Es verdad que en un referéndum es la gente la que habla. Pero no dicen mucho. Solo un "sí" o un "no". Por eso, lo importante de un referéndum no es la respuesta. Es la pregunta.
Cuando se pidió a los escoceses que votaran en referéndum si querían o no la independencia del Reino Unido, la pregunta no era ambigua. Lo mismo ocurrió cuando los italianos se pronunciaron sobre si querían o no legalizar el divorcio, que estaba prohibido por la Iglesia Católica. Pero, ¿a qué vamos a responder sí o no los griegos que votemos el domingo, si finalmente se celebra ese referéndum?
La pregunta que motivó el referéndum -rechazar o aprobar una mala propuesta de trabajo, un documento que se ofreció el jueves, se cambió el viernes y es posible que ya no esté sobre la mesa- no tiene sentido. Es un ejercicio de surrealismo político. Por tanto, el "sí" o el "no" del domingo tendrá sentido a posteriori, será la respuesta a una pregunta que se planteará más adelante. ¿"No" a la propuesta concreta -que ya no existe- pero "sí" a otra, mejorada, que está por llegar? ¿"No", en general, a cualquier propuesta que nos garantice permanecer en el euro con más medidas de austeridad? ¿"No" a seguir en el euro? La respuesta sí estará ahí, clara y rotunda, un "sí" o un "no". Pero la pregunta sólo se aclarará después, dependiendo de la interpretación que se le dé, no por nosotros -que enviamos el mensaje-, sino por aquellos que lo van a recibir: la canciller alemana Merkel, el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, los mercados...
Esta es la razón fundamental por la que, en mi opinión, el gobierno debería replantearse su decisión y dar marcha atrás. Porque, más allá de las graves consecuencias de detener las negociaciones y convocar un referéndum, más allá de los peligros que son evidentes para todos, la cuestión pendiente que tenemos que responder anula la razón por la que convocar el referéndum: una democracia auténtica.
Este post se publicó originalmente en HuffPost Greece y ha sido traducido del inglés.
Cuando se pidió a los escoceses que votaran en referéndum si querían o no la independencia del Reino Unido, la pregunta no era ambigua. Lo mismo ocurrió cuando los italianos se pronunciaron sobre si querían o no legalizar el divorcio, que estaba prohibido por la Iglesia Católica. Pero, ¿a qué vamos a responder sí o no los griegos que votemos el domingo, si finalmente se celebra ese referéndum?
La pregunta que motivó el referéndum -rechazar o aprobar una mala propuesta de trabajo, un documento que se ofreció el jueves, se cambió el viernes y es posible que ya no esté sobre la mesa- no tiene sentido. Es un ejercicio de surrealismo político. Por tanto, el "sí" o el "no" del domingo tendrá sentido a posteriori, será la respuesta a una pregunta que se planteará más adelante. ¿"No" a la propuesta concreta -que ya no existe- pero "sí" a otra, mejorada, que está por llegar? ¿"No", en general, a cualquier propuesta que nos garantice permanecer en el euro con más medidas de austeridad? ¿"No" a seguir en el euro? La respuesta sí estará ahí, clara y rotunda, un "sí" o un "no". Pero la pregunta sólo se aclarará después, dependiendo de la interpretación que se le dé, no por nosotros -que enviamos el mensaje-, sino por aquellos que lo van a recibir: la canciller alemana Merkel, el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, los mercados...
Esta es la razón fundamental por la que, en mi opinión, el gobierno debería replantearse su decisión y dar marcha atrás. Porque, más allá de las graves consecuencias de detener las negociaciones y convocar un referéndum, más allá de los peligros que son evidentes para todos, la cuestión pendiente que tenemos que responder anula la razón por la que convocar el referéndum: una democracia auténtica.
Este post se publicó originalmente en HuffPost Greece y ha sido traducido del inglés.