Si al ciudadano medio le pidiéramos que pensara en la base social de los movimientos ecologistas, seguramente le vendría a la mente una persona de clase media que, gracias a tener sus necesidades básicas cubiertas, puede dedicarse a protestar por cosas muy lejanas -como las ballenas o los polos-. Y si esta misma persona tuviera que imaginar a la clase trabajadora, puede que pensara en ella como un grupo que sólo emprende acciones concretas cuando implican una mejora inmediata en sus condiciones de vida.
El ecologista probablemente le reprocharía al obrero tradicional que su movimiento siga estando profundamente marcado por la mitología del progreso lineal y que los lujos del capitalismo provocan en él cierto espíritu de emulación. El obrero, por su parte, seguramente tendría al ecologista por traidor, ya que, al afirmar que la crisis ecológica es un asunto transversal que afecta por igual a ricos y a pobres, la lucha de clases quedaría superada y no tendría sentido hablar de la tensión izquierda-derecha (ni tampoco arriba-abajo).
¿Por qué el verde necesita entonces al rojo? Porque no debe despreciar su capacidad de movilización y su arraigo, fruto de dos siglos de luchas sociales en favor del bien colectivo, así como su profunda defensa de la libertad, la igualdad y la solidaridad. ¿Y qué puede tomar el rojo del verde? La concienciación de que, pese a que la crisis ecológica afecta -en teoría- a todos por igual, las clases privilegiadas tienen muchos más medios para protegerse de sus estragos, por lo que es la clase trabajadora quien más sufre la degradación ambiental.
Parece, por tanto, que el ecologismo y la izquierda tradicional tienen mucho que ganar si unen sus fuerzas, pero que ésta última debe dejar atrás el paradigma de crecimiento propio de las élites neoliberales -ya que una sociedad socialista insostenible tiene tan poco sentido como una dictadura sostenible-. Cuando ambas convergen se puede hablar de ecosocialismo, una corriente política que propone que la protección del medioambiente es incompatible con la lógica expansiva y destructiva del sistema capitalista.
Michael Löwy, coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional, afirma que la transición no solo desembocaría en un nuevo modo de producción y en una sociedad democrática e igualitaria, sino también en "una civilización más allá del imperio del dinero, con sus hábitos de consumo artificialmente inducidos por la publicidad y su producción ilimitada de bienes inútiles y perjudiciales para el medio ambiente". Rechaza así las metas reformistas de las coaliciones entre la socialdemocracia y algunos partidos verdes, con un programa social-liberal de gestión del capitalismo.
A día de hoy, sin embargo, las democracias occidentales siguen supeditando su economía a estrategias de corte capitalista, cuyo fin prioritario es mantener a toda costa la máxima ganancia. Si conservar el medio rebajase los beneficios de un inversor privado, éste no dudaría en dañarlo. La clase dirigente, por su parte, obstaculiza cualquier voluntad de transformación -como por ejemplo con la aprobación del "impuesto al sol" justo el Día Mundial del Medioambiente- y pretende hacer creer que la única vía imaginable es la del crecimiento. Sin poner trabas a la acumulación no puede atajarse esta dinámica, lo que significa cuestionar los fundamentos del sistema y tener en cuenta que la crisis ecológica es una de las razones más fuertes para la crítica radical del capitalismo.
Para muestra, un botón. Las siguientes palabras fueron dichas (ojo) en 1975, y recogidas en el libro Ecología y política en España: "la ordenación del medioambiente se realiza siempre en estrecha conexión con los intereses de las clases dominantes y con las características socioeconómicas y políticas de cada sociedad. Sólo así puede explicarse claramente el porqué de ciertos actos que a simple vista parecían gratuitos y/o estúpidos". Ya en 2015 (cuarenta años después, ojo de nuevo), Cospedal afirmaba que "los espacios naturales no se pueden mantener si son improductivos".
Cuando el establishment vio al ecologismo político como una amenaza seria para sus intereses, recurrió a mecanismos de defensa y se dio un lavado de cara con tibias reformas medioambientales. Esto ha sido denominado como "capitalismo verde", y hoy todos los partidos e instituciones se presentan como verdes, del mismo modo que todos los medios de comunicación se dicen independientes. Así se ha contribuido a detener el avance del ecologismo político -con un techo electoral que no supera el 10% en Europa y el 15% en el Parlamento Europeo-.
Por tanto, parece necesario para los partidos verdes abrir un espacio político ecosocialista, estableciendo vínculos fuertes con formaciones de izquierdas, organizaciones sociales, plataformas ciudadanas, representantes de las mareas, etc. Equo es un ejemplo de que esto funciona, ya que en las pasadas municipales y autonómicas jugó un papel de partido-visagra fundamental para la confluencia, además de lograr situar las cuestiones medioabientales en la agenda política. Esto le ha reportado la nada desdeñable cifra de cien concejales, algo que dificilmente habría logrado por separado.
El futuro de la izquierda verde pasa por ahí -teniendo siempre en cuenta la necesidad de una identidad propia- ya que es necesario un partido que defienda estos postulados con vigor. Las iniciativas individuales -como sustituir las bombillas eléctricas o bajar la calefacción- son limitadas. Jorge Riechmann dice que con ellas es tan imposible superar la crisis ecológica como lo es poner fin a la miseria dando calderilla en el metro. Todos los esfuerzos hay que ponerlos en combatir la sobreproducción y el sobreconsumo, así como en cuestionar un sistema económico y social que califica de idealista cualquier búsqueda de alternativas.
Debemos recordar, tal y como finaliza el Manifiesto Ecosocialista Internacional que "las crisis de nuestra época pueden y deben entenderse como oportunidades revolucionarias cuya eclosión debemos provocar". Sin el rojo, la utopía puede ser destructiva. Y sin el verde, conformista. Es el momento de darse cuenta de que juntos son mucho más que la suma de sus partes.