Con cinco breves extractos y sólo seis minutos, Much Loved ha dividido a Marruecos. El séptimo largometraje de Nabil Ayouch es el espejo de una sociedad, de su cara menos presentable para algunos, pero, desde ahora, es un espejo roto por la censura. Cuando se anunció la prohibición de la película el 25 por la noche, "dado que supone un ultraje grave a los valores morales y a la mujer marroquí y un ataque flagrante a la imagen del reino", el Ministerio de Comunicación decidía seguir la opinión mayoritaria. Con ello, comete un doble error político.
Abuso de lenguaje, abuso de poder
Un recordatorio sucinto de los hechos: la semana pasada, un equipo del Centro Cinematográfico Marroquí (CCM) acudió a Cannes, como cada año, para promocionar el cine marroquí. Esta delegación (que no tiene nada que ver con la Comisión de aprobación y control de películas y, por tanto, no está habilitada para decidir sobre la suerte de las producciones en Marruecos) aprovechó sus peregrinaciones a la Costa Azul para visionar el largometraje de Nabil Ayouch presentado en el contexto de la Quincena de realizadores.
Hablar de "autoridades competentes" sin más precisiones, como hace el Ministerio de Comunicación -que parece responsable de esta decisión de censura- para calificar al equipo de CCM "que ha visto la película durante su proyección en el marco de un festival internacional" es un abuso de lenguaje. Tomar la decisión de censurar la película de Ayouch en base a las apreciaciones de estas "autoridades" (al final no tan competentes) que hacen caso omiso a la ley es un abuso de poder.
Doble fallo
Eso por parte de la forma. En cuanto al fondo, ha (re)surgido un debate sobre el arte y su vocación, sobre los límites de la libertad de expresión, sobre el cine y lo real, sobre las costumbres que enseñamos y las que vivimos. La polémica Much Loved, a veces excesiva y siempre apasionada, ha traspasado los círculos de las críticas, y me alegro. Pero las "autoridades competentes", utilizando un campo léxico bastante constante (ultraje, valores morales, atentado a la imagen), han limitado el debate y le han puesto fin. Es una pena. Por un azar de las fechas, Mustapha El Khalfi, ministro de Comunicación y portavoz del Gobierno, se encontraba de gira por Estados Unidos para promocionar "la dinámica del modelo marroquí de las reformas" justo el día en que se anunció la decisión.
Aparte de esta coincidencia, el segundo error en la respuesta oficial radica en el fondo de la prohibición. Recapitulemos. Esta película fue rodada en Marruecos tras haber obtenido las autorizaciones necesarias. El guión fue revisado y validado por el CCM. Anteriormente, el fondo de financiación cinematográfica se había negado a subvencionar el proyecto. Es una pena para el cineasta, pero, en cualquier caso, es una decisión legítima. No a la ayuda pública sobre criterios estéticos. Sí al rodaje en Marruecos. Con una medida radical y, por ello, excepcional, la censura zanjaba la cuestión de una forma más o menos equilibrada.
Excomunión, recuperación política...
La prohibición obedece a un contexto particular: fuerte movilización en las redes sociales, denuncias contra los trabajadores de la película, amenazas de muerte hacia los actores y director, recuperación política del partido de Istiqlal, proximidad del mes del Ramadán. Se pueden vislumbrar las razones objetivas de la decisión. Porque todo indica que las mismas "autoridades competentes" citadas por El Khalfi han actuado para evitar un posible desbordamiento. Como el clima de seguridad está alterado, ¡cubrámosnos! A menos que esta pusilanimidad sea una confesión de debilidad. Ante todo, la medida contradice los motivos oficiales: con la censura de una película presentada en Cannes y en el resto del mundo, el "ataque a la imagen del reino" está asegurado y plantea serias cuestiones.
¿Somos capaces de discutir sobre temas candentes sin insultos ni anatemas? ¿Sin excomuniones? Aparentemente, no. El debate en torno a las cuestiones identitarias está vivo. No sólo en Marruecos. Hay grandes democracias occidentales que se han visto afectadas por verdaderas guerras culturales. En Estados Unidos, por ejemplo, las guerras culturales causan estragos: desde el aborto hasta la posesión de armas, pasando por la blasfemia y el creacionismo. Pero esta censura preventiva (fuera de la ley) que interviene incluso antes de que el cineasta pida la aprobación oficial da lugar a una triste première en el cine marroquí. Un estreno que, por cierto, podría sentar precedentes... Al zanjar la cuestión de este modo, las "autoridades competentes" claramente toman a los confusos ciudadanos marroquíes, artistas y público en general por menores de edad. Así que, sí, je suis Nabil y todos somos Nabil.
Este post apareció originalmente en la edición francesa de 'El Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco
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Abuso de lenguaje, abuso de poder
Un recordatorio sucinto de los hechos: la semana pasada, un equipo del Centro Cinematográfico Marroquí (CCM) acudió a Cannes, como cada año, para promocionar el cine marroquí. Esta delegación (que no tiene nada que ver con la Comisión de aprobación y control de películas y, por tanto, no está habilitada para decidir sobre la suerte de las producciones en Marruecos) aprovechó sus peregrinaciones a la Costa Azul para visionar el largometraje de Nabil Ayouch presentado en el contexto de la Quincena de realizadores.
Hablar de "autoridades competentes" sin más precisiones, como hace el Ministerio de Comunicación -que parece responsable de esta decisión de censura- para calificar al equipo de CCM "que ha visto la película durante su proyección en el marco de un festival internacional" es un abuso de lenguaje. Tomar la decisión de censurar la película de Ayouch en base a las apreciaciones de estas "autoridades" (al final no tan competentes) que hacen caso omiso a la ley es un abuso de poder.
Doble fallo
Eso por parte de la forma. En cuanto al fondo, ha (re)surgido un debate sobre el arte y su vocación, sobre los límites de la libertad de expresión, sobre el cine y lo real, sobre las costumbres que enseñamos y las que vivimos. La polémica Much Loved, a veces excesiva y siempre apasionada, ha traspasado los círculos de las críticas, y me alegro. Pero las "autoridades competentes", utilizando un campo léxico bastante constante (ultraje, valores morales, atentado a la imagen), han limitado el debate y le han puesto fin. Es una pena. Por un azar de las fechas, Mustapha El Khalfi, ministro de Comunicación y portavoz del Gobierno, se encontraba de gira por Estados Unidos para promocionar "la dinámica del modelo marroquí de las reformas" justo el día en que se anunció la decisión.
Aparte de esta coincidencia, el segundo error en la respuesta oficial radica en el fondo de la prohibición. Recapitulemos. Esta película fue rodada en Marruecos tras haber obtenido las autorizaciones necesarias. El guión fue revisado y validado por el CCM. Anteriormente, el fondo de financiación cinematográfica se había negado a subvencionar el proyecto. Es una pena para el cineasta, pero, en cualquier caso, es una decisión legítima. No a la ayuda pública sobre criterios estéticos. Sí al rodaje en Marruecos. Con una medida radical y, por ello, excepcional, la censura zanjaba la cuestión de una forma más o menos equilibrada.
Excomunión, recuperación política...
La prohibición obedece a un contexto particular: fuerte movilización en las redes sociales, denuncias contra los trabajadores de la película, amenazas de muerte hacia los actores y director, recuperación política del partido de Istiqlal, proximidad del mes del Ramadán. Se pueden vislumbrar las razones objetivas de la decisión. Porque todo indica que las mismas "autoridades competentes" citadas por El Khalfi han actuado para evitar un posible desbordamiento. Como el clima de seguridad está alterado, ¡cubrámosnos! A menos que esta pusilanimidad sea una confesión de debilidad. Ante todo, la medida contradice los motivos oficiales: con la censura de una película presentada en Cannes y en el resto del mundo, el "ataque a la imagen del reino" está asegurado y plantea serias cuestiones.
¿Somos capaces de discutir sobre temas candentes sin insultos ni anatemas? ¿Sin excomuniones? Aparentemente, no. El debate en torno a las cuestiones identitarias está vivo. No sólo en Marruecos. Hay grandes democracias occidentales que se han visto afectadas por verdaderas guerras culturales. En Estados Unidos, por ejemplo, las guerras culturales causan estragos: desde el aborto hasta la posesión de armas, pasando por la blasfemia y el creacionismo. Pero esta censura preventiva (fuera de la ley) que interviene incluso antes de que el cineasta pida la aprobación oficial da lugar a una triste première en el cine marroquí. Un estreno que, por cierto, podría sentar precedentes... Al zanjar la cuestión de este modo, las "autoridades competentes" claramente toman a los confusos ciudadanos marroquíes, artistas y público en general por menores de edad. Así que, sí, je suis Nabil y todos somos Nabil.
Este post apareció originalmente en la edición francesa de 'El Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco
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