Existe una forma de rechazo radical que llega al extremo de que madres y padres repudien a sus propios hijos. Las familias se hacen fuertes en torno a una persona que sea objeto de la marginación de otros cuando el factor de exclusión es la raza, la religión, la nacionalidad o la discapacidad física o psíquica. Pero no cuando es el sexo lo que está en juego, ya sea por la orientación o por la identidad sentidas. La posición sexual de un hijo o una hija es la única circunstancia por la que una familia llega a renegar de uno de sus miembros por razones que no ha elegido y sobre las que no tiene poder de decisión.
Hay un caso reciente que ha conmocionado a la opinión pública mundial y que ha favorecido un cambio de legislación en uno de los países más poderosos y supuestamente más avanzados de nuestro absurdo mundo. La joven de diecisiete años Leelah Alcorn se quitó la vida a finales de 2014 porque no encontró en su familia el apoyo que necesitaba. En la nota de suicidio que escribió en su blog decía: "La vida que habría vivido no merece la pena ser vivida... porque soy transgénero". Sus padres la habían obligado a atender a sesiones de terapia de conversión, un tratamiento de orientación conservadora, que aspira a forzar una especie reprogramación imposible de la sexualidad de aquellos que no sean perfectamente heterosexuales o cisgénero (lo contrario de transgénero). En su nota, Leelah -nacida Josh- denunciaba que los terapeutas cristianos a los que la llevaba su madre habían tratado de convertirla de nuevo en un niño. El resultado de ese forzamiento y del rechazo explícito de los padres fue que Leelah acabara quitándose la vida.
Unos meses más tarde, la transcendencia de esta noticia llevó al presidente Obama a pedir que se ponga fin a este tipo de terapias de conversión para jóvenes homosexuales y transgénero, apoyando la prohibición de esa práctica reparadora en todo el país. La incidencia del suicidio en los jóvenes LGBT multiplica la del resto de jóvenes y son, sin duda, las personas trans quienes más sufren la incomprensión y exclusión que puede llevar a la pulsión suicida. Es una responsabilidad compartida acoger a estas personas que, a veces desde la niñez o la primera adolescencia, reclaman que les permitamos ocupar un lugar nuevo que se les niega.
Estamos asistiendo a una visualización creciente de casos de personas trans en los medios de comunicación que hacen pensar que algo está cambiando. La revista Time declaró el año pasado desde su portada que nos encontramos en el punto de inflexión con respecto a la cuestión trans. La serie de televisión Transparent (Amazon, 2014) relata el outing de un profesor de universidad y padre de familia que a los 70 años comunica a sus tres hijos que siempre ha sido una mujer y que en adelante piensa vivir su vida como Maura. La historia de la ficción está basada en la verdadera experiencia familiar de la directora, Jill Soloway, cuyo padre hizo esa misma transición más o menos a esa edad. La que fuera también guionista de A dos metros bajo tierra vio recompensado su atrevimiento cuando la serie ganó los Globos de Oro más prestigiosos este mismo año por su primera temporada.
Casualidad o no, estas historias se han vuelto a repetir recientemente con la confidencia hecha pública por Bruce Jenner, el que fuera reconocido como el mejor atleta del mundo en categoría masculina en los Juegos Olímpicos de Montreal. A sus 65 años, Jenner ha comunicado a través de una emotiva entrevista televisada que siempre había sentido que tenía el alma de una mujer. También Kellie Maloney, famosa en Inglaterra por organizar combates de boxeo profesional como Frank Maloney, apareció en los medios el año pasado con un semblante femenino y reconociendo esta identidad.
Estos referentes tardíos hablan de que por fin se está pudiendo desvelar un secreto largamente guardado. Quizás su ejemplo sirva para que otros se atrevan a intentar descubrir su verdadera identidad. Otras historias, como la de Leelah, acabaron casi antes de empezar, sin tener la oportunidad siquiera de comenzar esa vida. Quizás su muerte ayude a que otros lo consigan.
El pasado 17 de mayo se celebró el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, una fecha necesaria para exigir el fin de comportamientos excluyentes y actitudes discriminatorias y para visibilizar lo mucho que se ha hecho y todo lo que queda por conseguir. Ojalá algo esté cambiando para las personas trans, como ya ha sucedido en algunos lugares -solo algunos, y no siempre-, para las personas de orientación homosexual.
Hay un caso reciente que ha conmocionado a la opinión pública mundial y que ha favorecido un cambio de legislación en uno de los países más poderosos y supuestamente más avanzados de nuestro absurdo mundo. La joven de diecisiete años Leelah Alcorn se quitó la vida a finales de 2014 porque no encontró en su familia el apoyo que necesitaba. En la nota de suicidio que escribió en su blog decía: "La vida que habría vivido no merece la pena ser vivida... porque soy transgénero". Sus padres la habían obligado a atender a sesiones de terapia de conversión, un tratamiento de orientación conservadora, que aspira a forzar una especie reprogramación imposible de la sexualidad de aquellos que no sean perfectamente heterosexuales o cisgénero (lo contrario de transgénero). En su nota, Leelah -nacida Josh- denunciaba que los terapeutas cristianos a los que la llevaba su madre habían tratado de convertirla de nuevo en un niño. El resultado de ese forzamiento y del rechazo explícito de los padres fue que Leelah acabara quitándose la vida.
Unos meses más tarde, la transcendencia de esta noticia llevó al presidente Obama a pedir que se ponga fin a este tipo de terapias de conversión para jóvenes homosexuales y transgénero, apoyando la prohibición de esa práctica reparadora en todo el país. La incidencia del suicidio en los jóvenes LGBT multiplica la del resto de jóvenes y son, sin duda, las personas trans quienes más sufren la incomprensión y exclusión que puede llevar a la pulsión suicida. Es una responsabilidad compartida acoger a estas personas que, a veces desde la niñez o la primera adolescencia, reclaman que les permitamos ocupar un lugar nuevo que se les niega.
Estamos asistiendo a una visualización creciente de casos de personas trans en los medios de comunicación que hacen pensar que algo está cambiando. La revista Time declaró el año pasado desde su portada que nos encontramos en el punto de inflexión con respecto a la cuestión trans. La serie de televisión Transparent (Amazon, 2014) relata el outing de un profesor de universidad y padre de familia que a los 70 años comunica a sus tres hijos que siempre ha sido una mujer y que en adelante piensa vivir su vida como Maura. La historia de la ficción está basada en la verdadera experiencia familiar de la directora, Jill Soloway, cuyo padre hizo esa misma transición más o menos a esa edad. La que fuera también guionista de A dos metros bajo tierra vio recompensado su atrevimiento cuando la serie ganó los Globos de Oro más prestigiosos este mismo año por su primera temporada.
Casualidad o no, estas historias se han vuelto a repetir recientemente con la confidencia hecha pública por Bruce Jenner, el que fuera reconocido como el mejor atleta del mundo en categoría masculina en los Juegos Olímpicos de Montreal. A sus 65 años, Jenner ha comunicado a través de una emotiva entrevista televisada que siempre había sentido que tenía el alma de una mujer. También Kellie Maloney, famosa en Inglaterra por organizar combates de boxeo profesional como Frank Maloney, apareció en los medios el año pasado con un semblante femenino y reconociendo esta identidad.
Estos referentes tardíos hablan de que por fin se está pudiendo desvelar un secreto largamente guardado. Quizás su ejemplo sirva para que otros se atrevan a intentar descubrir su verdadera identidad. Otras historias, como la de Leelah, acabaron casi antes de empezar, sin tener la oportunidad siquiera de comenzar esa vida. Quizás su muerte ayude a que otros lo consigan.
El pasado 17 de mayo se celebró el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, una fecha necesaria para exigir el fin de comportamientos excluyentes y actitudes discriminatorias y para visibilizar lo mucho que se ha hecho y todo lo que queda por conseguir. Ojalá algo esté cambiando para las personas trans, como ya ha sucedido en algunos lugares -solo algunos, y no siempre-, para las personas de orientación homosexual.