Asisto a la fiesta de graduación de un grupo de 4º de ESO en un instituto público cualquiera, en una ciudad cualquiera. El acto tiene lugar en el patio del centro: en un escenario sencillo, se suceden varios parlamentos. El docente que ha coordinado las tres líneas durante casi toda la ESO emociona al auditorio. Recuerda cuán pequeños le parecieron en 1º, cuántos chistes han salpicado sus clases de Matemáticas, cuántos abrazos y apoyos ha recibido de ellos en momentos difíciles ("sois adolescentes, pero os habéis comportado conmigo como verdaderos adultos"), y termina : "Os diré tres cosas: gracias, lo siento y os quiero". Las disculpas son, creo, innecesarias.
Los noventa chicos y chicas se levantan y estallan en aplausos mientras aclaman: "Seeergi, Seeeergi, Seeergi....". El momento me recuerda los vitoreos de Meeeeesi, meeeesi, meeesi, en el Camp Nou, pero regreso al acto. La directora, en una sencilla intervención, declara: "Con alumnos así y profesores así, ¡que fácil es ser directora". Tras la entrega de los birretes y un par de actuaciones musicales, un grupo de alumnas procede a conceder bandas de honor a sus profesores. De la decena y pico de docentes que suben al escenario, al menos cinco o seis se dirigen a los chavales para decirles "os quiero" u "os querré siempre". Es agradable observar esta explosión de sentimientos, sin tapujos, sin rubor, unos sentimientos que emergen de algo construido en las aulas y en los pasillos.
Por supuesto, no debemos desatender nuestras reivindicaciones, pero no olvidemos que esto ocurre aquí. En nuestra Secundaria, tan denostada; en un instituto (público, para más señas) cualquiera, en una ciudad cualquiera. Como debe estar ocurriendo en otros miles de centros. Y me viene a la memoria aquel momento épico, plagado de aviones de papel, que protagonizan Los chicos del coro cuando se despiden de su vigilante.
Pero esta vez, no es ni un partido de fútbol ni una película.
Los noventa chicos y chicas se levantan y estallan en aplausos mientras aclaman: "Seeergi, Seeeergi, Seeergi....". El momento me recuerda los vitoreos de Meeeeesi, meeeesi, meeesi, en el Camp Nou, pero regreso al acto. La directora, en una sencilla intervención, declara: "Con alumnos así y profesores así, ¡que fácil es ser directora". Tras la entrega de los birretes y un par de actuaciones musicales, un grupo de alumnas procede a conceder bandas de honor a sus profesores. De la decena y pico de docentes que suben al escenario, al menos cinco o seis se dirigen a los chavales para decirles "os quiero" u "os querré siempre". Es agradable observar esta explosión de sentimientos, sin tapujos, sin rubor, unos sentimientos que emergen de algo construido en las aulas y en los pasillos.
Por supuesto, no debemos desatender nuestras reivindicaciones, pero no olvidemos que esto ocurre aquí. En nuestra Secundaria, tan denostada; en un instituto (público, para más señas) cualquiera, en una ciudad cualquiera. Como debe estar ocurriendo en otros miles de centros. Y me viene a la memoria aquel momento épico, plagado de aviones de papel, que protagonizan Los chicos del coro cuando se despiden de su vigilante.
Pero esta vez, no es ni un partido de fútbol ni una película.