Lo visto en las europeas y en las municipales y autonómicas no es más que un aperitivo. El cuerpo electoral tiene ganas de acabar con un sistema que parece dar poco de sí. El crecimiento de formaciones políticas alternativas seguirá. Como se dice en las películas de mafiosos: "No es nada personal, solo negocio". Aquí se traduce en un: "No es nada personal, solo hartura de vuestros negocios". Da igual quién se haya presentado y quien se vaya a presentar en las próximas elecciones generales, tanto por el PP como por el PSOE. Su tiempo ha terminado, como se terminó el de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista en Italia. Marcas políticas que apenas aparecen ya más allá de los libros de historia.
Por poco que Ciudadanos o Podemos no metan la pata en exceso, seguirán su camino hacia el poder democrático. Y lo hacen aupados en una gran gana de venganza, de echar a los que están. Esto es lo que ya se decía hace un par de años en una reunión de grupo, durante mi trabajo de campo: "Sería muy bueno, muy bueno, que dentro de cuatro años, que no saliesen ni unos, ni otros...". Desde entonces, la selección de los problemas de corrupción y lo relacionado con la clase política no deja de crecer en las encuestas. La gente quiere echarlos. Ni siquiera quiere que se vayan, sino echar a los que han estado durante los últimos treinta años.
Una sed de venganza que se alimenta de la imagen que tiene la gente de que ambos partidos se han repartido el país. Y no sólo los escaños o las concejalías. No dejan de salir noticias que apuntan al enriquecimiento de algunos por el solo mérito de haber pasado por la política. El sonido de ese conteo del dinero en Valencia roza lo pornográfico. Costaba volver a votar a esos señores y era fácil votar a nuevas opciones, aunque no se supiese cuáles eran sus propuestas.
Caso de corrupción tras caso de corrupción, la fidelidad al partido se ha quebrado. Ya no queda justificado ni por el hecho, tan de la lógica electoral española de los últimos años, de votar a unos para que no ganen los otros, los del otro gran partido. Ahora eran los dos a los que había que retirar el apoyo. El "ni unos, ni otros" se ha extendido, hasta hacerse bandera. Y lo que podría haber desembocado en la abstención, en una especie de anemia democrática, se ha encontrado con alternativas que permiten no sólo dirigir el voto a otras formaciones sino incluso animar hacia las urnas a los tendentes a la abstención. La democracia no está en peligro. Más bien parece revitalizada. Quienes la han puesto en peligro son los que por acción u omisión -o simplemente por no enterarse, que también lleva su responsabilidad- se han visto rodeados de comportamientos indignos. Tal vez muchos de ellos permanecieron al margen de las corruptelas, pero parece difícil pensar que no tenían noticia del flujo de agua podría que corría a su alrededor.
Se va a votar contra ellos. Seguramente más que a favor de los nuevos partidos. Se votará a éstos para echar a los viejos partidos. Da igual que los nuevos sean frikis -como los calificó Arriola, haciendo patente demostración de falta del más mínimo olfato sociológico- o la nueva lanza neoliberal. Tampoco importa que no tengan un proyecto claro. No se vota a un proyecto, sino contra otros. Esta ha sido la lógica dominante desde que se extinguió la UCD de Suárez y quedó manchada la modernización del Estado por parte del PSOE de González. El primero era el proyecto democratizador que, una vez instaurado el sistema político, poco tenía que decir. El otro era el proyecto de funcionamiento y asimilación a las sociedades europeas, a las sociedades del Estado de bienestar. Acabados estos dos proyectos, se ha tendido a votar con la nariz tapada -como se dice- más porque no ganase el otro que por confianza en la papeleta seleccionada. Un votar de esta manera termina generando malestar y, sobre todo, eso, hartura, entre los ciudadanos, especialmente entre los nuevos votantes y quienes tienen menos que perder en el cambio.
Entre los de más edad, el temor que crece en el cuerpo y la mente con los años tal vez les mantenga autosecuestrados en opciones con las que están poco convencidos. Tal vez no sea eso, sino que se identifican con unas siglas, con una historia de partido o con lo conseguido por la propia acción política, por los logros. Pero que no digan que se identifican con un proyecto. Los nuevos no lo tienen. Su gran capital es reactivo. Es un frente a los de siempre. Los viejos hace tiempo que andan dando tumbos sin proyecto, con programas incumplidos y promesas que nadie cree. Buena parte del electorado ya sólo espera el día de la venganza por tanta vergüenza pasada, por tantos derechos perdidos y, sobre todo, por la falta de expectativas. La fecha de ese día es cosa de Mariano Rajoy.
