Foto: GETTYIMAGES
Este año, al fin, ondeará la bandera del arco iris en el balcón del Ayuntamiento de Córdoba. Tras años de negativas, el Gobierno municipal que encabezan PSOE e IU, con el apoyo de Ganemos Córdoba, se suma al gesto, mucho más que simbólico, de recordar este 28 de junio todo lo que hemos conquistado en materia de derechos LGTBI, pero también todo lo que queda por hacer.
Coinciden este año las celebraciones con el décimo aniversario de la aprobación y entrada en vigor de la reforma del Código Civil que abrió las puertas del matrimonio igualitario. En aquel momento, y para variar, nuestro país se convirtió en un modelo y casi podríamos decir que abrió un proceso ya imparable que está llevando a que incluso países tan ultracatólicos como Irlanda reconozcan el acceso de gais y lesbianas a dicho contrato. Sin duda, la reforma del Código Civil no solo supuso un avance en igualdad de derechos, sino que también actuó como una especie de palanca que contribuyó a que poco a poco nuestra sociedad se fuera despojando de los lastres homófobos que habían sido una de sus señas de identidad. Ahora bien, la gozosa celebración del aniversario y el paralelo reconocimiento de los avances no nos debe cegar ante una realidad que todavía demanda muchas transformaciones. Baste con recordar los alarmantes estadísticas de los denominados "delitos de odio" para constatar que aún es largo el camino por recorrer. Según datos del Ministerio de Interior relativos a 2013, de los 1172 delitos discriminatorios registrados, 472 tuvieron que ver con la orientación o identidad sexual de las víctimas.
En este sentido, me atrevería a plantear algunos retos que me parecen esenciales en nuestro país y en aquellos que han llegado a un cierto nivel de reconocimiento jurídico de la diversidad afectiva y sexual. En concreto, apunto cinco grandes objetivos que no deberíamos perder de vista desde lo que podríamos llamar una lógica transformadora que entiendo implícita a los movimientos que amplían derechos:
1º) Creo que necesitamos abrir la representación simbólica y el entendimiento social de las diversidades sexuales y de género. Seguimos demasiado prisioneros del modelo de referencia, el varón gay de cierto poder adquisitivo que reproduce los esquemas del macho hetero, y continuamos sin hacer visibles las múltiples posibilidades de construir las identidades humanas desde el punto de vista de los deseos. De esta manera, seguimos devaluando a las mujeres lesbianas, convirtiendo en anécdota a las personas bisexuales, obviando la complejidad jurídica que plantea la intersexualidad u olvidando cómo sobre la discriminación por orientación sexual confluyen otros factores -sociales, económicos, culturales - que provocan situaciones de subordinación mucho más complejas que lo que nos muestra el universo gay mediático.
2º) Aunque en los últimos años también nuestro país se ha convertido en una referencia en cuanto al tratamiento normativo de las personas transexuales, seguimos prorrogando un modelo patologizador y somos incapaces de proteger, en toda su extensión, lo que podemos denominar derecho a la identidad de género. Teniendo en cuenta también que: a) son múltiples las maneras de vivir esa identidad; b) en definitiva, todas somos personas trans si entendemos nuestra construcción como seres sexuales más como un proceso que como una identidad estática.
3º) Es urgente trabajar más y menor en el terreno educativo donde todavía hoy estas cuestiones continúan siendo secundarias y en la mayoría de los casos dependientes de la buena voluntad de los/as docentes de turno. Hace falta que nuestro sistema incorpore la educación para ciudadanía plural desde el punto de vista de las identidades sexuales. Y ello supone hacer germinar en los chicos y chicas más jóvenes no tanto la corrección de la tolerancia sino la virtud cívica del reconocimiento. Para ello, sería también fundamental que el mundo de la investigación incorporara como una de sus líneas prioritarias los análisis y reflexiones sobre la rica complejidad que encierran los deseos humanos.
4º) El movimiento LGTBI, y en definitiva todos los que nos ocupamos y preocupamos por los derechos humanos y la justicia social, debería tener muy presente que la raíz global de la subordiscriminación del colectivo está en la prórroga de un heteropatriarcado que se basa en la división complementaria masculino/femenino. Desde este punto de vista, sigo echando en falta las alianzas y redes con los movimientos feministas y una lucha más cooperativa y decidida, por ejemplo a nivel jurídico, para romper con los estrechos márgenes que supone categorizar al individuo en función del eje binario hombre/mujer.
y 5º) Deberíamos tener presente que esta lucha por la dignidad es un proyecto global, en el que no podemos desconectar nuestra situación, sin duda privilegiada, de la que sufren nuestros semejantes en otras partes del planeta. Como en otros ámbitos que inciden en la situación social, política y jurídica de los individuos, corremos el riesgo de adormecernos en la comodidad de nuestro contexto y perder de vista por tanto la dimensión necesariamente internacional de los derechos humanos.
Creo que en estos cinco puntos podrían resumirse la estrategia y al mismo tiempo el horizonte que debería marcarse ese conjunto de actores y actrices a veces tan nebuloso al que podemos denominar como movimiento LGTBI. Sin duda, hay muchos motivos en este final de junio para sentirnos orgullosos no tanto por nuestra identidad, que también, sino por lo mucho que hemos conseguido en un país como el nuestro que venía, no lo olvidemos, de aplicar la Ley de Vagos y Maleantes a los que se separaban del patrón heteronormativo. Pero más que orgullo, que es una palabra que nunca me ha gustado porque tiene un cierto tufo egocéntrico y excluyente, sintámonos interpelados por la necesidad de continuar trabajando a favor de la igualdad como reconocimiento de las diferencias. Recordando siempre que en materia de derechos las conquistas no son irreversibles, y que en términos democráticos nuestra felicidad no puede ser tal mientras que otros muchos y otras muchas continúen viendo negado su derecho a desarrollar libremente su afectividad/sexualidad o su identidad de género. Conscientes además de que solo desde el reconocimiento del otro y la otra como igual, que no idéntico/a, es posible sentar las bases de una democracia avanzada y de una sociedad decente.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor