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¿Ricos o pobres?

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Puerto de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Foto: JJ/MI.



La OCDE alerta de que la desigualdad entre ricos y pobres en sus países miembros ha alcanzado un nuevo récord, y nos acordamos de un artículo recientemente publicado en The Wall Street Journal en el que el multimillonario Warren Buffet sigue sosteniendo que la actual economía de mercado es la clave del crecimiento y la prosperidad.

En su análisis, simple y falaz, Buffet muestra un concepto de la sociedad en la que el ser humano ha nacido para trabajar y buscar el éxito económico, el cual depende del talento individual. Remata el artículo con la frase "América proporcionará una vida digna para cualquier persona dispuesta a trabajar". Según él, los que "no pueden o no tienen la voluntad de trabajar" simplemente se quedarán en la pobreza.

El asistencialismo, o la limosna, han demostrado no ser buenos sistemas para el desarrollo del ser humano, pero la economía de libre mercado, a la vista está, tampoco. Pues aunque, como rezan la mayoría de teorías, el objeto de la economía debe ser aportar criterios para que la distribución de los recursos sea lo más eficiente posible siguiendo principios de equidad, esto en la práctica no se cumple.

¿Por qué?

Las teorías económicas actuales más reconocidas se basan en falacias psicológicas, lo que hace imposible que tengan éxito. Entendiendo por éxito el bienestar económico de todos los habitantes de este planeta.

Todas las propuestas económicas actuales se basan en el esfuerzo individual, cada uno luchando por sí mismo en un mercado impersonal, despiadado, que supuestamente se autorregula, pero que no lo hace en absoluto. Se menosprecian fuerzas inherentes en el ser humano tales como la inteligencia, la bondad, la autorrealización y la solidaridad. La vida está llena de ejemplos de estas buenas aptitudes a las que no se da publicidad.

Así, se estudia el comportamiento del ser humano frente a la economía sin tener en cuenta que este comportamiento está condicionado por el propio sistema en el que se halla. Es como si se estudia el comportamiento de un preso y se llega a la conclusión de que le gustan los paseos cortos, obviando que solo dispone del patio de la cárcel para pasear.

Otra gran falacia es la supuesta igualdad de oportunidades. Es obvio que cada uno parte de diferentes circunstancias externas (posición económica y social, el acceso a la formación, etc.), y personales, pues hay diferencias psicológicas individuales que nos hacen más aptos para unas actividades que para otras. Todos somos igual de valiosos, pero no somos iguales.

Otra falacia es la idea de que la competencia es la mejor manera de generar riqueza y prosperidad. El origen de la motivación psicológica de la competencia es el miedo, la lucha por el poder, por el control. Y del miedo y la lucha entre nosotros no puede surgir un sistema saludable para nadie.

Desgraciadamente, la inmadurez humana también alcanza a los que llegan a posiciones en las que podrían regular adecuadamente las normas y principios macroeconómicos a favor de todos. Y no hablamos de grandes cambios estructurales, simplemente de aprender a dejar de competir y luchar por el poder, en favor de aprender a colaborar y fomentar el bien común. No es tan difícil, ya ocurre en pequeños colectivos y en situaciones de emergencia.

¿Cuál es el camino?

El individualismo, que surge del miedo, hace que el motor sea la búsqueda de bienestar personal y la ambición, lo que genera inevitablemente sufrimiento. Si todo el mundo tuviera lo necesario, no habría peligro de que nadie quisiera trabajar; es mucho más fuerte y satisfactoria la motivación de la solidaridad y el reconocimiento mutuo, el hacer algo bueno para todos, obteniendo el agradecimiento y el apoyo de la comunidad. Quien lo practica lo sabe.

En el momento actual, la humanidad debe aprender a pasar de un sistema cuyo objetivo principal es sobrevivir o enriquecerse, a otro en el que las necesidades básicas estén sobradamente garantizadas y que permita disfrutar aprendiendo, colaborando, desarrollándose y autorrealizándose.

En definitiva, la raíz, el origen psicológico del desorden económico mundial, está en el miedo al futuro y a ser menos que otros, lo cual genera la lucha de uno con los demás. Los que van ganando esta lucha temen perderla, muchos otros quieren llegar a ganar esa batalla, y entre todos perpetúan el sistema. La solución está en que la mayor cantidad de personas posible entienda bien los errores de la situación actual y aprenda a resolver el miedo para, sin excluir a nadie, favorecer el bien común frente al individual y establecer un verdadero orden económico y social.

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