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Por poco que Ciudadanos o Podemos no metan la pata en exceso, seguirán su camino hacia el poder democrático. Y lo hacen aupados en una gran gana de venganza, de echar a los que están. Esto es lo que ya se decía hace un par de años en una reunión de grupo, durante mi trabajo de campo: "Sería muy bueno, muy bueno, que dentro de cuatro años, que no saliesen ni unos, ni otros...". Desde entonces, la selección de los problemas de corrupción y lo relacionado con la clase política no deja de crecer en las encuestas. La gente quiere echarlos. Ni siquiera quiere que se vayan, sino echar a los que han estado durante los últimos treinta años.
Una sed de venganza que se alimenta de la imagen que tiene la gente de que ambos partidos se han repartido el país. Y no sólo los escaños o las concejalías. No dejan de salir noticias que apuntan al enriquecimiento de algunos por el solo mérito de haber pasado por la política. El sonido de ese conteo del dinero en Valencia roza lo pornográfico. Costaba volver a votar a esos señores y era fácil votar a nuevas opciones, aunque no se supiese cuáles eran sus propuestas.
Caso de corrupción tras caso de corrupción, la fidelidad al partido se ha quebrado. Ya no queda justificado ni por el hecho, tan de la lógica electoral española de los últimos años, de votar a unos para que no ganen los otros, los del otro gran partido. Ahora eran los dos a los que había que retirar el apoyo. El "ni unos, ni otros" se ha extendido, hasta hacerse bandera. Y lo que podría haber desembocado en la abstención, en una especie de anemia democrática, se ha encontrado con alternativas que permiten no sólo dirigir el voto a otras formaciones sino incluso animar hacia las urnas a los tendentes a la abstención. La democracia no está en peligro. Más bien parece revitalizada. Quienes la han puesto en peligro son los que por acción u omisión -o simplemente por no enterarse, que también lleva su responsabilidad- se han visto rodeados de comportamientos indignos. Tal vez muchos de ellos permanecieron al margen de las corruptelas, pero parece difícil pensar que no tenían noticia del flujo de agua podría que corría a su alrededor.
Se va a votar contra ellos. Seguramente más que a favor de los nuevos partidos. Se votará a éstos para echar a los viejos partidos. Da igual que los nuevos sean frikis -como los calificó Arriola, haciendo patente demostración de falta del más mínimo olfato sociológico- o la nueva lanza neoliberal. Tampoco importa que no tengan un proyecto claro. No se vota a un proyecto, sino contra otros. Esta ha sido la lógica dominante desde que se extinguió la UCD de Suárez y quedó manchada la modernización del Estado por parte del PSOE de González. El primero era el proyecto democratizador que, una vez instaurado el sistema político, poco tenía que decir. El otro era el proyecto de funcionamiento y asimilación a las sociedades europeas, a las sociedades del Estado de bienestar. Acabados estos dos proyectos, se ha tendido a votar con la nariz tapada -como se dice- más porque no ganase el otro que por confianza en la papeleta seleccionada. Un votar de esta manera termina generando malestar y, sobre todo, eso, hartura, entre los ciudadanos, especialmente entre los nuevos votantes y quienes tienen menos que perder en el cambio.
Entre los de más edad, el temor que crece en el cuerpo y la mente con los años tal vez les mantenga autosecuestrados en opciones con las que están poco convencidos. Tal vez no sea eso, sino que se identifican con unas siglas, con una historia de partido o con lo conseguido por la propia acción política, por los logros. Pero que no digan que se identifican con un proyecto. Los nuevos no lo tienen. Su gran capital es reactivo. Es un frente a los de siempre. Los viejos hace tiempo que andan dando tumbos sin proyecto, con programas incumplidos y promesas que nadie cree. Buena parte del electorado ya sólo espera el día de la venganza por tanta vergüenza pasada, por tantos derechos perdidos y, sobre todo, por la falta de expectativas. La fecha de ese día es cosa de Mariano Rajoy.
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