Si el retrato del Che Guevara fue el que le dio fama internacional, fue otro tipo de retrato, -el femenino-, por el que Alberto Korda sintió auténtica pasión.
Alberto Díaz Gutiérrez (La Habana, 1928- París, 2001), más conocido como simplemente Korda, es no sólo uno de los fotógrafos más importantes de la fotografía cubana, y por extensión latinoamericana, sino también de la historia de la fotografía universal del siglo XX. Su fotografía del Che Guevara titulada Guerrillero heroico, es posiblemente la imagen más reproducida de nuestra visual además de serlo en los formatos más insospechados: camisetas, tazas, todo tipo de souvenirs, etc. Sin embargo, detrás de esta imagen se encuentra uno de los fotógrafos más interesantes del siglo XX al desarrollar un estilo único e inconfundible.
En más de una ocasión Korda llegó a señalar que fue la necesidad estar cerca de las mujeres y de captar su belleza lo que le hizo fotógrafo. Era tal su obsesión, que el retrato femenino constituyó el género más practicado en su trayectoria. Korda, ante todo, fue un retratista.
Aprendió la técnica de manera autodidacta retratando a las mujeres de su entorno, entre ellas, su primera mujer, Julia López, con la que se inicia la exposición. Se trata de fotografías del ámbito familiar que hasta ahora no se habían hecho públicas. A Julia le pedía que posara como aquellas modelos que veía en las revistas de moda que llegaba a La Habana del extranjero.
En 1954 abre junto con Luis Pierce los Studios Korda, donde se dedican fundamentalmente a la fotografía comercial y publicitaria. Estamos en La Habana de principios de los años cincuenta, justo antes de la Revolución. Los grandes modistos tienen abiertos sus ateliers de alta costura en la ciudad, y grandes marcas como Bacardi contribuyen al desarrollo de la fotografía de moda en un ambiente muy competitivo. Pero Studios Korda empieza a ser reconocido muy pronto por un estilo particular, transgresor y que apuesta por un modelo de belleza diferente. Las fotografías que realiza Alberto Korda son retratos elegantes de mujeres, de líneas abstractas e idealizadas, en escenarios meticulosamente estudiados y muchos, del exterior, donde demuestra un gran dominio de la luz.
En ellas desarrolló toda una creatividad propia y vanguardista, pero inserta, a la vez, en el lenguaje de la fotografía de moda internacional que aprendió de revistas como Vogue o Harper's Bazar. Korda sentía gran admiración por Richard Avedon, de hecho quería ser el Avedon cubano. Nunca negó su influencia, es más, se vanagloriaba de ella y de otros grandes como Irving Penn o Horts P. Horts.
La mayoría de estas imágenes fueron publicadas por la revista cubana Carteles, en su sección Cine Bellezas, acompañadas por textos escritos por Guillermo Cabrera Infante bajo el seudónimo de G. Caín, que contribuyeron a enfatizar su carácter narrativo. Korda trabajó, también, para grandes diseñadores de la época como Bernabeu, Melly López, Pepe Fernández, René Sánchez, Rivero y Mojeno, Marffel y Sánchez Mola que tuvieron abiertos sus talleres en La Habana de los años cincuenta.
Korda seleccionaba personalmente a las modelos entre las que acudían a su estudio para ofrecerse, pero también, de mujeres anónimas elegidas al azar en la calle que le cautivaron por su belleza. Este fue el caso de Nidia Ríos, una estudiante en la Habana, una joven alta, rubia platino y delgada, que carecía de experiencia como modelo, y que fue aprendiendo a medida que Korda afinó su técnica en este nuevo género. Korda la convirtió en una de las modelos cubanas más importantes.
Poco más tarde, Korda conoce a Norka, una mujer delgada de gran estatura y curvas clásicas, de piel muy blanca y ojos claros, con la que formó enseguida un dúo creativo que les hizo colaborar activamente entre 1956 y 1963. Norka fue su musa y modelo favorita.
En enero de 1959 triunfó la Revolución, y Korda se convirtió en uno de sus fotógrafos más reconocidos. La moda y la publicidad empezaron a ser vistas como reminiscencias pequeño-burguesas pertenecientes al pasado, por lo que poco a poco dejó de ser una fuente de ingresos para modelos, diseñadores, fotógrafos, agencias, etc. Cuando el trabajo de estudio empezó a ser casi inexistente, Korda salió a la calle a buscar bellas mujeres en los desfiles, celebraciones y mítines políticos.
Pocas semanas después de la entrada de los rebeldes en La Habana, Korda fue llamado junto con Raúl Corrales, Osvaldo y Roberto Salas al primer viaje de Fidel Castro, ya como primer ministro, a Venezuela. El hecho de que lo eligiesen, siendo un fotógrafo de moda (algo tildado de frívolo por la Revolución) y no de prensa, llama mucho la atención. En su obra, Korda se limitó a sustituir a sus modelos por los nuevos líderes, manteniendo esa estética basada en la imagen informativa, pero, al mismo tiempo, simbólica, de la fotografía más comercial. Como dijo Cristina Vives, Korda "fue, por suerte, un improvisado fotorreportero, pero un experimentado publicista", lo que a la Revolución le vino muy bien para difundir su mensaje.
