"Las personas mienten, y los políticos son personas". La frase es de Eli Gold, el personaje brillantemente interpretado por Alan Cumming en The Good Wife. Jefe de campaña y fontanero para los Florrick, es ambicioso, estratega, y gran conocedor de la jauría humana que se esconde tras la parafernalia necesaria para escoger a un candidato. Al político y la persona, Eli los conoce bien.
Ninguno somos tan guapos como en nuestro foto de perfil de Whatsapp, ni tenemos una vida tan intensa como hacemos ver en Facebook, ni somos tan inteligentes como hacemos creer en Twitter, ni tan buenos fotógrafos como aparentamos ser en Instagram. Es lo que tiene Internet, nadie es lo que parece. Todos tenemos algo de impostores. En la vida política española sucede lo mismo. Nadie es lo que aparenta ser.
El exministro que evadía en Suiza. Los muy honorables y los millones que escondían en Andorra. Los apandadores de las tarjetas black. El presidente de Diputación que cuenta los billetes de la mordida. El diputado y los cafés de 5000 euros. El embajador que cobraba en B. Los que decían que casta eran los otros. Los conseguidores, los espabilados, los pillos, los tunantes, los que se lo llevaron crudo mientras se daban golpes de pecho. Los de a Dios rogando y con el mazo dando. "Pues era muy simpático, hablaba con todos, no me lo puedo creer". ¿Quién se lo hubiera imaginado? Quién lo hubiera dicho.
Fariseos que nos vendieron la moto escandalizándose ante los pecados de otros, y exhibiendo a cambio su virtud, que resultó ser tan falsa como el moño de Letizia. Sepulcros blanqueados, los que arramblan con los ahorros de jubilados de lunes a viernes y que muy devotamente van a misa de domingo. Los que se arreglan un pisito de 300 metros cuadrados enfrente del Palacio Real. Los que sólo dicen la verdad cuando se equivocan. Como el moño, todo es postizo, la política reducida a cartón piedra. De fondo, suena Sabina: es mentira que fui ladrón de bancos, es mentira que no lo vuelva a ser...
No hay filtro de Instagram que hermosee esto, oiga. Sinvergüenzas, mentirosos compulsivos sin atisbo de escrúpulos, y lo que es peor, sin remordimientos. Esperanza Aguirre dice que el PP es "la única opción que se presenta sin ningún disfraz: somos los que defendemos la libertad, la vida, la propiedad y el imperio de la ley". Ahí queda eso. En algún rincón profundo del desván, Aguirre debe tener su propio retrato a lo Dorian Gray que se retuerce y desfigura un poco más. Sólo así puedes entender que la futura alcaldesa de Madrid (que lo va a ser) suelte semejante perdigonada y siga sonriendo, impertérrita. Incólume. Inalcanzable. La de "quíteme allá esos mendigos, que hacen feo", los Granados y los González. La misma que viste y calza. Wow.
Diríase que el síndrome del impostor se extiende por doquier. No es una licencia literaria, el síndrome del impostor es real, existe como patología médica. Son personas competentes que encuentran imposible creer en su propia competencia, se sienten farsantes. Tienen tendencia a pensar que todos sus logros son fruto del azar y no de su esfuerzo, y que no se merecen las medallas. La paradoja inmensa es que no se me ocurre ni un solo político que parezca aquejado de este mal. Entre la clase política parece que el que realmente aplica es el efecto Dunning-Kruger, en el que gente incompetente encuentra imposible darse cuenta de su propia incompetencia. Cojan a un Dunning-Kruger, súmenle un vanidoso efecto Narciso, y reconocerán al que finge o engaña con apariencia de verdad. Al que se hace pasar por quien no es. El síndrome del impostor con denominación de origen española.
Y así estamos. Ahora, el postureo máximo es decir que no se es ni de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario. Quincemayistas, podemitas, peperos, sociatas y naranjitos dándose codazos para conquistar El Dorado en la mente del votante: el centro. Todos los mensajes impostados y edulcorados, cuando en realidad se podrían resumir en "(apunta) al centro y para dentro (de la Moncloa)". ¿Salvapatrias o vendepatrias? Quia, sólo impostores.
Volviendo a The Good Wife, en esta temporada Alicia Florrick (Julianna Margulies) se presenta como candidata para ser fiscal del Estado. Su oponente es Frank Prady. En un debate improvisado entre ambos candidatos, Alicia le dice a su rival que éste sólo habla de igualdad, o de vencer al racismo, y esa no es la cuestión. Eso es sólo poesía que hace que la gente se sienta bien cuando lo oye. "No voy a empezar haciendo castillos en el aire. Hemos tenido bastantes palabras bonitas. Hemos tenido bastantes novatos hablando de juego limpio pero que se rinden cuando se dan cuenta que no pueden hacer que todo el mundo sea bueno".
Por eso Alicia defiende que ella será mejor fiscal que su contrincante. Porque Prady pretende reconstruir el mundo. Alicia está convencida de que no se puede cambiar a la gente, así que ella apuesta por cambiar la fiscalía. Como es ilusorio cambiar la naturaleza de las personas, lo que hay que hacer es mejorar el funcionamiento de las instituciones.
Alicia resulta elegida. Pero claro, se trata de ficción. ¿Votaríamos ese horizonte tan gris y desapasionado? ¿Votaríamos la opción racional? La respuesta es que no, y nuestras cabezas de cartel lo saben. Dice José Antonio Marina en su libro La pasión del poder: "El éxito de un gobierno requiere la aceptación de ficciones, requiere la suspensión voluntaria de la incredulidad, requiere que nosotros creamos que el emperador está vestido, aunque podamos ver que no lo está". El ejercicio del poder es un drama público, puro teatro. Unos actores saldrán de escena entre pitos y abucheos, y entrarán otros fingiendo fustigar a los primeros, arrancándonos así aplausos y vítores. Los viejos villanos serán desplazados por los nuevos héroes, que a su vez terminarán siendo los futuros impostores. Y el espectáculo, una vez más, continuará.
Ninguno somos tan guapos como en nuestro foto de perfil de Whatsapp, ni tenemos una vida tan intensa como hacemos ver en Facebook, ni somos tan inteligentes como hacemos creer en Twitter, ni tan buenos fotógrafos como aparentamos ser en Instagram. Es lo que tiene Internet, nadie es lo que parece. Todos tenemos algo de impostores. En la vida política española sucede lo mismo. Nadie es lo que aparenta ser.
El exministro que evadía en Suiza. Los muy honorables y los millones que escondían en Andorra. Los apandadores de las tarjetas black. El presidente de Diputación que cuenta los billetes de la mordida. El diputado y los cafés de 5000 euros. El embajador que cobraba en B. Los que decían que casta eran los otros. Los conseguidores, los espabilados, los pillos, los tunantes, los que se lo llevaron crudo mientras se daban golpes de pecho. Los de a Dios rogando y con el mazo dando. "Pues era muy simpático, hablaba con todos, no me lo puedo creer". ¿Quién se lo hubiera imaginado? Quién lo hubiera dicho.
Fariseos que nos vendieron la moto escandalizándose ante los pecados de otros, y exhibiendo a cambio su virtud, que resultó ser tan falsa como el moño de Letizia. Sepulcros blanqueados, los que arramblan con los ahorros de jubilados de lunes a viernes y que muy devotamente van a misa de domingo. Los que se arreglan un pisito de 300 metros cuadrados enfrente del Palacio Real. Los que sólo dicen la verdad cuando se equivocan. Como el moño, todo es postizo, la política reducida a cartón piedra. De fondo, suena Sabina: es mentira que fui ladrón de bancos, es mentira que no lo vuelva a ser...
