada gueto que puedas mencionar. Son todos iguales.

Hay edificios abandonados y quemados. Innumerables iglesias, funerarias, peluquerías, salones de belleza, negocios de cobros de cheques, tiendas de alquiler de muebles, restaurantes chinos y de pollo. Hay escuelas que, más que centros educativos, parecen y hacen sentir a los jóvenes como si fueran a un centro de retención penitenciario. Hay parques plagados de cristales rotos, condones usados y parafernalia para consumir droga. Hay tiendas de venta de alcohol por aquí, por allá, por todas partes. Hay tiendas de desavíos que no venden más que caramelos, pasteles, patatas fritas, refrescos, cualquier tipo de cerveza que se te ocurra, cigarrillos sueltos, papel de liar para marihuana, boletos de lotería y chicle, mucho chicle.

Luego, también están las organizaciones locales que dicen servir a la gente, a la gente negra y latina. Algunas de estas organizaciones llevan buenas intenciones y hacen todo lo que pueden con escasos recursos. Otras, nada más que aparecen cuando hay que recaudar dinero, generar algunos votos para este o aquel candidato político, o en caso de que la policía haya matado trágicamente a alguien.

Como Rekiya Boyd en Chicago. Como Miriam Carey en Washington, D.C. Como Tanisha Anderson en Cleveland. Como Yvette Smith en Texas. Como Aiyana Stanley Jones en Detroit. Como Eric Garner en Nueva York. Como Oscar Grant en Oakland. Como Walter Scott en Carolina del Sur. Como Freddie Gray en Baltimore....

Es cierto, tenemos al primer presidente negro de la historia en la Casa Blanca, aunque en realidad parece que sea temporada de caza de negros en Estados Unidos, otra vez. Este año hace ya un siglo desde que la fábrica de apariencias que es Hollywood recibiera un gran impulso gracias a una funesta película racista llamada El nacimiento de una nación, que estableció la forma de expresión, casi palabra por palabra, que se usaría para tratar y retratar a los negros en todos los medios de comunicación durante las décadas siguientes. Hace cien años, era normal ver fotos de afroamericanos, sobre todo hombres, que habían sido linchados, ahí colgando de los árboles, mientras sus vecinos blancos disfrutaban visiblemente con su jueguecito del ahorcado.

Cien años más tarde, El nacimiento de una nación ha sido reemplazada por un programación de 'noticias 24 horas' que sigue obsesionada con la raza, el racismo, el conflicto racial, la violencia racial, pero que no aporta absolutamente ninguna solución ni medidas de acción; es todo puro sensacionalismo y espectáculo. Cien años más tarde, las fotos de linchamientos han sido reemplazadas por teléfonos móviles grabando cómo Walter Scott sale huyendo de un agente de policía, como uno de esos personajes de videojuegos que van a paso lento para que les puedas disparar por la espalda: ¡pum! ¡pum! ¡pum! ¡pum! ¡pum! ¡pum! ¡pum! ¡pum!

Solo que toda esta locura es real. A los negros en Estados Unidos -el país que se autoproclama la mayor democracia del planeta-- les están disparando por todas partes, donde sea que mires, por policías a plena luz del día, con testigos e incluso a veces grabado en vídeo. Sin embargo, con muy pocas excepciones, nada le ocurre a los policías que aprietan el gatillo. No hay acusaciones. No hay condenas. No hay cárcel.

Y cada vez que una de estas situaciones tiene lugar, se nos lee el mismo guion de película: persona de color muerta a tiros por un policía local. Inmediatamente, la policía local intenta explicar lo que ha ocurrido, mientras que cargan toda la culpa sobre la persona tiroteada, sin una investigación exhaustiva. Al agente o los agentes que dispararon se les impone una "licencia administrativa", con sueldo. Los medios de comunicación buscan cuantas excusas pueden, cualquiera sirve, para denigrar la persona del fallecido y así justificar su muerte. Marchas, protestas, mítines, discursos. La policía aparece con su uniforme antidisturbios. La tensión aumenta. Hay gente arrestada, inquieta y crispada; se desata el infierno. Entonces el foco de atención cambia: de la muerte de una persona inocente a manos de la policía, a la violencia de los "mafiosos", los "gánsteres", los "saqueadores". Se le pide a la comunidad que sea pacífica y no-violenta, pero nadie le dice a los policías que también sean pacíficos y no-violentos. Los blancos están en el poder y las "respetables voces negras" llaman a la calma, pero estos son los mismos tipos que nunca dicen nada de las horribles condiciones de los guetos estadounidenses, que hacen que cualquier barrio se convierta en una bomba de relojería, esperando a que una chispa haga explotar la furia nacida de la opresión, la marginación, la contención y la invisibilidad. Estos son los mismos tipos que no han malgastado ni un segundo con los pobres.

Si no eres del gueto, si no has pasado suficiente tiempo en el gueto, entonces nunca entenderás el gueto.

