Imagen cedida por la Fundación 25 de Mayo
Muchos recordarán las declaraciones de dirigentes del PP y el PSOE en torno al 15M. "Bienvenidas sean las manifestaciones de la sociedad civil, pero, si quieren cambiar las cosas, que formen un partido".
Han pasado unos años desde esa primera advertencia y ya tenemos esos partidos. Otros partidos o también, como en el caso de Ciudadanos, franquicias ideológicas que salvan los muebles de las viejas formaciones... lacándolos. En todo caso, estas recomendaciones condescendientes de los dirigentes del bipartidismo -"Estos perroflautas no saben de qué va la política"- se han terminado encontrando en un pulso con otras fuerzas de un modo que parecía inimaginable hace poco. Ciertamente, había rémoras importantes.
Por una parte, en virtud del protagonismo mediático de los casos de corrupción del régimen, las ilusiones de cambio habían quedado neutralizadas por una suerte de cinismo tóxico generalizado en el ambiente social. Aunque ese clima -"todos son iguales"- llegaba a ser asfixiante, también inmovilizaba consolidando la alternancia bipartidista y generando la sensación de que, pese a todo, el horizonte era inmutable.
Por otra, la ilusión de cambio quedaba bloqueada en tiempo de crisis económica por el éxito hegemónico del dispositivo neoliberal a la hora de conformar ideológicamente un tipo de subjetividad flexible y emprendedora, incapaz de aprender políticamente de sus malestares y de abrirse al nosotros. Lo que clausuraba el horizonte era un tipo de obcecación autista para la que nada era imposible, todos los contratiempos, fallos individuales provisionales. Uno se cae para levantarse, como dicen los ideólogos del coaching. Era esa atmósfera combinada de corrupción general y ensimismamiento prepotente lo que cerraba la politización de la indignación.
¿Qué consecuencia se derivaba de esta oscilación entre el idealismo individualista y el escepticismo colectivo? Un bloqueo del deseo político genuino generado por el marco de que no había alternativas. Esta resignación impedía abanderar toda ilusión de lo posible y llevaba a sus abogados a ser condenados por sus cínicos adversarios como ilusos ante la opinión pública.
Entre otras cosas, esto se producía gracias a un hábil desprestigio del significado "utópico" por parte del discurso neoliberal. El panoli ilusionado quedaba definido como un Quijote simpático pero irreal, mientras los cínicos aparecían como seres cabales y realistas; es más, en virtud de este mecanismo psicosocial se legitimaban medidas extremistas y contrarias al sentido común, generando la impresión de que cualquier cambio significativo de las mismas era inalcanzable, imposible. El marco neoliberal triunfaba así definiendo en su beneficio el significado de lo que era utópico o no, y blanqueando su propia dimensión utópica e irreal de feliz mercado autorregulado, como si fuera un discurso naturalizado, necesario y desideologizado.
Son cuestiones importantes estas de la política y deseo. Algunos científicos sociales, como Jon Elster, han comentado la famosa fábula de la zorra y las uvas como un ejemplo de mecanismo psicosocial orientado a que las personas renuncien a su deseo a fin de mantener una posible coherencia entre creencias en conflicto. Como es conocido, en la fábula, la zorra, al enfrentarse al hecho de que las uvas deseadas están demasiado altas y son inalcanzables, inventa para sí misma el subterfugio de que aún están verdes.
De esta manera, reduce la disonancia entre dos percepciones en conflicto (el deseo de conseguir las uvas y el arduo trabajo de acceder a ellas), agregando una nueva ("las uvas están verdes"), que construye la coherencia de las creencias al precio de perder el deseo. Del mismo modo, una persona que inicialmente consideraba muy deseable cierto valor, enfrentado al hecho de que no tiene posibilidades reales de obtenerlo, puede modificar su opinión sobre él y subestimarlo para salvaguardar su posición. Se trata de un mecanismo orientado a desestimar el valor del objeto con el fin de reducir una posible situación de impotencia. Esto es, un modo de hacer de la necesidad, virtud.
