Tengo serias razones para pensar que cuando el cielo está azul es porque alguien me mira desde arriba.
Hace exactamente diez años, mi vida dio un giro inesperado. Lo que se suponía sería un momento de felicidad y esperanza, se tornó en un evento trágico que acabó temporalmente con buena parte de mis ilusiones como mujer,madre, esposa y profesional. Confieso que nunca lo había hecho pero hoy es el momento de escribir al respecto.
Quienes conocen mi historia sabrán de qué hablo, pero para aquellos que apenas se asoman a ella, les contaré que el día del nacimiento de Miguel, mi segundo hijo, luego de nueve meses de embarazo, el destino me lo quitaba de las manos. Literalmente. Apenas horas antes de llegar a alegrarnos la vida y de una cesárea programada, hizo un movimiento que causo un nudo en su cordón umbilical, impidió la entrada de sangre y oxígeno, y su corazón dejó de latir. Aunque intentaron hacer todo lo posible por dejarlo entre nosotros, la vida decidía que no sería así. Miguel se fue. Con él, un pedazo de mí. Despedirlo me dejó sin consuelo. Tomó tiempo recuperarme. Tomó tiempo volver a sentirme segura. Para ser exacta, ha tomado años.
No sólo se había ido mi niño sino que me enfrentaba a la idea de que lo que me rodeaba se vendría abajo y no tenía fuerzas para evitarlo. Primero, la recuperación física después del parto es dura pero con el vacío que dejó Miguel, fue un infierno. No sabía cuanto tiempo tardaría el duelo pero había que empezar por algo así que decidí que me sentía demasiado vulnerable como para volver a mi trabajo. Paulina, mi hija mayor, sería mi inspiración.
Me retiré de la televisión y de la radio mientras sanaba el dolor. Busqué un poco de privacidad fuera de Colombia para vivir el duelo tranquilamente. Debo confesar que mis colegas y el público que durante tantos años me había acompañado durante mi vida pública se comportaron de forma excepcional y respetuosa. La distancia ayudaría, me decían los expertos. No se equivocaron. Vivir un tiempo fuera mi país parecía una buena opción, pero tiempo después empecé a extrañarlo todo. Dejar lo que quería y por lo que había trabajado tanto no era fácil. Fue otro duelo. Involucraba otra parte de mi vida pero también requería atención.
El cambio temporal de país y rutina no parecía tener fecha de vencimiento. Hubo que hacerse a la idea de permanecer en Estados Unidos y era claro que el destino me ofrecía tiempo. Tiempo y espacio para empezar de nuevo. Tomé la decisión de hablar de mi experiencia una y otra vez. Siempre en privado. Revivía lo sucedido pero al mismo tiempo me planteaba una realidad que no podía borrar y que incluso contarla a quienes empezaban a ser parte de mi día a día sugería mis ganas de superarlo.
Cuando logré hablar de ello públicamente lo hice para el periódico El Tiempo un año después de lo ocurrido, y además anunciaba también mi regreso a W Radio para hacer un programa todas las tardes. Cuatro años después acepté la invitación de una amiga y gran periodista de CNN en español para hablar de un estudio sobre mortalidad infantil en América Latina y las condiciones en las que muchas mujeres deben enfrentar su embarazo y parto.
Mi caso hacía parte de un evento personal, un accidente sin culpables e incluso no tan común dadas mis posibilidades de acceso a cuidados médicos, pero millones de mujeres no tienen esa oportunidad y entran en las estadísticas más injustas y dolorosas que puedan imaginarse. Mi historia nada tenía que ver con el sufrimiento que muchas madres deben experimentar para traer sus hijos al mundo. Lo de Miguel habría sido imposible detectarlo por la complejidad del nudo que se había formado de manera natural durante su gestación. Mi único consuelo, aceptarlo.
Fui una privilegiada por el sólo hecho de tener personas que me cuidaron y que aún con la impotencia que me generó el hecho de no poder salvarle la vida a mi bebé, pude recuperarme físicamente y buscar ayuda psicológica y espiritual. Pensé que mi vivencia pero sobretodo mi testimonio en televisión ayudaría a quienes pasaban por la misma situación y seguían machacando su cabeza con la pregunta de rigor: ¿Por qué me sucedió a mi? La respuesta obvia, aprendida de memoria y además de cajón pero que resume lo inexplicable, y sirve para tomar aliento: "Así es la vida"
En aquel tiempo, la sensación de vacío era tan profunda que me dolía el cuerpo. Sentía un vacío en el pecho. Es dificil de describir pero había una especie de dolor físico, incluso lo experimentaba muchos meses después de aquella noche de junio de 2005. Pensaba en lo que me había pasado y lo veía como en una película. Escena tras escena. Una y otra vez. No quise medicarme, ni siquiera para dormir. No soy consciente del momento exacto pero recuerdo que el dolor fue menguando. El efecto del tiempo fue cumpliendo su cometido. No era olvido, porque nunca será posible, pero no seguiría siendo la misma herida abierta e intocable que sufrí años atrás. Y lo que parecía imposible fue dando la vuelta poco a poco. Hoy veo la misma película porque las imágenes son las mismas, pero se sienten de una forma completamente distinta.
Cómo negar la nostalgia que siento de no verlo crecer. Cómo no compararlo con los niños que me encuentro en la calle o con los hijos de mis amigas que este año celebran su décimo cumpleaños. Sería mentira intentar negar ese recuerdo permanente e imborrable. A veces el corazón se agita y las lagrimas se cuelan, pero me reconforta el hecho de pensar en todo lo que ha traído el destino hasta hoy. Su dramática partida y despedida permitieron una cantidad de experiencias estupendas e inimaginables, que me han llevado a conocer muchos lugares y gente especial de la que he aprendido muchísimo. Ahora vivo en Madrid. Empecé de nuevo. Otra vez. He recorrido España para descubrir un país fantástico y divertido. Kilómetros del Camino de Santiago y la peregrinación hasta la virgen de El Rocío están incluidos en mi bitácora personal. No podría describirles lo mucho que me ha enriquecido el viajar. Tener la libertad y el privilegio de estar en lugares en los que he celebrado la vida.
Desde aquel momento hasta hoy he cedido ante ciertas cosas. Por ejemplo tener un par de cuentas en redes sociales. En mi perfil de Twitter aparezco como periodista y comunicadora independiente. En Instagram insisto en ser usuaria privada. Colaboro para diferentes medios. Aquí o allá. Además escribo. Algo que tampoco imaginé. Parece hacer parte de las cosas que vine a aprender. Pienso diariamente en lo importante que es gozar cada momento y siento que mi hijo ha sido artífice de todo. De las personas que pone en mi camino incluso aquellas que deciden irse. También de la llegada, hace siete años, de su hermana menor, Florencia. Hago memoria y de una u otra forma, él ha estado conmigo siempre. Es más, ahora siento que nunca se fue. Su presencia es permanente e incluso me reconforta. Luego de diez años quiero darle las gracias por escrito. Miguel, gracias por recordarme cada día que existen buenas razones para vivir intensamente.
Feliz cumpleaños allá donde estás. En el azul del cielo. Mi cielo.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de su autora.