Ilustración: Alfonso Blanco
Domingo, 5 de julio. El pueblo griego ha sido convocado a firmar su propia sentencia de pena capital. No es ya solo "susto o muerte". Se trata de decidir entre "suicidarse" (J.C. Juncker) o afrontar el pelotón de fusilamiento ante sus acreedores. Así, directamente. Se trata ahora de jugarse, a sí o no, si perseverar con contumacia en la terapia sádica que lo ha hundido en la miseria, o decidir su salida desordenada del euro.
En eso consiste la reducción del pluralismo (y del debate) impuesto bajo el pretexto y a rebufo de la crisis por una hegemonía cada vez más empeñada en reducir o triturar la densidad del principio democrático en la UE. No hay otra. No hay alternativa al empobrecimiento drástico, al corralito, a la pérdida de disponibilidad a los ahorros en los bancos, la caída dramática, por inestabilidad, de la rentabilidad de cualquier inversión o transacción financiera en la República Helénica.
Como en las tragedias clásicas, ninguno de los personajes escapa a su responsabilidad en el desencadenamiento del desenlace fatal y de su propia desdicha. Ni los Gobiernos conservadores de Nea Demokratia, que a principios del siglo XX engañaron con las cuentas públicas de la República Helénica, ni el posterior Gobierno de mayoría absoluta del PASOK, que con Papandreu al frente transparentó la situación de las cuentas públicas para resultar sobrepasado e impotente ante la arrogante prepotencia de la hegemonía conservadora liderada por Merkel y los diktats de la Troika; ni, por supuesto, tampoco, la irresponsabilidad de Tsipras y Varoufakis, que han abismado a los griegos a elegir entre la ruina, la cicuta o el autodisparo en la sien.
Pero tampoco, por supuesto, la infame política impuesta por los confratres de la Troika (FMI, BCE y Comisión Europea), ni el Eurogrupo ni el Consejo, órgano motor de una EU renacionalizada.
No es, como piensan algunos, un malentendido problema de soberanía nacional. El tratamiento impuesto a Grecia ha sido un desastre para Grecia y para la entera zona euro. Porque en ningún momento tuvo como propósito rescatar ni aliviar ni a Grecia ni a los griegos, sino satisfacer la voracidad insaciable de sus acreedores, en su mayor parte bancos y financieros alemanes.
El FMI y la Comisión -en definitiva la Troika- van a emplearse a fondo en que ese domingo triunfe el SÍ. Y los griegos van a ser concienzudamente atenazados por el miedo a despeñarse en un desfiladero de una envergadura sin precedentes desde que cuajó en la memoria el mito de la las Termópilas.
El Gobierno de Tsipras ha jugado sus cartas con una ausencia de rigor simplemente insoslayable; tanto en la presentación de las magnitudes financieras en la defensa de su propio caso, como en el manejo de las categorías de la democracia, que de ningún modo avalan el traslado a la ciudadanía de los fracasos de la política y de sus representantes.
En efecto, no es verdad que un referéndum resuelva siempre los nudos gordianos cuya disolución no pueda ser trasladada sin más, en bruto, a la ciudadanía, ni absuelva a los representantes de no haber sido capaces de responder las preguntas antes que recurrir al expediente fácil de hacer que "Dios juegue a los dados", según la expresión de Einstein.
Pero lo que también es innegable es que la tragedia de Grecia lo es para toda la UE. Y esta es responsabilidad de los que causaron la crisis y se han ido de rositas. Es más: son los que han impuesto una narrativa falsa, perversamente ideológica, basada en su hegemonía política y discursiva. Esa desastrosa política impuesta por la nueva derecha económica europea nos da ahora una nueva medida de un fracaso anunciado. Una Europa desequilibrada, alemanizada, descompensada, cada vez más darwinista y despiadada con los débiles. Una Europa alejada de aquella UE que soñó mi generación cuando teníamos 20 años y, en los años 80, cumplimos el sueño transgeneracional de millones de españoles al abrazar las entonces Comunidades Europeas en la confianza de contribuir a construir entre todos un nuevo espacio público de ciudadanía, con vocación federal, integradora de la diversidad, cohesiva y solidaria. Es desalentador constatar, cumplidos ya treinta años de aquel 12 de junio de 1985, cuán lejos está y nos queda esa promesa europea.
No están escritos, sin embargo, ni el resultado del voto ni sus consecuencias últimas. Los ciudadanos griegos han sido convocados a optar entre seguir pasando hambre... o elegir morir de hambre. La actual hegemonía política sobre la UE les fuerza a elegir, a toda marcha, entre el empobrecimiento y la inanición, sin más.
Ni Tsipras, ni Juncker, ni Merkel, ni el euro, ni la propia UE, podrán salir indemnes de esto.
Pase lo que pase el 5 de julio, habrá que amarrarse el cinturón de seguridad. Vienen curvas, turbulencias. No solo para los griegos, sino para todos nosotros, los ciudadanos europeos. Muchos de nosotros, ansiosos de otra Europa, que no llega, y a estas alturas muy hartos de los conductores suicidas que no residen en Atenas.