Hace poco leí un tuit que sostenía que el estrés predispone al consumo de drogas, algo que se ha investigado en ratas de laboratorio enjauladas; y que, en cambio, un ambiente libre de estrés aleja el riesgo de abuso. La literatura científica describe este fenómeno que Carl Hart, profesor de Neurociencia en la Universidad de Columbia, presenta con elocuencia en una conferencia TED. El tuit también ofrecía un enlace a un artículo publicado por el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA), una agencia del Departamento de Salud de EEUU, sobre otros experimentos con ratas que establecen una correlación entre los niveles de hormonas del estrés y la recaída en el consumo de cocaína.
A la hora de plantearse cómo abordar la lucha contra las consecuencias del abuso de drogas, la dicotomía "ratas enjauladas o en el paraíso", más represión o más tolerancia, merece una reflexión más profunda.
Según estimaciones de la ONU, alrededor del siete por ciento de la población mundial usa drogas al menos de forma esporádica. El número de muertes relacionadas con las drogas es aproximadamente diez veces superior al causado por el terrorismo. En Europa se producen cada año más de dieciséis mil muertes relacionadas con las drogas, principalmente por el consumo de opiáceos.
Las personas vulnerables, especialmente los niños y otros que han sufrido abusos físicos o sexuales, los refugiados, los migrantes y desplazados, los que sufren discriminación y marginación, son los más propensos al abuso de sustancias psicoactivas. El riesgo de abuso de medicinas, asociado también al estrés, es mayor entre las mujeres. El riesgo aumenta con la estigmatización del uso de drogas: a menudo se presenta como un vicio, y la adicción como una forma extrema de autogratificación y complacencia. El tráfico de drogas y otra delincuencia generada por las drogas también son factores de riesgo.
Como el estrés y el trauma, el abuso de drogas está presente en todas las clases sociales. Sin embargo, parece que el grado de aceptación cambia con el tiempo: la mirada complaciente cuando las élites de cualquier clase se recrean y se estimulan o alivian sus pesares con sustancias psicoactivas se torna hostil cuando sectores más amplios de la población se embarcan en las mismas prácticas. Las sustancias psicodélicas, el opio y otros productos psicoactivos de origen vegetal, así como las bebidas alcohólicas, tienen una larga historia. Haciendo balance de cien años de la guerra contra las drogas que se inició con la Convención Internacional del Opio en 1912, la BBC contaba que en el siglo XIX, la cerveza, cual carajillo, se servía a veces sazonada con opio, o que la reina Victoria usaba drogas, en ocasiones acompañada por el joven Winston Churchill. La BBC citaba autores que describían una Inglaterra decimonónica "inundada de opio".
En todas partes hay ejemplos recientes del uso o abuso de drogas entre estadistas y sus entornos, entre artistas y famosos de todo tipo. Hace pocos días, los medios de comunicación nos ofrecieron imágenes de un empleado, aparentemente de éxito del sector financiero de "la City" inhalando polvo blanco en un vagón abarrotado del metro de Londres.
La dicotomía "rata enjaulada o rata en el paraíso" podría explicar en cierta medida aspectos comunes de estos escenarios, así como la obsesión por las drogas en centros penitenciarios. ¿Y si el profesor Carl Hart y otros que defienden el paradigma de la rata enjaulada tuvieran razón? Esto también explicaría el repetido éxito (rata en el paraíso) y fracaso (vuelta a la jaula) de los tratamientos de desintoxicación y de rehabilitación.
Según el observatorio europeo de drogas (OEDT), la tasa de mortalidad por drogas en la Unión Europea oscila entre tres por año por millón de habitantes en Portugal a más de ciento veinte en Estonia (cuarenta veces más). Las políticas sobre drogas tal vez expliquen, al menos en parte, esta diferencia abismal, según graviten hacia el paraíso (por ejemplo, a través de la despenalización del consumo, la reducción de daños y el tratamiento) o la jaula. España registra cinco veces la tasa de mortalidad por drogas de Portugal, y el Reino Unido tres veces la de España. Las tasas de mortalidad por drogas en los EEUU son todavía mayores; en algunos estados, hasta 100 veces más que en Portugal.
Si los escenarios favorables al consumo de drogas son el estrés, el abandono y la desesperanza, con un trasfondo de trauma psicológico, ¿no habría que responder con empatía, comprensión y calor humano (el estereotipo: enfrentarse a las drogas con abrazos) en lugar de estigmatización y castigo? La idea de la jaula y el estrés puede explicar incluso el uso recreativo, la búsqueda de bienestar cuando se consumen sustancias psicotrópicas, con el objetivo de amortiguar instintivamente los sentimientos o las emociones; o como una fórmula de ceder a la presión para encajar socialmente o para superar el miedo a la soledad.
Hay que seguir buscando respuestas que resistan al paso del tiempo, a diferencia de la guerra contra las drogas que muchos dicen que ha fracasado estrepitosamente, causando considerables daños colaterales. Como dice el secretario general de la ONU con motivo del día internacional contra el abuso y tráfico de drogas, "debemos plantearnos la posibilidad de aplicar medidas alternativas a la criminalización y el encarcelamiento de las personas que consumen drogas y centrar los esfuerzos de la justicia penal en las personas que las suministran. Es preciso poner más atención a la salud pública, la prevención, el tratamiento y la atención médica, así como en las estrategias económicas, sociales y culturales".
Parece sensato lo que propone la campaña que promueven más de 150 organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo, así como numerosas personalidades de notoriedad mundial: "apoyar, no castigar", un paso hacia el paraíso que al mismo tiempo aleja de la jaula. El 26 de junio es un día para reclamar políticas de drogas basadas en la salud pública y los derechos humanos. Esta puede ser la mejor oportunidad de supervivencia que podemos ofrecer a los próximos miles de candidatos a convertirse en una víctima mortal de las drogas.
A la hora de plantearse cómo abordar la lucha contra las consecuencias del abuso de drogas, la dicotomía "ratas enjauladas o en el paraíso", más represión o más tolerancia, merece una reflexión más profunda.
Según estimaciones de la ONU, alrededor del siete por ciento de la población mundial usa drogas al menos de forma esporádica. El número de muertes relacionadas con las drogas es aproximadamente diez veces superior al causado por el terrorismo. En Europa se producen cada año más de dieciséis mil muertes relacionadas con las drogas, principalmente por el consumo de opiáceos.
Las personas vulnerables, especialmente los niños y otros que han sufrido abusos físicos o sexuales, los refugiados, los migrantes y desplazados, los que sufren discriminación y marginación, son los más propensos al abuso de sustancias psicoactivas. El riesgo de abuso de medicinas, asociado también al estrés, es mayor entre las mujeres. El riesgo aumenta con la estigmatización del uso de drogas: a menudo se presenta como un vicio, y la adicción como una forma extrema de autogratificación y complacencia. El tráfico de drogas y otra delincuencia generada por las drogas también son factores de riesgo.
Como el estrés y el trauma, el abuso de drogas está presente en todas las clases sociales. Sin embargo, parece que el grado de aceptación cambia con el tiempo: la mirada complaciente cuando las élites de cualquier clase se recrean y se estimulan o alivian sus pesares con sustancias psicoactivas se torna hostil cuando sectores más amplios de la población se embarcan en las mismas prácticas. Las sustancias psicodélicas, el opio y otros productos psicoactivos de origen vegetal, así como las bebidas alcohólicas, tienen una larga historia. Haciendo balance de cien años de la guerra contra las drogas que se inició con la Convención Internacional del Opio en 1912, la BBC contaba que en el siglo XIX, la cerveza, cual carajillo, se servía a veces sazonada con opio, o que la reina Victoria usaba drogas, en ocasiones acompañada por el joven Winston Churchill. La BBC citaba autores que describían una Inglaterra decimonónica "inundada de opio".
En todas partes hay ejemplos recientes del uso o abuso de drogas entre estadistas y sus entornos, entre artistas y famosos de todo tipo. Hace pocos días, los medios de comunicación nos ofrecieron imágenes de un empleado, aparentemente de éxito del sector financiero de "la City" inhalando polvo blanco en un vagón abarrotado del metro de Londres.
La dicotomía "rata enjaulada o rata en el paraíso" podría explicar en cierta medida aspectos comunes de estos escenarios, así como la obsesión por las drogas en centros penitenciarios. ¿Y si el profesor Carl Hart y otros que defienden el paradigma de la rata enjaulada tuvieran razón? Esto también explicaría el repetido éxito (rata en el paraíso) y fracaso (vuelta a la jaula) de los tratamientos de desintoxicación y de rehabilitación.
Según el observatorio europeo de drogas (OEDT), la tasa de mortalidad por drogas en la Unión Europea oscila entre tres por año por millón de habitantes en Portugal a más de ciento veinte en Estonia (cuarenta veces más). Las políticas sobre drogas tal vez expliquen, al menos en parte, esta diferencia abismal, según graviten hacia el paraíso (por ejemplo, a través de la despenalización del consumo, la reducción de daños y el tratamiento) o la jaula. España registra cinco veces la tasa de mortalidad por drogas de Portugal, y el Reino Unido tres veces la de España. Las tasas de mortalidad por drogas en los EEUU son todavía mayores; en algunos estados, hasta 100 veces más que en Portugal.
Si los escenarios favorables al consumo de drogas son el estrés, el abandono y la desesperanza, con un trasfondo de trauma psicológico, ¿no habría que responder con empatía, comprensión y calor humano (el estereotipo: enfrentarse a las drogas con abrazos) en lugar de estigmatización y castigo? La idea de la jaula y el estrés puede explicar incluso el uso recreativo, la búsqueda de bienestar cuando se consumen sustancias psicotrópicas, con el objetivo de amortiguar instintivamente los sentimientos o las emociones; o como una fórmula de ceder a la presión para encajar socialmente o para superar el miedo a la soledad.
Hay que seguir buscando respuestas que resistan al paso del tiempo, a diferencia de la guerra contra las drogas que muchos dicen que ha fracasado estrepitosamente, causando considerables daños colaterales. Como dice el secretario general de la ONU con motivo del día internacional contra el abuso y tráfico de drogas, "debemos plantearnos la posibilidad de aplicar medidas alternativas a la criminalización y el encarcelamiento de las personas que consumen drogas y centrar los esfuerzos de la justicia penal en las personas que las suministran. Es preciso poner más atención a la salud pública, la prevención, el tratamiento y la atención médica, así como en las estrategias económicas, sociales y culturales".
Parece sensato lo que propone la campaña que promueven más de 150 organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo, así como numerosas personalidades de notoriedad mundial: "apoyar, no castigar", un paso hacia el paraíso que al mismo tiempo aleja de la jaula. El 26 de junio es un día para reclamar políticas de drogas basadas en la salud pública y los derechos humanos. Esta puede ser la mejor oportunidad de supervivencia que podemos ofrecer a los próximos miles de candidatos a convertirse en una víctima mortal de las drogas.