El símil es pertinente. Nos han hecho creer que las uvas estaban verdes para no que fuéramos a por ellas. Se nos ha dicho que todo cambio político era inalcanzable para que no lo deseáramos. Pero hemos conquistado el deseo. Revertida por diferentes causas, esta situación de necesidad e imposibilidad en los últimos tiempos -"Sí se puede"- y habiéndose mostrado, por pequeñas que sean, algunas fisuras o agrietamientos, que el cambio era posible, Podemos y Syriza han despertado algo más que una ilusión política inédita. La han conquistado desde un primero y más importante bastión, el horizonte fáctico de la posibilidad.
Ya no son fuerzas políticas "que están verdes", son fuerzas cuyas posiciones, por haberse ganado el derecho a ser alcanzables, pueden comenzar a ser deseables aquí y ahora. De este modo, se ha deshecho el embrujo, el bloqueo del deseo. Estamos, por primera vez en mucho tiempo, jugando en el campo realista de lo posible. Es más, en el momento en el que tiene lugar la opción de que se puede ganar y que los perdedores pueden jugar en la liga de los poderosos, el horizonte de lo posible se amplía. Por eso, reducir esta ilusión a una borrachera maximalista de expectativas, como se oye desde algunas voces de los movimientos sociales, es un error de perspectiva. Tan malo es obsesionarse con apostar todas las cartas a ganar como no querer hacerlo por el miedo a ganar.
No hay por ello que entender en absoluto el ilusionado "podemos" de Podemos como un voluntarismo irreal, suspendido sobre las determinaciones económicas y sociales. No faltan en la actualidad las apelaciones a ese sujeto flexible, líquido, sin gravedad social, porque ha sido la ideología neoliberal quien mejor hasta ahora ha hegemonizado la ilusión en el campo social privatizando ese malestar, bien reduciéndolo a queja individual, bien a oportunidad o acicate para el buen emprendimiento: no hay mala crisis que por bien no venga al buen emprendedor solitario.
Ahora bien, fue justo ese ensimismado "yo puedo" eufemístico -"imposible es una opinión", dice Albert Rivera con aires del Tom Cruise cienciológico en su video de campaña-, tan proclive a ascender a la euforia como a descender a la depresión, el que reveló sus fracturas en las protestas del 15M. Fue la estela de la consigna "Sí se puede" la que nos mostró las grietas de ese espejo inexorable que nos mostraba el horizonte bipartidista, pero poniendo de manifiesto un tipo de fuerza política diferente del "sálvese quien pueda". De ahí que el "podemos" de Podemos no surja de la prepotencia de la conquista de lo imposible, sino más bien del encadenamiento colectivo e ilusionado de muchas impotencias que hasta ahora por diversas razones no encontraban salida o una gramática política.
Madrid, bastión del PP, epicentro de la corrupción de las últimas décadas y laboratorio privilegiado de las políticas neoliberales más depredadoras de lo público, tampoco está verde, sino maduro para cambiar de signo político. Muchos amigos me escriben diciéndome que el tándem Carmena/Gabilondo es el que más les seduce para el cambio.
Gabilondo es un tipo simpático, al que su partido le quiere presentar, para lavar la cara, como un Quijote ciudadano, pero nunca se posicionará de cara frente a los poderes fácticos, como no lo hizo ante la Reforma de Bolonia y el artículo 135 de la Constitución. Y tiene a sus espaldas un aparato político que ha sido funcional al paisaje que hoy nos encontramos en la capital. Si hay que ganar, que sea desde la fuerza de alguien que han dado la cara en los movimientos sociales desde hace décadas, como José Manuel López o Manuela Carmena, valores indiscutibles de una nueva forma de hacer política.
Estamos llevando a Madrid del cielo de lo imposible al cielo de lo posible. Estábamos tan mal acostumbrados a la prepotencia, la soberbia y la chulería de la política de amiguetes del PP que gente cabal como José Manuel o Manuela se nos antojan ahora extraños pero indispensables. Su trabajo silencioso en las trincheras de la sociedad civil es lo que más necesitamos: una vuelta a ese cordura que nos robaron. El aparato del PSOE que nos ha llevado a donde estamos no puede maquillarse más en gatopardismos, por metafísicos que sean.
Aquí sí que nos jugamos las uvas.