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Aguirre en el país de los Soviets

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Nada de lo que está ocurriendo en el PP en las horas transcurridas desde la noche del 24-M es extraño. La pérdida de 2,5 millones de votos, pero sobre todo, la pérdida del poder cuasi absoluto del que había disfrutado en los últimos cuatro años, ha desarbolado al partido.

Es un claro caso de estrés post-traumático: primero, la incredulidad y el desconcierto, luego la negación de la evidencia. Después, la estampida de los líderes regionales apartados del poder por las urnas, y el goteo de críticas, más o menos sonoras, en una sola dirección: hacia arriba. Es razonable que -espejito, espejito- se cuestione el liderazgo de Rajoy: lo contrario sería inconcebible. Pronto vendrán los cambios, en el gobierno y en el partido. Nada fuera de lo normal.

Pero sí hay algo que resulta estrambótico. Se llama Esperanza Aguirre. Es la candidata más votada en la ciudad de Madrid: ganó las elecciones, pero perdió la alcaldía -salvo maniobras extrañas que preferimos no conjurar aquí-. Desde esa noche, Aguirre ha entrado en un bucle loco y extraño.

El martes pidió una alianza para "salvar el sistema europeo occidental" porque Podemos "utilizará el Ayuntamiento de Madrid como trampolín para ser la primera fuerza política en España y cambiar nuestro sistema democrático". Acusó a Ahora Madrid de estar fuera de la democracia, lo que le valió un zasca memorable de la número uno de la formación, Manuela Carmena...




... e incluso una rectificación en toda regla del Ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, que como máximo responsable de la diplomacia española bastantes fuegos debe estar apagando como para que desde su propio partido aparezcan bomberas-pirómanas.

Esperanza jugó fuerte, sin consultarlo con la dirección del partido: puso sus votos al servicio del socialista Antonio Miguel Carmona (el PSOE quedó en tercera posición), y llegó a ofrecerle la alcaldía, sumando a Ciudadanos para conseguir una sólida mayoría de 37 diputados. La respuesta del improbable alcaldable no fue menos contundente:





El PP, finalmente, le ha 'comprado' la idea: ofrezcamos nuestros votos al PSOE en todos los lugares donde sumemos mayoría -casi todos-, para parar a Podemos. Como la negativa es previsible -piensan-, al menos habremos demostrado un talante negociador.

Pero la vuelta de tuerca del miércoles ha sido realmente espectacular. Aguirre ha propuesto un gobierno de concentración abierto a esos peligrosos bolcheviques bolivarianos, a esa amenaza para la democracia occidental que representa Podemos, integrado en Ahora Madrid. La única condición que pone es que no se conformen soviets en los distritos. Y, aunque confiesa que no se ha leído el programa de Podemos, acaba de descubrir múltiples afinidades con las propuestas socialistas y de Ciudadanos.

Un momento. ¿Soviets? ¿Dijo soviets?







La campaña parece haber trastornado a Aguirre, que había jugado a muerte su última carta. Retorció el brazo de Rajoy hasta conseguir su designación; y hasta hace dos meses, pensaba que se comería vivos a sus rivales en las urnas. Había empapelado Madrid -hasta los taxis- con su foto; llevaba el Chester inflable a todos los rincones; volvió a vestirse de chulapa y multiplicó exponencialmente sus entrevistas y canutazos (por cierto, estaría bien que en un ejercicio de transparencia el PP contara cuánto ha invertido en su campaña). Cuando apareció Manuela Carmena, su primera actitud fue de desprecio.

¿Cómo podrían un grupo de 'bolcheviques', con 250.000 euros de microcréditos, en una sede alquilada en el último minuto en la calle Montera, unos cuantos garabatos y un puñado de pasquines, hacerle sombra?

Cuentan que Carmena había dicho varias veces 'no' a Pablo Iglesias. Cuentan que la última vez fue el domingo 8 de marzo: en Podemos estaban preocupados, no tenían un plan B. El lunes 9, Aguirre soltó la lengua en su estilo habitual en El programa de Ana Rosa de Telecinco, recién designada candidata y tras un durísimo pulso con Rajoy, que había pretendido poner precio a su candidatura: la presidencia del PP regional. Ella montó en cólera y Génova tuvo que rectificar (y calificarla de desleal a través de la prensa). Esperanza había vuelto, más Aguirre que nunca. Carmena vio la entrevista: nada más terminar, descolgó y dijo: "contad conmigo".

El resto está siendo objeto de estudio por los politólogos. La figura de la exjuez creció en un tiempo récord y más de medio millón de madrileños se enamoraron de ella. Y la votaron. Y en breve, será la alcaldesa de Madrid.

Pero volvamos a Esperanza. En su partido ya la dan por amortizada, y sus maniobras a la desesperada de las últimas horas confirman que ha perdido los papeles. Como si de una cruzada se tratara, sigue repitiendo en un tono cada vez más chillón que tiene una misión: salvar a España de los sóviets.

Carles Francino subrayaba bien ayer en La Ventana qué diferente actitud la de la exconcejal, exministra, expresidenta del Senado, expresidenta de la comunidad de Madrid y excazatalentos Aguirre de la del todavía alcalde de Barcelona, Xavier Trías, ante Ada Colau.

En el programa de Ahora Madrid, ese que Aguirre no se ha leído, hay 45 folios con propuestas. Allí no encontraran sóviets, pero quizás sí alguna las razones que expliquen la estrambótica deriva de Esperanza Aguirre.

ACTUALIZACIÓN:
Este mediodía, Aguirre ha ¿corregido? ¿matizado? ¿rectificado? -táchese lo que no proceda- sus declaraciones del miércoles. Asegura ahora que no habló claro y que la propuesta de concentración política para la Alcaldía de Madrid es un 'desiderátum imposible'.

Seguiremos actualizando...


esperanza soviets

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