De qué sirve. Las grandes organizaciones civiles, los grandes portavoces de derechos civiles y los grandes líderes eclesiásticos están ahí para redirigir, para controlar y reprimir la energía de las personas que están en lo más bajo. "Empezamos desde los más bajo y ahora hemos llegado hasta aquí..." Pero no pueden hacer nada desde ahí, porque la gente ya ha visto esta película un millón de veces. La gente sabe que es de locos cuando les dicen que hay que dejar a la justicia seguir su curso. La gente sabe que es de locos esperar algo de un sistema jurídico que en raras ocasiones, si es que llega hacerlo, levanta cargos y condena a estos agentes de policía después de matar a disparos a miembros de su propia comunidad. La gente sabe que es de locos cuando les dicen que hay mantener la calma, tener paciencia, visto que no tienen vías de escape sanas para su trauma, su dolor, su ira. La gente sabe que es de locos que los negros profesionales o de la clase media hablen el idioma del poder estructural y condenen a la gente en la calle, en lugar de al sistema que ha creado las condiciones para que esa gente esté en la calle. La gente sabe que es de locos que las personas, de cualquier raza o cultura, que se definen como progresistas, liberales, pro derechos humanos o en favor de la justicia social, todos hayan permanecidos extremadamente callados ante estos tiroteos de la policía, mientras se iban repitiendo desde una costa del país a la otra. Y la gente sabe que es de locos que la mayoría de estos grandes líderes y grandes medios de comunicación sólo se dejen ver cuando se produce una explosión social.

Así que la gente explota, dentro de sí mismas y dentro de sus comunidades. Les encantaría llegar a sitios fuera de sus barrios-gueto, pero la estructura de poder local se lo impide. Así que destruyen sus propias comunidades. Y entiendo por qué. Yo soy ellos y ellos son yo. Cualquier persona con nada que perder destruiría cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Cualquier cosa. Cualquier persona que sintiera que su vida no vale nada, que es un ciudadano de segunda, como mucho, no pararía hasta que se hubiera hecho notar. A estas personas, a nosotros, no nos importa si nuestras comunidades no se han recuperado de las rebeliones americanas de los años sesenta. Lo que nos importa es que tengamos que vivir en la mugre y en la miseria y que nos puedan disparar en cualquier momento cualquiera de nosotros, o un policía, y no habría nadie a quien pareciera importarle. Una revuelta, un disturbio, son súplicas para recibir algo de ayuda, un plan, una visión, una solución, unas medidas de acción, una justicia, un Dios, alguien, algo, que vea nuestra humanidad, que haga algo.

Condenarlos a ellos es como condenarnos a nosotros mismos. Etiquetar la situación de Baltimore de "revuelta" porque en su mayoría son gente de color es racista, puesto que no llamamos a la gente blanca que se comporta de forma violenta después de un evento deportivo importante "rebeldes" o "mafiosos" o "gánsteres", y sabe Dios que algunos blancos también han causado muchos destrozos en Estados Unidos. No es una democracia si los blancos pueden volverse locos y aquí no ha pasado nada, mientras que si la gente de color si vuelve loca, entonces se decreta el estado de emergencia y nos cae la Guardia Nacional, armada y lista.

Las vidas negras también importan, todas las vidas tienen importancia, todas por igual. Es lo que yo creo, como creo profundamente en la paz y en el amor y la no-violencia. Creo con todo mi corazón que tenemos que ser humanos y compasivos y civilizados los unos con los otros, como hermanas y hermanos, como una sola raza humana, una gran familia humana. Creo que nuestras comunidades y las fuerzas policiales allá donde estén deben sentarse a hablar y a escuchar como iguales, no como enemigos, para encontrar un camino en la dirección de la vida y del amor, y no hacia la muerte y el odio; un camino hacia una comunidad compartida donde todos nos sintamos seguros y acogidos y humanos.

Y sí, siento amor por la gente, por todo el mundo. Pero también creo en la justicia para todo el mundo. Y sé que lo que ha estado sucediendo en Estados Unidos estos últimos años no se acerca, ni remotamente, a ninguna forma de justicia o igualdad. Imagina, sólo por un momento, que los blancos estuvieran siendo disparados por la policía de esta forma, ¿cómo serían las reacciones?

Imagina que George Zimmerman hubiera ido en plan justiciero con su capucha contra un joven blanco en aquel recinto privado en Florida. Imagina a los padres blancos teniendo que enseñar a sus hijos cómo comportarse si alguna vez se vieran confrontados por la policía. Imagina que Aiyana Stanley Jones fuera una chica blanca de 7 años, en lugar de una chica negra de 7 años que hubiera muerto a disparos por un policía mientras dormía en el sofá con su abuela, durante una redada chapucera. La nación se levantaría indignada.

Baltimore está en llamas porque Estados Unidos arde de racismo, de ira, de violencia. Baltimore está en llamas porque demasiados nos quedamos al margen no haciendo nada por cambiar nada, o nos hemos insensibilizado ante la normalidad de lo que antes nos parecía anormal. Baltimore está en llamas porque muy pocos estamos comprometidos a un liderazgo auténtico, a un programa auténtico con estrategias políticas, económicas y culturales auténticas y consecuentes en favor de esas comunidades estadounidenses más vulnerables, las que más sufren el acoso. Llevarles a la muerte a través del control policial no es la solución. Llevarles a prisión no es la solución. Y, evidentemente, ignorarles tampoco es la solución.

Este post apareció originalmente en la versión estadounidense de 'El Huffington Post' y ha sido traducido por Diego Jurado


Kevin Powell es cofundador de BK Nation, una nueva organización nacional y sitio web y blog. También es activista, conferenciante, autor y editor de 11 libros.
Su 12º libro, The Education of Kevin Powell: A Boy's Journey into Manhood será publicado en el inglés original por Atria/Simon & Schuster en noviembre de 2015. Puedes entrar en contacto con él por email, kevin@kevinpowell.net, o seguirlo en twitter, @kevin_powell

Viewing all articles
Browse latest Browse all 133966

Trending Articles



<script src="https://jsc.adskeeper.com/r/s/rssing.com.1596347.js" async> </script>