Todavía recuerdo cuando conocí a Pedro Zerolo. Fue en los pasillos de Ferraz, frente a su despacho, en un pequeño descansillo que tenían todos los miembros importantes del partido junto a sus despachos. Recuerdo estar ahí de pie con este hombre alto y de pelo loco mirándome fijamente, escuchando atentamente lo que le tenía que decir. Ya no recuerdo ni qué era. Pero sí recuerdo perfectamente cómo terminaba sus frases. Con ese giro tan canario de "mi niño". Y cuando esas palabras que suelen salir de carrerilla, aparentemente tan vacías, se unían a todo lo anterior, era cuando uno descubría que a Pedro le importaban las personas.
Pedro Zerolo ha sido un político de verdad. Amaba la política. La política que cambia la vida de las personas para mejor. La política que construye sociedades. Que las hace más fuertes. La política que hace a la gente más feliz. Hacía política para los demás. No quería nada para sí. Su lucha fue la de los derechos civiles. La que nos hace a todos más libres. Fue la de lograr que todas las personas en este país pudiéramos casarnos en igualdad. Fue la de lograr que las personas pudieran vivir conforme a su propia identidad de género. Fue la de luchar por la diversidad, que es, en otras palabras, luchar por la libertad de todos para vivir como somos.
La política en España es una ciénaga penumbrosa. Un espacio donde muchos vagan sin saber muy bien hacia dónde van ni por qué. Un lugar sin apenas referencias, sin personas a las que admirar, sin nadie a quien seguir. Pedro era una excepción en esa oscuridad. Su compromiso, su lucha, su ejemplo son una luz que ilumina el camino. Es una luz ahora pequeña, como la que dan las estrellas. Gigantes ardientes que apenas son puntos de referencia para nosotros. Algún día nuestro país tendrá un firmamento de estrellas como esa que nos permitirán decir que la política es algo grande, a lo que vale la pena dedicar la vida, algo que permite echar la mirada atrás y darse cuenta de que se ha conseguido dar a las nuevas generaciones un mundo mejor. Pero para eso harán falta muchos Pedros.
Con Pedro se me quedó un café pendiente. Lo decíamos cada vez que nos veíamos desde que dejé de trabajar en política para hacer lo que hago ahora. Así que no me queda más que aferrarme a los recuerdos. A ese acento canario. A la fuerza de su discurso. A su coherencia. A la energía con la que hablaba a pesar de que ya el cáncer lo consumía por dentro. Recuerdo cuando le entregaron el premio Triángulo hace tan solo unos meses. Y creo que comparto con muchas personas la sensación de que Pedro se fue demasiado pronto. La sensación de que todos los que le hemos conocido tenemos el deber de continuar su labor allí donde él la dejó. Nos sentimos compelidos. Llamados a ser mejores ciudadanos, mejores activistas, mejores personas para seguir batallando contra la discriminación y la injusticia.
Pedro siempre terminaba sus frases con un "mi niño". Y ahora creo que sé por qué lo hacía. No era una muletilla. Era una llamada. La llamada a reconocer que somos niños felices gracias al trabajo que otros han hecho antes que nosotros. El esfuerzo de miles de personas en nuestro país que se sacrificaron para que nosotros, los niños de la democracia, pudiéramos vivir en libertad, vivir sin armarios, sin discriminación, sin oprobio, sin cárcel, sin persecución. Que pudiéramos vivir orgullosos de quienes somos en el jardín de la diversidad.
Pedro, queda mucho por hacer. Quedan muchas ciénagas que convertir en jardines. Te fuiste demasiado pronto. Cuenta conmigo. Seguiré junto a otros muchos tu lucha. La lucha por la felicidad de todos.
Soy uno de tus niños.
Pedro Zerolo ha sido un político de verdad. Amaba la política. La política que cambia la vida de las personas para mejor. La política que construye sociedades. Que las hace más fuertes. La política que hace a la gente más feliz. Hacía política para los demás. No quería nada para sí. Su lucha fue la de los derechos civiles. La que nos hace a todos más libres. Fue la de lograr que todas las personas en este país pudiéramos casarnos en igualdad. Fue la de lograr que las personas pudieran vivir conforme a su propia identidad de género. Fue la de luchar por la diversidad, que es, en otras palabras, luchar por la libertad de todos para vivir como somos.
La política en España es una ciénaga penumbrosa. Un espacio donde muchos vagan sin saber muy bien hacia dónde van ni por qué. Un lugar sin apenas referencias, sin personas a las que admirar, sin nadie a quien seguir. Pedro era una excepción en esa oscuridad. Su compromiso, su lucha, su ejemplo son una luz que ilumina el camino. Es una luz ahora pequeña, como la que dan las estrellas. Gigantes ardientes que apenas son puntos de referencia para nosotros. Algún día nuestro país tendrá un firmamento de estrellas como esa que nos permitirán decir que la política es algo grande, a lo que vale la pena dedicar la vida, algo que permite echar la mirada atrás y darse cuenta de que se ha conseguido dar a las nuevas generaciones un mundo mejor. Pero para eso harán falta muchos Pedros.
Con Pedro se me quedó un café pendiente. Lo decíamos cada vez que nos veíamos desde que dejé de trabajar en política para hacer lo que hago ahora. Así que no me queda más que aferrarme a los recuerdos. A ese acento canario. A la fuerza de su discurso. A su coherencia. A la energía con la que hablaba a pesar de que ya el cáncer lo consumía por dentro. Recuerdo cuando le entregaron el premio Triángulo hace tan solo unos meses. Y creo que comparto con muchas personas la sensación de que Pedro se fue demasiado pronto. La sensación de que todos los que le hemos conocido tenemos el deber de continuar su labor allí donde él la dejó. Nos sentimos compelidos. Llamados a ser mejores ciudadanos, mejores activistas, mejores personas para seguir batallando contra la discriminación y la injusticia.
Pedro siempre terminaba sus frases con un "mi niño". Y ahora creo que sé por qué lo hacía. No era una muletilla. Era una llamada. La llamada a reconocer que somos niños felices gracias al trabajo que otros han hecho antes que nosotros. El esfuerzo de miles de personas en nuestro país que se sacrificaron para que nosotros, los niños de la democracia, pudiéramos vivir en libertad, vivir sin armarios, sin discriminación, sin oprobio, sin cárcel, sin persecución. Que pudiéramos vivir orgullosos de quienes somos en el jardín de la diversidad.
Pedro, queda mucho por hacer. Quedan muchas ciénagas que convertir en jardines. Te fuiste demasiado pronto. Cuenta conmigo. Seguiré junto a otros muchos tu lucha. La lucha por la felicidad de todos.
Soy uno de tus niños.