Imagine que es usted un niño o una niña de una zona rural pobre, cuya familia ha tenido grandes dificultades para lograr que asista a la escuela. Al igual que otros 50 millones de niños de distintas partes del mundo desde el año 2000, por fin ha llegado a las aulas. Ahora se le plantea la sencilla cuestión de qué aprenderá. Lamentablemente, la respuesta es que no aprenderá mucho.
El mundo se enfrenta a una profunda crisis del aprendizaje. Si bien cada vez es mayor el número de niñas y niños que se escolarizan (lo que refleja los esfuerzos colosales realizados por los gobiernos de todo el mundo), los sistemas de educación no logran proporcionarles las competencias y los conocimientos que necesitan para hacer realidad sus aspiraciones.
En el nuevo Informe de Seguimiento de la Educación Para Todos en el Mundo de la UNESCO, titulado Enseñanza y aprendizaje: Lograr la calidad para todos, se revela que 250 millones de niños no están adquiriendo los conocimientos básicos en lectura, escritura y aritmética, incluso después de haber pasado años escolarizados.
En el África Subsahariana (la región más afectada), un 40% de los jóvenes ha recibido tan poca instrucción, o su educación ha sido de tan mala calidad, que no pueden leer una oración entera. Las niñas y las mujeres son las más gravemente afectadas. Estimamos que, en el Asia Meridional y Occidental, las mujeres representan dos tercios de los jóvenes que no pueden leer.
E incluso en regiones con buenos resultados generales, como América Latina y el Caribe, persisten las disparidades entre países. El porcentaje de niños que adquieren conocimientos básicos va desde el 95% que registran Argentina, Chile, Cuba, México y Uruguay a menos del 80% en la República Dominicana, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Paraguay.
La discriminación se ha visto exacerbada por la crisis. A los niños más afortunados les enseñan docentes que cuentan con la mejor formación y los mejores recursos, mientras que los más desfavorecidos tienen docentes con formación y apoyo más escasos.
Durante años, los gobiernos se han esforzado por que se escolarice a los niños; ahora debemos concentrarnos en la calidad de lo que aprenden y, para ello, es necesario prestar una atención preferente a los maestros.
Los docentes tienen una importancia crucial para promover los derechos humanos y la dignidad de las personas, favorecer la aparición de ciudadanos comprometidos y activos, crear las condiciones necesarias para erradicar la pobreza, e impulsar un desarrollo sostenible e integrador.
La calidad de la educación concierne tanto a los países desarrollados como a los países en desarrollo. La realidad es que la calidad de los sistemas educativos es un reflejo de la calidad de sus docentes, y nada puede sustituir a un buen docente. Considero que, para ofrecer a todos y cada uno de los niños las mismas oportunidades, debemos actuar en los cuatro planos siguientes.
En primer lugar, los gobiernos deben contratar a profesores de orígenes diversos a fin de reflejar la experiencia de los niños a los que enseñan.
En segundo lugar, necesitamos contar con una mejor formación para ayudar a los docentes a apoyar a los estudiantes desfavorecidos. Hay buenos ejemplos en los que inspirarse: en Malawi, por ejemplo, donde la capacitación de los nuevos docentes permite que estos adquieran experiencia en el trabajo con niños desfavorecidos o vulnerables.
En tercer lugar, se deben ofrecer incentivos a los docentes para que enseñen en escuelas remotas y con servicios insuficientes. Es necesario que a los mejores docentes se les ofrezcan incentivos, por medio de planes de carrera atractivos, contratos seguros y una remuneración justa para que no abandonen su profesión. Con demasiada frecuencia, los países esperan maravillas sin centrarse en la enseñanza como prioridad.
Y, lo que es más importante, los gobiernos deben reconocer que los buenos docentes necesitan un buen sistema educativo con planes y programas de estudios integradores, con un ritmo de progresión adecuado y con instrumentos de evaluación en el aula eficaces que permitan identificar y prestar apoyo a aquellos estudiantes que más lo necesiten.
Es mucho lo que está en juego. Ana, una maestra del Perú, lo expresó con acierto cuando nos dijo: "Elegí ser maestra porque creo que la educación tiene el poder de transformar la sociedad en que vivimos".
Los docentes renuevan su compromiso cada día en las aulas. Nuestra responsabilidad es ayudarles, porque esa es la mejor manera de promover los derechos y la dignidad de todas las niñas y todos los niños y de construir sociedades más abiertas y justas.
