No lo puedo evitar. Cada vez que se publica un informe de innovación tecnológica y veo el lugar que ocupa España en este ámbito, bufo. El penúltimo: estudio de Accenture acerca del Internet Industrial, o el también llamado Internet of Things o Internet de las Cosas. El Internet de las Cosas consiste en que cualquier objeto pueda tener conexión a Internet en cualquier momento y lugar, una nueva revolución industrial nos afectará desde tres frentes principales: aumentar la producción y crear nuevos modelos de negocio híbridos, impulsar la innovación a través de las tecnologías inteligentes, y transformar la mano de obra. Según el informe, España se engloba en el grupo con el entorno habilitado más débil. Gruño, bufo, rabio y pataleo. No es posible que ocupemos el puesto 16 entre los 20 países analizados, nos están evaluando mal: España es una referencia del Internet de las Cosas, y nuestro principal estandarte y valedor es nuestro presidente, gran amante y defensor de las cosas.
Que sí. Para nuestro ínclito presidente, todo son cosas. En 2011 vino a pedir el voto "para cambiar las cosas". En 2012, en las elecciones catalanas, dijo: "Me gustan los catalanes porque hacen cosas". En 2013, en pleno escándalo por los papeles de Bárcenas, afirmó: "Lo publicado no es cierto, salvo alguna cosa". Ya en 2015, en campaña electoral de las autonómicas, sentencia: "España es un gran país que hace cosas importantes". Que vivan las cosas. Rajoy gobierna en un país de 46 millones y pico de cosas. Cada una de esas cosas tiene sus problemas, también llamados "cositas". Si nos ponemos a multiplicar a cada cosa por sus cositas, y le sumamos todas las conversaciones que las cosas mantienen entre sí acerca de sus cositas vía Twitter y Facebook, nos salen miles de millones de cosas conectadas. Por eso Mariano "vive en el lío". ¡Coincidirán conmigo en que Rajoy ha convertido a España en la potencia mundial del internet de las cosas! Es el Señor de las Cosas.
Las cosas son, por definición, objetos inanimados. Eso a Rajoy le encanta, que no se mueva nada. Apuesto a que el juego favorito de Marianín allá en su infancia galega era el escondite inglés, sin mover las manos ni los pies. Por eso cuando al Señor de las Cosas le dicen que diga "tenemos un problema de comunicación", Rajoy se encoge levemente de hombros porque piensa que no va con él la cosa. Yo diría que sí, señor Rajoy, tiene usted un problema de comunicación de las cosas (o sea, todos las cuestiones del debate público) y con las cosas (o sea, los ciudadanos). Quizá lo más fácil sea eliminar el cosismo de su discurso y dejar de usar la palabra "cosa" como comodín para designarlo todo. Si se rumoreaba que Rajoy tenía un tic y que guiñaba el ojo izquierdo cuando mentía, cada vez que se le escapa "cosa" le da la razón a todos los que le tachan de personaje gris, mortecino y con tendencia al menor esfuerzo pensante. Pero este es el mal menor, quiero creer. Conque le compren un diccionario de sinónimos, lo solucionamos.
Dejar de cosificar a las personas a estas alturas va a ser más complicado. Repita conmigo: los desahuciados son personas. Los 2.800.000 niños en España en el umbral de la pobreza son personas. Ni datos, ni estadísticas, ni cosas: personas. Con un corazoncito en el pecho y un estómago que llenar cada día, y no sólo un voto a capturar cada cuatro años. Las cosas no tienen subjetividad, ni voluntad, ni metas, ni están abiertas al futuro; las personas sí. Esas personas son las que con 700 euros de sueldo, y pese a trabajar 11 o 12 horas diarias, no pueden diseñarse un proyecto de vida y, mucho menos, profesional. No lo digo yo, lo dice el Papa: "La cultura del relativismo empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto". Les ha faltado piel. Definitivamente.
Los tecnólogos somos poco ocurrentes, pero a veces atinamos. Por ejemplo, para describir el Internet de las Cosas siempre utilizamos el mismo ejemplo: la nevera que habla. La nevera reconoce los alimentos que tiene en su interior, y si no quedan yogures, hace un pedido al supermercado. Cosas que se hablan entre ellas y se piden cosas. Rajoy soluciona de la misma forma la debacle del PP en las municipales. No con una nevera, él es más de plasma. Echa un vistazo al interior frío de los resultados electorales, y el plasma que habla le comunica a Génova que ha visto que le falta cuarto y mitad de caras amables, así que marchando pedido. Unos sonrientes chicos maniquí -modelo "Ciudadanos Style"- para remontar las cotas de popularidad por aquí, la mochila de Moragas para poner orden en Génova por allá, y las dos chicas otrora fuertes transformadas en jarrón chino y arrinconadas acullá. ¿Cambios en el Ejecutivo, en el partido y en la política? Risas.
Y la única cosa que debería haber estado omnipresente en sus desvelos, la Res Publica, o sea, la Cosa Pública, el Estado, los conceptos tradicionales de bien común y el procomún, olvidada y vapuleada.
Aunque no deberíamos sorprendernos. Al fin y al cabo, Rajoy es un registrador de la propiedad, ve el mundo en términos de constitución, transmisión, modificación y extinción de los derechos sobre las cosas. Gobernar es ver que más allá de las cosas tal y como son, hay también una promesa: la exigencia de cómo debieran ser. Pero supongo que eso es cosa de estadistas.
Que sí. Para nuestro ínclito presidente, todo son cosas. En 2011 vino a pedir el voto "para cambiar las cosas". En 2012, en las elecciones catalanas, dijo: "Me gustan los catalanes porque hacen cosas". En 2013, en pleno escándalo por los papeles de Bárcenas, afirmó: "Lo publicado no es cierto, salvo alguna cosa". Ya en 2015, en campaña electoral de las autonómicas, sentencia: "España es un gran país que hace cosas importantes". Que vivan las cosas. Rajoy gobierna en un país de 46 millones y pico de cosas. Cada una de esas cosas tiene sus problemas, también llamados "cositas". Si nos ponemos a multiplicar a cada cosa por sus cositas, y le sumamos todas las conversaciones que las cosas mantienen entre sí acerca de sus cositas vía Twitter y Facebook, nos salen miles de millones de cosas conectadas. Por eso Mariano "vive en el lío". ¡Coincidirán conmigo en que Rajoy ha convertido a España en la potencia mundial del internet de las cosas! Es el Señor de las Cosas.
Las cosas son, por definición, objetos inanimados. Eso a Rajoy le encanta, que no se mueva nada. Apuesto a que el juego favorito de Marianín allá en su infancia galega era el escondite inglés, sin mover las manos ni los pies. Por eso cuando al Señor de las Cosas le dicen que diga "tenemos un problema de comunicación", Rajoy se encoge levemente de hombros porque piensa que no va con él la cosa. Yo diría que sí, señor Rajoy, tiene usted un problema de comunicación de las cosas (o sea, todos las cuestiones del debate público) y con las cosas (o sea, los ciudadanos). Quizá lo más fácil sea eliminar el cosismo de su discurso y dejar de usar la palabra "cosa" como comodín para designarlo todo. Si se rumoreaba que Rajoy tenía un tic y que guiñaba el ojo izquierdo cuando mentía, cada vez que se le escapa "cosa" le da la razón a todos los que le tachan de personaje gris, mortecino y con tendencia al menor esfuerzo pensante. Pero este es el mal menor, quiero creer. Conque le compren un diccionario de sinónimos, lo solucionamos.
Dejar de cosificar a las personas a estas alturas va a ser más complicado. Repita conmigo: los desahuciados son personas. Los 2.800.000 niños en España en el umbral de la pobreza son personas. Ni datos, ni estadísticas, ni cosas: personas. Con un corazoncito en el pecho y un estómago que llenar cada día, y no sólo un voto a capturar cada cuatro años. Las cosas no tienen subjetividad, ni voluntad, ni metas, ni están abiertas al futuro; las personas sí. Esas personas son las que con 700 euros de sueldo, y pese a trabajar 11 o 12 horas diarias, no pueden diseñarse un proyecto de vida y, mucho menos, profesional. No lo digo yo, lo dice el Papa: "La cultura del relativismo empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto". Les ha faltado piel. Definitivamente.
Los tecnólogos somos poco ocurrentes, pero a veces atinamos. Por ejemplo, para describir el Internet de las Cosas siempre utilizamos el mismo ejemplo: la nevera que habla. La nevera reconoce los alimentos que tiene en su interior, y si no quedan yogures, hace un pedido al supermercado. Cosas que se hablan entre ellas y se piden cosas. Rajoy soluciona de la misma forma la debacle del PP en las municipales. No con una nevera, él es más de plasma. Echa un vistazo al interior frío de los resultados electorales, y el plasma que habla le comunica a Génova que ha visto que le falta cuarto y mitad de caras amables, así que marchando pedido. Unos sonrientes chicos maniquí -modelo "Ciudadanos Style"- para remontar las cotas de popularidad por aquí, la mochila de Moragas para poner orden en Génova por allá, y las dos chicas otrora fuertes transformadas en jarrón chino y arrinconadas acullá. ¿Cambios en el Ejecutivo, en el partido y en la política? Risas.
Y la única cosa que debería haber estado omnipresente en sus desvelos, la Res Publica, o sea, la Cosa Pública, el Estado, los conceptos tradicionales de bien común y el procomún, olvidada y vapuleada.
Aunque no deberíamos sorprendernos. Al fin y al cabo, Rajoy es un registrador de la propiedad, ve el mundo en términos de constitución, transmisión, modificación y extinción de los derechos sobre las cosas. Gobernar es ver que más allá de las cosas tal y como son, hay también una promesa: la exigencia de cómo debieran ser. Pero supongo que eso es cosa de estadistas.