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Para seducir, el Acuerdo Transatlántico de comercio debe ser atractivo

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Según se desprende de las encuestas de opinión realizadas en diferentes partes de Europa, la cuestión está en boca de todos: ningún parlamento, ni siquiera el Parlamento europeo, podría ratificar el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones entre Estados Unidos y Europa, TTIP sin violar la tan compartida convicción popular de que hay que rechazarlo. Conviene decir que ni la idea de comer pollo lavado en cloro ni el riesgo de exponerse a una demanda de los productores americanos de semillas por el rechazo a cultivar organismos genéticamente modificados me animan a abrazar con mucho entusiasmo este proyecto. Sin embargo, los argumentos esgrimidos por los contrarios al libre comercio no se basan en ninguna realidad, empezando por un hecho ineludible: la primera línea del TTIP ni siquiera está escrita.

Más que adoptar una estrategia defensiva frente a una negociación que todavía ha de seguir su curso, es hora de que la UE pase a la ofensiva. Para convencer, el TTIP debe ser atractivo, en principio, para los europeos. La Comisión europea no tiene la obligación de complacer a nuestro socio. En la actualidad, las obligaciones reglamentarias disuaden o prohíben el acceso al mercado europeo de numerosas empresas europeas mientras que Europa es un campo abierto y sin ningún obstáculo para todas las empresas americanas. La primera condición para un buen acuerdo será, por tanto, liquidar el pasado y abrir todos los mercados americanos, en especial los mercados públicos federales y subfederales. Es una condición sine qua non para que el TTIP resulte atractivo.

Las primeros beneficiadas de un TTIP que sea interesante a través de la apertura de las fronteras americanas serían las pequeñas y medias empresas europeas. La mayoría de ellas no tiene actualmente acceso al mercado americano. Contra toda apariencia pero, sin embargo, con mucha lógica, las Pymes agroalimentarias españolas, como las italianas o las francesas, podrían beneficiarse de un formidable mercado cuyos hábitos de consumo están evolucionando hacia esa gama de productos que estos países ofrecen.

El sector agrícola ha entendido lo que está en juego: solo hay que ver la discreción de su lobby en lo que a TTIP se refiere. Un acuerdo no será atractivo si no se protegen nuestras ventajas comparativas -sobre todo en lo que respecta al alto nivel de nuestras normas-, y esta garantía está incluida en el mandato desde el inicio de las negociaciones.

Un acuerdo transatlántico atrayente no debe negar la naturaleza de la Unión Europea, conformada por Estados de derecho con reglas que responden a los mejores criterios mundiales y cuyas violaciones se sancionan en una corte imparcial. Incluso Microsoft ha tenido que reconocerlo aceptando sanciones que le impuso la Comisión europea por abuso de posición dominante. No es concebible, por tanto, una jurisdicción privada en caso de litigio en el momento de interpretar o aplicar el TTIP. La UE no es ni Rusia ni Argentina. A la hora de prever un mecanismo de este tipo, tiene que resguardarse totalmente la libertad de la UE y de los estados miembros para legislar.

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