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El poder es falaz y siempre juega a la confusión para sacar beneficio de las aguas revueltas de la realidad.
El poder se presenta como orden; el orden, como previsible; y esa previsión le otorga credibilidad a quien lo plantea... Todo sucede tal y como está previsto, y todo el mundo ocupa el lugar que le corresponde en la estructura diseñada por el poder para llevar a cabo las funciones asignadas. Esta misma organización ya nos indica que el poder parte del a priori y el convencimiento de que no todo el mundo puede hacer todo, y que aquellos que hacen algo no lo pueden realizar en cualquier lugar y circunstancia. Y no pueden porque el poder se basa en que hay capacidades vinculadas a la condición de las personas que él luego gestiona a través de las casillas del tiempo y de los espacios.
Pero el poder no puede presentarse con ese argumento ni reivindicando el logro del orden que exige; si lo hiciera, se mostraría a sí mismo como un fracaso, pues la propia diversidad y pluralidad de opciones de esta época post e intra-globalización demostrarían su ineficacia ante el desorden funcional existente.
El poder hoy es promesa de orden, no orden en sí mismo. El poder se presenta hoy con el argumento de que sólo desde las posiciones respaldadas por la tradición y los valores conservadores de la derecha se puede alcanzar el orden necesario para convivir, y que dicha convivencia sólo se puede garantizar según su modelo. Por eso el poder se reafirma en la idea de o yo, o el caos.
En todo este juego, hay dos cuestiones importantes:
El poder juega con ventaja al partir de la idea de orden construida sobre el modelo conservador que ya está instaurado en lo funcional (convivencia, tipo de relaciones, jerarquías, valores, roles, espacios...) De manera que el peso de la historia se presenta como argumento de veracidad y evidencia de eficacia, afirmando que "si hemos llegado hasta aquí con ese modelo, el modelo funciona". De ese modo, la realidad refuerza su estructura y descarta cualquier otra alternativa, que es presentada como un caos y un viaje a lo desconocido.
Al contrario de lo que pueda parecer, al poder y a la derecha ejecutora del mismo le interesa el caos, no el orden. Si el poder es hoy promesa de orden, dado que el orden que venden es imposible, cuanto más caos, más necesidad de que actúe el poder y sus instrumentos conservadores para caminar hacia el orden prometido.
Estas dos cuestiones hacen que el poder ejecutor en la política y en lo social sea fluctuante, necesita ceder para luego recuperar más; no es un error, sino parte de su estrategia. Ya no es posible un poder continuado, como ocurría con las dictaduras o con las sociedades democráticas desinformadas, aunque aún se intente jugar con estos dos elementos para acaparar más poder funcional. El juego democrático lleva a la fluctuación y a la cesión, algo que es asumido y forma parte de la táctica que lleva a que, a la larga, siempre gane; es como en la bolsa, los valores de las grandes empresas unos días suben, otros bajan, pero al final, el balance de resultados siempre arroja beneficios.
El verdadero poder, ese poder abstracto, no está en las personas, en los bancos, en las empresas, y menos aún en los gobiernos. El poder abstracto es el sistema que permite que todo suceda de modo que resulte beneficiado quien forma parte del ejercicio político y social que reproduce sus valores, ideas, creencias..., consiguiendo de ese modo reducir todo lo posible a una única opción. Y ese sistema de poder abstracto se está adaptando a las nuevas circunstancias. Ahora juega con los acontecimientos que él ha provocado para controlar a las propias democracias con estructuras supranacionales e instrumentos económicos y financieros que escapan a los controles establecidos. Todo ello le permite agitar la realidad y generar un caos controlado para que no se le vaya de las manos, y para que la opción siempre sea volver a la mano del poder, no agarrarse definitivamente a ella. Eso no interesa.
La situación se ha potenciado en estos últimos tiempos debido a varias razones. Entre ellas tenemos:
- El mecanismo de agitación utilizado en esta última fase, la llamada "crisis económica", ha impactado sobre cuestiones esenciales de la vida y sobre la dignidad de las personas, lo cual ha generado miedo en una parte de la sociedad, pero también un rechazo de la injusticia social que hay detrás.
- Existe una mayor conciencia crítica por parte de la sociedad sobre los problemas existentes y su significado.
- Tenemos una mayor diversidad y pluralidad social, circunstancia que dificulta que un modelo de valores sea aceptado como único e incuestionable.
- Hay un mayor conocimiento sobre posibles alternativas.
Todo ello ha llevado a un cuestionamiento de la esencia del propio poder y de la injusticia que genera, no sólo de las formas, los tiempos y los espacios, como ocurría antes. Para una parte significativa de la sociedad, hoy es más importante salir de ese modelo que continuar en él, y no lo vive tanto desde el punto de vista del resultado en lo material, sino como posición ética.
Ante estas circunstancias críticas con el poder, él lo tiene fácil: generar más caos y amplificar su significado a través del miedo, para hacer que su promesa de orden sea más querida y seguida.
Está ocurriendo con Grecia y la UE, pero también en España tras los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas. La cesión del poder tradicional que se ha conseguido no se puede entender como una victoria de la izquierda ni como alternativa alguna si no se fundamenta en un modelo de sociedad diferente, más allá de las propuestas urgentes que se hagan, por muy revolucionarias y radicales que sean, y por muchos cambios que se produzcan en las formas de ejercer la política.
El poder conservador de la derecha es adaptativo, hará lo que tenga que hacer para seguir igual. Su poder no está en las corbatas ni viaja en los coches oficiales; los símbolos son importantes, pero el cambio de rito no cambia el mito... Sobre todo, cuando comprobamos que quien más está renunciando a su esencia y símbolos es la propia alternativa de la izquierda.
La izquierda tiene que dejar de ser sólo reactiva y pasar a ser más proactiva. Es la forma de alcanzar un nuevo orden social que no llame caos a la diversidad y a la pluralidad, y que radique en las personas, no en determinados partidos políticos.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor