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Tsipras contra el coronel Saito

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Mis películas preferidas se encuadran en dos categorías: las que Javier Pradera llamaba de "falsos cobardes", como Horizontes de grandeza o El hombre tranquilo, y las "de tener razón", entre las que brillan con luz propia El vuelo del Phoenix, La costilla de Adán o El puente sobre el Río Kwai. Esta última es el gran fresco de David Lean sobre la defensa a muerte de los principios. Tan es así que cuando, al cabo de una hora de metraje, el Coronel Nicholson derrota en el tablero de las convicciones a su homólogo japonés, el coronel Saito, no digo que se acabe la historia, pero sí que decrece su interés.

La pretensión de Saito de que los oficiales británicos  -I hate the British! -desempeñen trabajos manuales, lo cual viola la Convención de Ginebra, no se basa en un argumento racional, porque los mandos de Nicholson son sólo media docena, en un batallón de varios cientos. Que trabajen o no, no suma ni resta. Es cierto que el japonés tiene una fecha límite para entregar el puente construido, pero la contribución como levantadores de troncos de media docena de oficiales británicos no es relevante.

Si Saito quiere que trabajen es sólo para humillarlos y así se lo dice a Nicholson en sus primeras palabras de bienvenida:

-¡Desde el momento mismo en que se rindieron, dejaron ustedes de ser soldados para pasar a ser siervos! ¡Por eso no merecen respeto!



La relación que intentan instaurar los hombres y mujeres de la Troika con el coronel Tsipras es la misma que en El Puente sobre el Río Kwai. No es un problema de dinero, lo que está en juego es el sometimiento del otro y el amor propio. Los economistas del FMI han fracasado con sus recetas en Grecia una y otra vez, de la misma manera que los ingenieros del Coronel Saito no han sabido ni elegir el tramo del río más apropiado para levantar el puente. Cuando la incompetencia se alía con la prepotencia y la soberbia, el resultado es el Estado Mayor Japonés...o el Fondo Monetario Internacional.

Saito también quiere que los oficiales desempeñen trabajos manuales, porque miles de ellos ya se han doblegado, a lo largo de cientos de kilómetros de línea férrea entre Bangkok y Rangún. Es la práctica habitual, lo que viene haciendo todo el mundo.

-Ese no es mi problema -le viene a decir Nicholson a su adversario-. Yo no cedo jamás en cuestiones de principios.

El FMI parece haberle dicho a Tsipras:

-Van ustedes a tragar porque los demás también lo han hecho. Se humillarán como se han humillado ya los portugueses y los españoles.

En la película, Saito ve que el puente no avanza con la misma preocupación con la que ahora Merkel y Lagarde comprueban, años tras año, que Grecia se hunde aplicando sus delirantes recetas. El japonés tiene ante él a un puñado de ingenieros británicos que han levantado puentes de todo tipo a lo largo de la costa del Índico, pero no quiere echar mano de ellos, porque para su mentalidad, eso sería humillante.

Varoufakis es ese economista por-ten-to-so (que diría Garci) que les ha mostrado a los troikos cómo podría resucitar en pocos años una economía hundida en la miseria. Pero no es ario, es griego: un sangre sucia, que dirían en Harry Potter. Si Merkel le rogase a Varoufakis que construyera el puente, a todos, incluidos los acreedores, nos iría mucho mejor. Pero para eso hay que tener al menos la inteligencia del coronel Saito, que al cabo de tan solo sesenta minutos de película, se da cuenta de que se ha equivocado.

Los del FMI son aún más cerriles. ¿Un puente sobre el Río Kwai? No valdrían ni para colgar notitas en Los Puentes de Madison.

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