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El terrorismo yihadista no descansa

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Otra vez se constata la misma visión pueblerina que lleva a titulares los atentados terroristas que se producen en territorio occidental (en este caso, Francia) o en los que hay alguna referencia a España (ahora un hotel de una cadena española en Túnez), mientras se relegan al rincón otros (como el cometido el mismo día en Kuwait contra una mezquita chií) o ni siquiera se mencionan (como el que ha costado la vida a más de 130 personas en Kobani (Siria) o a muchas más en otros escenarios de violencia que, de hecho, ya nos hemos acostumbrado a denominar "conflictos olvidados").

Otra vez se produce el mismo impulso a la magnificación de lo ocurrido (haciendo referencia a que ha habido tres continentes atacados), como si todo respondiera a un plan maestro de alguna mente con capacidad operativa para matar en todas partes al mismo tiempo. La misma necesidad de un "otro" al que identificar como enemigo existencial llevó en su día a convertir a la Unión Soviética en la representación más visible del Mal absoluto, para pasar luego el testigo hasta hace bien poco a Al Qaeda y ahora, desde hace ya dos años, a Daesh. Se opta de este modo por plantear un mundo simplificado, en términos dicotómicos de blanco y negro, que no se corresponde con la compleja realidad del mundo globalizado actual, pero que resulta instrumental para expandir el temor en nuestras sociedades y para alinear a socios y aliados en nuevas cruzadas del bien contra el mal.

Otra vez se repite el mantra de los responsables políticos que, por un lado, pretenden convencernos de que nuestra seguridad está absolutamente garantizada (porque hacen lo que deben hacer), mientras alimentan un panorama dantesco que obliga a ceder derechos y libertades básicos en toda democracia digna de tal nombre y a traspasar líneas rojas teóricamente infranqueables en la respuesta a la amenaza yihadista. La llamada "ley mordaza" española y la medida adoptada por Francia para poder inmiscuirse en la vida privada de cualquiera, sin necesidad de autorización judicial, son solo las muestras más recientes de una dinámica inquietante desde la perspectiva ciudadana y democrática.

Otra vez se confunden los términos, llamando terrorismo islámico a lo que solo puede ser denominado terrorismo yihadista y tomando por convencidos ideólogos de la violencia a los que en no pocas ocasiones bien pueden ser perturbados mentales (véase la doble vara de medida seguida en el caso de Charleston), aventureros (amantes de las experiencias extremas), mercenarios (Daesh paga mejor que muchos ejércitos de las regiones donde opera) y aliados circunstanciales (como un buen número de milicias tribales suníes, colaboradoras hoy de Daesh en el territorio iraquí).

Y es así, como no puede ser de otro modo, cómo se acaba respondiendo de manera equivocada a una amenaza bien real. Hay, por supuesto, individuos y grupos con capacidad y voluntad de matar, respondiendo a motivaciones muy distintas. Hay también necesidad de emplear medios militares (entendidos siempre como instrumentos de último recurso) cuando no hay ya opción ninguna para la negociación (como puede ser el caso de AQMI, Daesh, Boko Haram, Al Shabaab, Jabhat al Nusra, AQPA y tantos otros). Pero eso no convierte al terrorismo yihadista en la única ni principal de las amenazas que nos afectan (pensemos por un momento hacía dónde nos está llevando el aumento de las brechas de desigualdad en el Mediterráneo, el brutal deterioro medioambiental o las pandemias). Por la misma razón, es totalmente errado plantear la respuesta al problema como una guerra, porque (como tantas veces hemos sostenido ya) hacerlo así implica otorgar el protagonismo a los medios militares para hacer frente a una amenaza que responde a factores sociales, políticos y económicos. No hay atajos para rebajar a niveles soportables (puesto que su eliminación se nos antoja de momento imposible) la amenaza que representan los yihadistas. Es preciso activar respuestas multidimensionales y multilaterales con visión de largo plazo para ir más allá de cada gesto instinto de reacción militarista a corto plazo tras cada atentado. Y eso significa trabajar por la satisfacción de las necesidades básicas de cada ser humano, por su plena integración en su comunidad de referencia, por aumentar los instrumentos que eviten la radicalización que conduce a la violencia, por impulsar sistemas inclusivos (con los modelos educativos y los medios de comunicación como instancias de máxima prioridad)....

Otra vez hay que repetir lo ya dicho en tantas ocasiones anteriores, recordando que la clave no está en la necesidad de crear nuevas capacidades inexistentes sino en activar la voluntad política para emplear las que ya tenemos; ¿habrá que volver a repetirlo la próxima vez?

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