Escucho a unos tertulianos debatir en la radio sobre los tuits de Zapata. Tras acordar por unanimidad que los tuits son deleznables, uno de ellos sube la apuesta y decide de repente que el tuit de los judíos no es humor.
Veamos por qué el chiste de Zapata sí es humor y por qué, aún reuniendo todos los requisitos técnicos para serlo, el chiste revuelve el estómago.
Si alguien hace un chiste sobre el Holocausto, solo hay dos posibilidades: que lo entendamos o no.
Si lo entendemos, es porque hemos tomado parte activa en la descodificación de su sentido.
Los tuits de Zapata han desatado una repulsa aún más intensa porque tienen estructura de chiste, y todo chiste requiere la complicidad activa del oyente o del lector para ser entendido. En otras palabras, el cuentachistes convierte a su público en cooperador necesario del crimen humorístico.
Aunque el proceso de descodificación de un chiste es instantáneo, lo cierto es que se trata de un mecanismo bastante complejo.
El cuentachistes nos suministra primero A, que es la premisa (el set-up, que diría Jerry Seinfeld)
En el caso del chiste de Zapata, la premisa es la pregunta.
¿Cómo meterías a seis millones de judíos en un 600?
A su vez, la premisa se subdivide en A1 y A2, en función de la interpretación semántica que podemos hacer de ella.
A1 es la interpretación más evidente, en la que los seis millones de judíos, antes que judíos, son pasajeros corrientes, a pesar de lo cual se nos desafía a que los hagamos caber dentro de un vehículo que sólo es capaz de albergar a 4 personas.
A2 es la interpretación oculta, que será desvelada por el punch line o golpe de humor, en la que los judíos ni son pasajeros ordinarios, ni están vivos, ni conservan ya su apariencia humana: están reducidos a las cenizas de los hornos crematorios de los campos nazis de exterminio.
Tras habernos suministrado A, interpretada al principio como A1, se nos proporciona B, que es el punch line o golpe de humor.
A nivel mental, el punch es un mecanismo que nos fuerza a reinterpretar la premisa de otra forma, ya que nuestra mente siempre busca que impere la lógica lingüística y trata de eliminar a cualquier precio la contradicción.
La respuesta: "En el cenicero".
Que es el punch, resulta incomprensible como solución al acertijo si seguimos aferrándonos a la interpretación de A1; por tanto, en milésimas de segundo, nuestra mente busca alternativas que puedan convertir una frase absurda o ilógica en otra con sentido.
El precio que paga el reinterpretador (=el que escucha el chiste) por haber logrado que la frase sea semánticamente aceptable es de carácter estético y moral: el sentido que cobra la frase con la reinterpretación a la que nos obliga el punch line es totalmente inapropiado socialmente (=tabú), ya que la sola idea de equiparar la ceniza de un ser humano con la de un cigarrillo resulta nauseabunda.
Pero como la estructura del chiste fuerza al oyente a participar de forma activa en la única reinterpretación posible para que B cobre sentido, nuestra mente genera C, que es la espeluznante criatura que alumbramos al integrar el significado de B con el de A1.
Cuando Zapata nos cuenta el chiste de los judíos y el 600, somos nosotros los que, para que impere la lógica lingüística, metemos mentalmente los cuerpos de los prisioneros en los hornos crematorios, los reducimos a cenizas y les damos el trato infamante de meterlos en un recipiente para cigarrillos.
Como para tener que gritar encima ¡Viva Zapata!
Veamos por qué el chiste de Zapata sí es humor y por qué, aún reuniendo todos los requisitos técnicos para serlo, el chiste revuelve el estómago.
Si alguien hace un chiste sobre el Holocausto, solo hay dos posibilidades: que lo entendamos o no.
Si lo entendemos, es porque hemos tomado parte activa en la descodificación de su sentido.
Los tuits de Zapata han desatado una repulsa aún más intensa porque tienen estructura de chiste, y todo chiste requiere la complicidad activa del oyente o del lector para ser entendido. En otras palabras, el cuentachistes convierte a su público en cooperador necesario del crimen humorístico.
Aunque el proceso de descodificación de un chiste es instantáneo, lo cierto es que se trata de un mecanismo bastante complejo.
El cuentachistes nos suministra primero A, que es la premisa (el set-up, que diría Jerry Seinfeld)
En el caso del chiste de Zapata, la premisa es la pregunta.
¿Cómo meterías a seis millones de judíos en un 600?
A su vez, la premisa se subdivide en A1 y A2, en función de la interpretación semántica que podemos hacer de ella.
A1 es la interpretación más evidente, en la que los seis millones de judíos, antes que judíos, son pasajeros corrientes, a pesar de lo cual se nos desafía a que los hagamos caber dentro de un vehículo que sólo es capaz de albergar a 4 personas.
A2 es la interpretación oculta, que será desvelada por el punch line o golpe de humor, en la que los judíos ni son pasajeros ordinarios, ni están vivos, ni conservan ya su apariencia humana: están reducidos a las cenizas de los hornos crematorios de los campos nazis de exterminio.
Tras habernos suministrado A, interpretada al principio como A1, se nos proporciona B, que es el punch line o golpe de humor.
A nivel mental, el punch es un mecanismo que nos fuerza a reinterpretar la premisa de otra forma, ya que nuestra mente siempre busca que impere la lógica lingüística y trata de eliminar a cualquier precio la contradicción.
La respuesta: "En el cenicero".
Que es el punch, resulta incomprensible como solución al acertijo si seguimos aferrándonos a la interpretación de A1; por tanto, en milésimas de segundo, nuestra mente busca alternativas que puedan convertir una frase absurda o ilógica en otra con sentido.
El precio que paga el reinterpretador (=el que escucha el chiste) por haber logrado que la frase sea semánticamente aceptable es de carácter estético y moral: el sentido que cobra la frase con la reinterpretación a la que nos obliga el punch line es totalmente inapropiado socialmente (=tabú), ya que la sola idea de equiparar la ceniza de un ser humano con la de un cigarrillo resulta nauseabunda.
Pero como la estructura del chiste fuerza al oyente a participar de forma activa en la única reinterpretación posible para que B cobre sentido, nuestra mente genera C, que es la espeluznante criatura que alumbramos al integrar el significado de B con el de A1.
Cuando Zapata nos cuenta el chiste de los judíos y el 600, somos nosotros los que, para que impere la lógica lingüística, metemos mentalmente los cuerpos de los prisioneros en los hornos crematorios, los reducimos a cenizas y les damos el trato infamante de meterlos en un recipiente para cigarrillos.
Como para tener que gritar encima ¡Viva Zapata!