Pero en 1968, los Studios Korda fueron intervenidos por el Departamento de Lacra Social del Ministerio del Interior. Todos los negativos y equipos fueron confiscados y llevados a paradero desconocido. Semanas más tarde, sólo se recuperaron los negativos dedicados a la Revolución, que son los que actualmente se conservan en los archivos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de Cuba.
En los años 80, Alberto Korda volvió a la fotografía publicitaria y con ellos a sus retratos femeninos. En aquellos años -la década de los ochenta-, se produjo un ligero respiro en cuanto a las dificultades económicas de la isla por el apoyo que aportó el bloque de países socialistas a Cuba.
A pesar de este retorno a la fotografía de moda, Korda era ya un reputado artista internacional al que se invitó a realizar exposiciones tanto individuales como colectivas de sus conocidas fotografías de la Revolución. Nueva York, México, Sidney, Madrid, París, Perpiñán, Milán, Sicilia, Venecia, entre otras muchas ciudades, exhibieron su trabajo y le aportaron gran fama internacional, principalmente por su imagen mítica del Che.
En diciembre del año 2000, Korda viajó a Sao Paulo invitado a exponer en esa ciudad. Aprovechó su estancia para organizar una sesión fotográfica -la última de su vida- con varias modelos brasileñas, culminando así, en palabras de su amigo y escritor Jaime Sarusky "su intensa trayectoria vital y profesional cargado de paciencia y sabiduría regresando, entre recuerdos y renovados bríos, a las sonrisas y los gestos elegantes de las muchachas de moda."
Cinco meses después, el 25 de mayo del 2001, falleció en París el más versátil y privilegiado fotógrafo cubano de todos los tiempos.
Esta es la historia que cuenta la exposición: el incansable deseo por inmortalizar la belleza de las mujeres. Pero es un relato inacabado, puesto que el archivo personal de Korda fue intervenido en 1968. Y con ello, una gran parte de su obra perdida. En los últimos años, el Estate Korda, dirigido por su primogénita Diana Díaz, con la inestimable colaboración de Reinaldo Almira, está llevando a cabo una labor incansable de recuperación. Para la ocasión se han seleccionado sesenta retratos en blanco y negro (también los hizo a color) que nos descubren una faceta menos conocida del autor que, sin embargo, marcó su propia trayectoria artística y biográfica.
Alberto Díaz Gutiérrez (La Habana, 1928- París, 2001), más conocido como simplemente Korda, es no sólo uno de los fotógrafos más importantes de la fotografía cubana, y por extensión latinoamericana, sino también de la historia de la fotografía universal del siglo XX. Su fotografía del Che Guevara titulada Guerrillero heroico, es posiblemente la imagen más reproducida de nuestra visual además de serlo en los formatos más insospechados: camisetas, tazas, todo tipo de souvenirs, etc. Sin embargo, detrás de esta imagen se encuentra uno de los fotógrafos más interesantes del siglo XX al desarrollar un estilo único e inconfundible.
En más de una ocasión Korda llegó a señalar que fue la necesidad estar cerca de las mujeres y de captar su belleza lo que le hizo fotógrafo. Era tal su obsesión, que el retrato femenino constituyó el género más practicado en su trayectoria. Korda, ante todo, fue un retratista.
Aprendió la técnica de manera autodidacta retratando a las mujeres de su entorno, entre ellas, su primera mujer, Julia López, con la que se inicia la exposición. Se trata de fotografías del ámbito familiar que hasta ahora no se habían hecho públicas. A Julia le pedía que posara como aquellas modelos que veía en las revistas de moda que llegaba a La Habana del extranjero.
En 1954 abre junto con Luis Pierce los Studios Korda, donde se dedican fundamentalmente a la fotografía comercial y publicitaria. Estamos en La Habana de principios de los años cincuenta, justo antes de la Revolución. Los grandes modistos tienen abiertos sus ateliers de alta costura en la ciudad, y grandes marcas como Bacardi contribuyen al desarrollo de la fotografía de moda en un ambiente muy competitivo. Pero Studios Korda empieza a ser reconocido muy pronto por un estilo particular, transgresor y que apuesta por un modelo de belleza diferente. Las fotografías que realiza Alberto Korda son retratos elegantes de mujeres, de líneas abstractas e idealizadas, en escenarios meticulosamente estudiados y muchos, del exterior, donde demuestra un gran dominio de la luz.
En ellas desarrolló toda una creatividad propia y vanguardista, pero inserta, a la vez, en el lenguaje de la fotografía de moda internacional que aprendió de revistas como Vogue o Harper's Bazar. Korda sentía gran admiración por Richard Avedon, de hecho quería ser el Avedon cubano. Nunca negó su influencia, es más, se vanagloriaba de ella y de otros grandes como Irving Penn o Horts P. Horts.
La mayoría de estas imágenes fueron publicadas por la revista cubana Carteles, en su sección Cine Bellezas, acompañadas por textos escritos por Guillermo Cabrera Infante bajo el seudónimo de G. Caín, que contribuyeron a enfatizar su carácter narrativo. Korda trabajó, también, para grandes diseñadores de la época como Bernabeu, Melly López, Pepe Fernández, René Sánchez, Rivero y Mojeno, Marffel y Sánchez Mola que tuvieron abiertos sus talleres en La Habana de los años cincuenta.
Korda seleccionaba personalmente a las modelos entre las que acudían a su estudio para ofrecerse, pero también, de mujeres anónimas elegidas al azar en la calle que le cautivaron por su belleza. Este fue el caso de Nidia Ríos, una estudiante en la Habana, una joven alta, rubia platino y delgada, que carecía de experiencia como modelo, y que fue aprendiendo a medida que Korda afinó su técnica en este nuevo género. Korda la convirtió en una de las modelos cubanas más importantes.
Poco más tarde, Korda conoce a Norka, una mujer delgada de gran estatura y curvas clásicas, de piel muy blanca y ojos claros, con la que formó enseguida un dúo creativo que les hizo colaborar activamente entre 1956 y 1963. Norka fue su musa y modelo favorita.
En enero de 1959 triunfó la Revolución, y Korda se convirtió en uno de sus fotógrafos más reconocidos. La moda y la publicidad empezaron a ser vistas como reminiscencias pequeño-burguesas pertenecientes al pasado, por lo que poco a poco dejó de ser una fuente de ingresos para modelos, diseñadores, fotógrafos, agencias, etc. Cuando el trabajo de estudio empezó a ser casi inexistente, Korda salió a la calle a buscar bellas mujeres en los desfiles, celebraciones y mítines políticos.
Pocas semanas después de la entrada de los rebeldes en La Habana, Korda fue llamado junto con Raúl Corrales, Osvaldo y Roberto Salas al primer viaje de Fidel Castro, ya como primer ministro, a Venezuela. El hecho de que lo eligiesen, siendo un fotógrafo de moda (algo tildado de frívolo por la Revolución) y no de prensa, llama mucho la atención. En su obra, Korda se limitó a sustituir a sus modelos por los nuevos líderes, manteniendo esa estética basada en la imagen informativa, pero, al mismo tiempo, simbólica, de la fotografía más comercial. Como dijo Cristina Vives, Korda "fue, por suerte, un improvisado fotorreportero, pero un experimentado publicista", lo que a la Revolución le vino muy bien para difundir su mensaje.
Pero en 1968, los Studios Korda fueron intervenidos por el Departamento de Lacra Social del Ministerio del Interior. Todos los negativos y equipos fueron confiscados y llevados a paradero desconocido. Semanas más tarde, sólo se recuperaron los negativos dedicados a la Revolución, que son los que actualmente se conservan en los archivos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de Cuba.
En los años 80, Alberto Korda volvió a la fotografía publicitaria y con ellos a sus retratos femeninos. En aquellos años -la década de los ochenta-, se produjo un ligero respiro en cuanto a las dificultades económicas de la isla por el apoyo que aportó el bloque de países socialistas a Cuba.
A pesar de este retorno a la fotografía de moda, Korda era ya un reputado artista internacional al que se invitó a realizar exposiciones tanto individuales como colectivas de sus conocidas fotografías de la Revolución. Nueva York, México, Sidney, Madrid, París, Perpiñán, Milán, Sicilia, Venecia, entre otras muchas ciudades, exhibieron su trabajo y le aportaron gran fama internacional, principalmente por su imagen mítica del Che.
En diciembre del año 2000, Korda viajó a Sao Paulo invitado a exponer en esa ciudad. Aprovechó su estancia para organizar una sesión fotográfica -la última de su vida- con varias modelos brasileñas, culminando así, en palabras de su amigo y escritor Jaime Sarusky "su intensa trayectoria vital y profesional cargado de paciencia y sabiduría regresando, entre recuerdos y renovados bríos, a las sonrisas y los gestos elegantes de las muchachas de moda."
Cinco meses después, el 25 de mayo del 2001, falleció en París el más versátil y privilegiado fotógrafo cubano de todos los tiempos.
Esta es la historia que cuenta la exposición: el incansable deseo por inmortalizar la belleza de las mujeres. Pero es un relato inacabado, puesto que el archivo personal de Korda fue intervenido en 1968. Y con ello, una gran parte de su obra perdida. En los últimos años, el Estate Korda, dirigido por su primogénita Diana Díaz, con la inestimable colaboración de Reinaldo Almira, está llevando a cabo una labor incansable de recuperación. Para la ocasión se han seleccionado sesenta retratos en blanco y negro (también los hizo a color) que nos descubren una faceta menos conocida del autor que, sin embargo, marcó su propia trayectoria artística y biográfica.