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El regreso de Monedero

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Esta no es la parábola del hijo pródigo porque no hay ningún padre ni ningún vástago arrepentido. Al contrario, el rebelde sigue indómito y los hechos le han dado la razón dentro del partido que ayudó a fundar y cuya estructura orgánica abandonó por diferencias con quienes él llamó "generales mediocres", y no hace falta nombrar. Su inquebrantable relación con Pablo Iglesias, los bandazos de Podemos, el éxito de las plataformas ciudadanas y un resultado electoral en absoluto rayano a lo esperado le llevan de nuevo a la reflexión y a su papel de guardián de las esencias de la formación que ha engullido a IU y aspira ahora a hacer lo propio con el PSOE.

"No", "no tengo voluntad de ser alcalde" y "no quiero". Fueron las tres respuestas sucesivas que Juan Carlos Monedero dio a la dirección de Podemos cuando le propusieron primero que fuera eurodiputado, después candidato a alcalde y más tarde cartel electoral para la Comunidad de Madrid. Lo suyo es la disciplina propia y la desobediencia; rechaza todo tipo de sumisiones y mucho más convertirse en rehén de una manera de pensar que es propia de aquellos a los que pretenden combatir. No quiso, según ha confesado, vender su alma al Diablo ni cambiar de caballo para tener un lugar en el circo. Por eso salió de la estructura orgánica. Ahora vuelve, aún sabiendo que la política práctica, a diferencia de la teórica, es sinónimo de virulencia y además atrae a toda clase de enemigos, incluidos los propios.

¿Diputado al Congreso? "Ya veremos. Soy más útil desde fuera, pero la vida da muchas vueltas", asegura a El Huffington Post. De momento, se propone "culminar el esfuerzo que puso en marcha al iniciar Podemos". Así que el regreso tiene que ver más con el fracaso de las tesis de quienes dentro de la organización que lidera Iglesias intelectualizaron en exceso, despreciaron los programas, antepusieron el pragmatismo a la ideología y pensaron que bastaba con tensionar "entre ellos y nosotros". Aquello no arrojó los resultados esperados ni en las andaluzas ni en las municipales y autonómicas. La marca dio una patada al tablero político pero muy por debajo de las expectativas alimentadas. Por contra, las candidaturas de unidad conquistaron capitales como Madrid, Barcelona, Zaragoza o Santiago, lo que ha reabierto el debate interno sobre cómo afrontar las generales, si sobre el centralismo democrático que propugnaba Errejón o los frentes amplios que defendían Monedero o Echenique. Ya se habla de la segunda vuelta del cónclave que eligió al secretario general. El resultado se dirimirá en la elección, pero sobre todo en la denominación, de las listas electorales.

Y en esto Monedero, que no oculta haberse sentido reivindicado el pasado sábado durante la toma de posesión de Manuel Carmena -"Juan Carlos, quiero que sepas que te quiero mucho", le dijo la nueva alcaldesa antes de fundirse con él en un emotivo abrazo-, lo tiene claro: no repetir errores del pasado. "No más sopas de letras ni más populismos". Porque, a pesar de que Carmena (Madrid) y Colau (Barcelona) se han desmarcado de las siglas de Pablo Iglesias, lo cierto es que entre la ciudadanía está interiorizado que en ambas ciudades las elecciones las ganó Podemos. La marca es la que ha canalizado la voluntad de cambio e Iglesias quien la ha ejemplificado, dos circunstancias que quien dejó la vida orgánica para volver a la reflexión, no pasa por alto.

La fórmula que propone Monedero pasa por incorporar a Podemos todo el movimiento ciudadano aglutinado en torno a las Mareas, Barcelona en Comú o Ahora Madrid, pero siempre con una exigencia, que el partido que ayudó a fundar sea la "nave nodriza" de toda la gente que quiere cambio. Los objetivos: no fragmentar la representación en el conjunto del Estado, presentar una candidatura común en todo el territorio, que la gente sepa que vota a Pablo Iglesias y evitar los movimientos asamblearios en provincias que no acierten con los liderazgos o caigan en la inoperancia del 15-M.

¿La marca? Pasa por un guión ("-") donde a Podemos se le añada "Podemos-Ahora"; "Podemos-Somos Más" o "Juntos-Podemos", y a la que puedan sumarse otros movimientos de cambio. De este modo quedaría claro que el partido de Iglesias sería el catalizador, y su nombre el que compita con el de Mariano Rajoy o Pedro Sánchez. Sólo así afrontarán con éxito unas generales en las que aspiran a convertirse en fuerza hegemónica de la izquierda.

El debate sobre la denominación no es menor y tampoco la discusión sobre si concurren a las elecciones en abierto (con plataformas ciudadanas) o sólo con la marca Podemos. De hecho el PSOE, que el pasado 24-M registró los peores resultados de su historia desde 1979, sigue la controversia con tanta atención como regusto. Intuyen que Podemos atraviesa por un debate interno que les divide tanto en lo ideológico como en lo orgánico y que, tan sólo un año después de su fundación son incapaces de mantener la unidad. Y ahí es donde la dirección federal sostiene que está su valor, pese a que el pasado sábado la imagen del cambio en la política local tuvieran un papel secundario, más de auxiliador de la izquierda alternativa que de protagonista. Una fotografía que desde Ferraz creen que será compensanda con la constitución de los gobiernos autonómicos, ya que el PSOE presidirá casi con seguridad 7 Comunidades Autónomas y tendrá la vicepresidencia de otras dos mientras que Podemos está lejos de estar en condiciones de ser lo que era.

Despejado el camino de la candidatura de Pedro Sánchez, su secretario de Organización, César Luena, confía en las posibilidades de recuperar la primera posición en unas generales a las que el PP acude herido de gravedad y con profundas lesiones que comprometen su capacidad de respuesta, tras minimizar el volumen de la derrota que cosechó el pasado 24 de mayo. No opinan lo mismo quienes en el PSOE han cuestionado estos días la pérdida de apoyos electorales y una connivencia con Podemos en algunos ayuntamientos que, además de lesionar la imagen de partido de gobierno, convierte a los socialistas en responsables de errores ajenos. Todo con un secretario general que sigue sin concitar entusiasmo entre los cuadros del partido y que carece de estrategia que achique el terreno comido por Podemos o frene la reacción con la que la derecha tiene margen de recuperación mediante la llamada al voto del miedo.

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