No hay filtro de Instagram que hermosee esto, oiga. Sinvergüenzas, mentirosos compulsivos sin atisbo de escrúpulos, y lo que es peor, sin remordimientos. Esperanza Aguirre dice que el PP es "la única opción que se presenta sin ningún disfraz: somos los que defendemos la libertad, la vida, la propiedad y el imperio de la ley". Ahí queda eso. En algún rincón profundo del desván, Aguirre debe tener su propio retrato a lo Dorian Gray que se retuerce y desfigura un poco más. Sólo así puedes entender que la futura alcaldesa de Madrid (que lo va a ser) suelte semejante perdigonada y siga sonriendo, impertérrita. Incólume. Inalcanzable. La de "quíteme allá esos mendigos, que hacen feo", los Granados y los González. La misma que viste y calza. Wow.
Diríase que el síndrome del impostor se extiende por doquier. No es una licencia literaria, el síndrome del impostor es real, existe como patología médica. Son personas competentes que encuentran imposible creer en su propia competencia, se sienten farsantes. Tienen tendencia a pensar que todos sus logros son fruto del azar y no de su esfuerzo, y que no se merecen las medallas. La paradoja inmensa es que no se me ocurre ni un solo político que parezca aquejado de este mal. Entre la clase política parece que el que realmente aplica es el efecto Dunning-Kruger, en el que gente incompetente encuentra imposible darse cuenta de su propia incompetencia. Cojan a un Dunning-Kruger, súmenle un vanidoso efecto Narciso, y reconocerán al que finge o engaña con apariencia de verdad. Al que se hace pasar por quien no es. El síndrome del impostor con denominación de origen española.
Y así estamos. Ahora, el postureo máximo es decir que no se es ni de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario. Quincemayistas, podemitas, peperos, sociatas y naranjitos dándose codazos para conquistar El Dorado en la mente del votante: el centro. Todos los mensajes impostados y edulcorados, cuando en realidad se podrían resumir en "(apunta) al centro y para dentro (de la Moncloa)". ¿Salvapatrias o vendepatrias? Quia, sólo impostores.
Volviendo a The Good Wife, en esta temporada Alicia Florrick (Julianna Margulies) se presenta como candidata para ser fiscal del Estado. Su oponente es Frank Prady. En un debate improvisado entre ambos candidatos, Alicia le dice a su rival que éste sólo habla de igualdad, o de vencer al racismo, y esa no es la cuestión. Eso es sólo poesía que hace que la gente se sienta bien cuando lo oye. "No voy a empezar haciendo castillos en el aire. Hemos tenido bastantes palabras bonitas. Hemos tenido bastantes novatos hablando de juego limpio pero que se rinden cuando se dan cuenta que no pueden hacer que todo el mundo sea bueno".
Por eso Alicia defiende que ella será mejor fiscal que su contrincante. Porque Prady pretende reconstruir el mundo. Alicia está convencida de que no se puede cambiar a la gente, así que ella apuesta por cambiar la fiscalía. Como es ilusorio cambiar la naturaleza de las personas, lo que hay que hacer es mejorar el funcionamiento de las instituciones.
Alicia resulta elegida. Pero claro, se trata de ficción. ¿Votaríamos ese horizonte tan gris y desapasionado? ¿Votaríamos la opción racional? La respuesta es que no, y nuestras cabezas de cartel lo saben. Dice José Antonio Marina en su libro La pasión del poder: "El éxito de un gobierno requiere la aceptación de ficciones, requiere la suspensión voluntaria de la incredulidad, requiere que nosotros creamos que el emperador está vestido, aunque podamos ver que no lo está". El ejercicio del poder es un drama público, puro teatro. Unos actores saldrán de escena entre pitos y abucheos, y entrarán otros fingiendo fustigar a los primeros, arrancándonos así aplausos y vítores. Los viejos villanos serán desplazados por los nuevos héroes, que a su vez terminarán siendo los futuros impostores. Y el espectáculo, una vez más, continuará.