Estos cambios en las políticas tienen un coste, pero también lo tiene la crisis mundial del aprendizaje, que la UNESCO estima a escala mundial en 129.000 millones de dólares estadounidenses anuales. Si no actuamos ahora, el precio se pagará durante generaciones y será mucho más elevado. El mundo no puede permitírselo.
El mundo se enfrenta a una profunda crisis del aprendizaje. Si bien cada vez es mayor el número de niñas y niños que se escolarizan (lo que refleja los esfuerzos colosales realizados por los gobiernos de todo el mundo), los sistemas de educación no logran proporcionarles las competencias y los conocimientos que necesitan para hacer realidad sus aspiraciones.
En el nuevo Informe de Seguimiento de la Educación Para Todos en el Mundo de la UNESCO, titulado Enseñanza y aprendizaje: Lograr la calidad para todos, se revela que 250 millones de niños no están adquiriendo los conocimientos básicos en lectura, escritura y aritmética, incluso después de haber pasado años escolarizados.
En el África Subsahariana (la región más afectada), un 40% de los jóvenes ha recibido tan poca instrucción, o su educación ha sido de tan mala calidad, que no pueden leer una oración entera. Las niñas y las mujeres son las más gravemente afectadas. Estimamos que, en el Asia Meridional y Occidental, las mujeres representan dos tercios de los jóvenes que no pueden leer.
E incluso en regiones con buenos resultados generales, como América Latina y el Caribe, persisten las disparidades entre países. El porcentaje de niños que adquieren conocimientos básicos va desde el 95% que registran Argentina, Chile, Cuba, México y Uruguay a menos del 80% en la República Dominicana, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Paraguay.
La discriminación se ha visto exacerbada por la crisis. A los niños más afortunados les enseñan docentes que cuentan con la mejor formación y los mejores recursos, mientras que los más desfavorecidos tienen docentes con formación y apoyo más escasos.
Durante años, los gobiernos se han esforzado por que se escolarice a los niños; ahora debemos concentrarnos en la calidad de lo que aprenden y, para ello, es necesario prestar una atención preferente a los maestros.
Los docentes tienen una importancia crucial para promover los derechos humanos y la dignidad de las personas, favorecer la aparición de ciudadanos comprometidos y activos, crear las condiciones necesarias para erradicar la pobreza, e impulsar un desarrollo sostenible e integrador.
La calidad de la educación concierne tanto a los países desarrollados como a los países en desarrollo. La realidad es que la calidad de los sistemas educativos es un reflejo de la calidad de sus docentes, y nada puede sustituir a un buen docente. Considero que, para ofrecer a todos y cada uno de los niños las mismas oportunidades, debemos actuar en los cuatro planos siguientes.
En primer lugar, los gobiernos deben contratar a profesores de orígenes diversos a fin de reflejar la experiencia de los niños a los que enseñan.
En segundo lugar, necesitamos contar con una mejor formación para ayudar a los docentes a apoyar a los estudiantes desfavorecidos. Hay buenos ejemplos en los que inspirarse: en Malawi, por ejemplo, donde la capacitación de los nuevos docentes permite que estos adquieran experiencia en el trabajo con niños desfavorecidos o vulnerables.
En tercer lugar, se deben ofrecer incentivos a los docentes para que enseñen en escuelas remotas y con servicios insuficientes. Es necesario que a los mejores docentes se les ofrezcan incentivos, por medio de planes de carrera atractivos, contratos seguros y una remuneración justa para que no abandonen su profesión. Con demasiada frecuencia, los países esperan maravillas sin centrarse en la enseñanza como prioridad.
Y, lo que es más importante, los gobiernos deben reconocer que los buenos docentes necesitan un buen sistema educativo con planes y programas de estudios integradores, con un ritmo de progresión adecuado y con instrumentos de evaluación en el aula eficaces que permitan identificar y prestar apoyo a aquellos estudiantes que más lo necesiten.
Es mucho lo que está en juego. Ana, una maestra del Perú, lo expresó con acierto cuando nos dijo: "Elegí ser maestra porque creo que la educación tiene el poder de transformar la sociedad en que vivimos".
Los docentes renuevan su compromiso cada día en las aulas. Nuestra responsabilidad es ayudarles, porque esa es la mejor manera de promover los derechos y la dignidad de todas las niñas y todos los niños y de construir sociedades más abiertas y justas.
Estos cambios en las políticas tienen un coste, pero también lo tiene la crisis mundial del aprendizaje, que la UNESCO estima a escala mundial en 129.000 millones de dólares estadounidenses anuales. Si no actuamos ahora, el precio se pagará durante generaciones y será mucho más elevado. El mundo no puede permitírselo.