Cuenta el crítico poscolonial Homi Bhabha que una de las cosas más perturbadoras que les ocurrían a los colonos de las antiguas potencias imperiales era encontrarse a individuos de los lugares que habían colonizado con modos y maneras mesuradas y razonables. ¿Cómo era posible que aquellos a los que llamaban "salvajes" se comportaran de esa forma? ¿En qué clase de falacia se sostenía el discurso colonial? ¿No era en realidad el comportamiento de los colonos mucho más salvaje?
Me acordé de Homi Bhabha el otro día mientras veía el debate entre Esperanza Aguirre y Manuela Carmena. ¿No tuvo nadie la sensación de que la condesa había perdido definitivamente las formas, de que tiraba de todo lo posible para ensuciar el debate y desactivar ese entusiasmo que va más allá de la izquierda y que se está generando en torno a la candidata Ahora Madrid? ¿No les parecieron los modos de Aguirre tan autoritarios, tan faltos de matices y tan chavistas como los del propio Chávez?
¿Y qué pasó con Manuela Carmena? Pues yo creo que lo que le pasa a todo el mundo con este Gobierno y esta derecha, que uno no termina de creerse que se vayan a atrever a hacer esas cosas con las que al final se atreven: uno no piensa que le vayan a quitar la beca, y se la quitan. No piensa que vayan a cargarse la tele pública, y se la cargan. No piensa que vayan a aprobar la ley mordaza, y la aprueban. No piensa que vayan a seguir los recortes, y siguen. No piensa que vayan a intentar escaquearse de las ponzoñosas evidencias de tantos casos de corrupción. Y lo intentan...
Por eso es tan fácil identificarse con una señora como Carmena, porque no imaginas que te la intente jugar a la primera que estés despistado. Y eso relaja bastante y te permite dedicarte a mejorar tus cosas y las de los demás.
Hay un momento en la vida en el que a todo sujeto hiperbólico se le atrofia la capacidad de discernir y termina saturando: el que era un guaperas te parece un chulo, la que se separaba del grupo por sensible y diferente, una diva raruna, la que iba de sincera y extrovertida, te parece una enredona, y el chistoso empieza a resultarte un cretino.
Para algunos, hace tiempo que Esperanza Aguirre alcanzó el límite de lo tolerable. Ahora solo falta que lo piensen los que consideran que su desparpajo y su supuesta cercanía son la evidencia de una empatía hacia los problemas de los ciudadanos. Igual que les ocurrió a los habitantes de las antiguas colonias, que un día se dieron cuenta de que no tenían nada que agradecerle a aquellos señores blancos que a veces les sonreían o les daban una palmadita en la espalda desde lo alto del caballo.
Me acordé de Homi Bhabha el otro día mientras veía el debate entre Esperanza Aguirre y Manuela Carmena. ¿No tuvo nadie la sensación de que la condesa había perdido definitivamente las formas, de que tiraba de todo lo posible para ensuciar el debate y desactivar ese entusiasmo que va más allá de la izquierda y que se está generando en torno a la candidata Ahora Madrid? ¿No les parecieron los modos de Aguirre tan autoritarios, tan faltos de matices y tan chavistas como los del propio Chávez?
¿Y qué pasó con Manuela Carmena? Pues yo creo que lo que le pasa a todo el mundo con este Gobierno y esta derecha, que uno no termina de creerse que se vayan a atrever a hacer esas cosas con las que al final se atreven: uno no piensa que le vayan a quitar la beca, y se la quitan. No piensa que vayan a cargarse la tele pública, y se la cargan. No piensa que vayan a aprobar la ley mordaza, y la aprueban. No piensa que vayan a seguir los recortes, y siguen. No piensa que vayan a intentar escaquearse de las ponzoñosas evidencias de tantos casos de corrupción. Y lo intentan...
Por eso es tan fácil identificarse con una señora como Carmena, porque no imaginas que te la intente jugar a la primera que estés despistado. Y eso relaja bastante y te permite dedicarte a mejorar tus cosas y las de los demás.
Hay un momento en la vida en el que a todo sujeto hiperbólico se le atrofia la capacidad de discernir y termina saturando: el que era un guaperas te parece un chulo, la que se separaba del grupo por sensible y diferente, una diva raruna, la que iba de sincera y extrovertida, te parece una enredona, y el chistoso empieza a resultarte un cretino.
Para algunos, hace tiempo que Esperanza Aguirre alcanzó el límite de lo tolerable. Ahora solo falta que lo piensen los que consideran que su desparpajo y su supuesta cercanía son la evidencia de una empatía hacia los problemas de los ciudadanos. Igual que les ocurrió a los habitantes de las antiguas colonias, que un día se dieron cuenta de que no tenían nada que agradecerle a aquellos señores blancos que a veces les sonreían o les daban una palmadita en la espalda desde lo alto del caballo.