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7 'mentiras' que los madrileños nos contamos a nosotros mismos

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1. ESTÁ A CINCO MINUTOS

El madrileño es un claro ejemplo de la teoría de la relatividad aplicada al espacio-tiempo. Las unidades de medida las llevamos a lo castizo, o lo que es lo mismo, tenemos un sistema métrico propio. Si preguntas a un madrileño y te dice que está a cinco minutos, prepárate a andar por lo menos media hora, a coger el metro, a bajarte cinco estaciones después y a hacer dos transbordos de autobús. El kilómetro madrileño es una unidad de medida que debería oficializarse y aparecer en la tabla de equivalencias milla-km-kilometrocastizo.

Si un madrileño te dice que está lejos, entonces prepara el pasaporte. Nada nos parece lejos a no ser que nos dé una pereza que nos mate lo que nos mueve hasta allí o esté más allá de la M-30, que entonces no nos parecerá que está lejos, sino que nos parecerá que está por Parla (otro punto de referencia del madrileño más allá de los meridianos y paralelos convencionales: el famoso meridiano de Parla). Si estás intentando quedar con alguien y te dice que está muy lejos, es que le apetece cero quedar contigo. A buen entendedor...

2. VIVO EN EL CENTRO

Cuando un madrileño le dice a alguien de fuera que vive "en el centro", quiere decir que vive dentro del perímetro de la M-30. Esto quiere decir que está dentro de un radio medio de 5,17 km del centro-centro-Puerta del Sol y dentro de los 32 km de longitud que tiene esta vía.
Todo lo que queda dentro de la M-40 no es centro, pero está cerca del centro. En 10 minutos estoy en el centro (que es ese perímetro de circunvalación de la M-30).

La M-50 ya no cuenta como Madrid. Es una carretera interestelar desconocida para casi todos los urbanitas que lleva a una galaxia muy, muy lejana.

3. NO TENGO ACENTO

Los madrileños creemos que somos los únicos habitantes, no solo de España, sino del planeta, que carecemos de acento. De hecho, nos extrañamos y horrorizamos cuando nos dicen que lo tenemos. Lo negamos igual que San Pedro negó a Jesucristo (no nos hace falta gallo que cante): con firme convicción, pensando que al estar en el centro del país se parte de acento neutro que va in crescendo radialmente hacia el resto de España, tomando sus puntos álgidos en Finisterre y Tarifa.

4. ¿DÓNDE ESTÁS? LLEGANDO

Date por jodido (con perdón que nunca digo palabras malsonantes en el blog). Posiblemente esté saliendo de casa o en la decimonovena vuelta intentando aparcar. Los madrileños vivimos en un bucle con el tiempo verbal gerundio: llegando, aparcando..., y no es porque seamos mentirosos compulsivos, es porque somos optimistas convencidos. Creemos firmemente en el tele-transporte, aunque no hayamos encontrado aún la manera de ponerlo en marcha, y que viviendo en Pozuelo y habiendo quedado en el Barrio de Salamanca estás saliendo por la puerta de casa y estás llegando. Y esto es así.

5. EN MADRID SOMOS MUY ACOGEDORES PORQUE TODOS SOMOS DE FUERA

Madrid es una ciudad en la que los grupos de todo la vida son muy endogámicos. Es difícil entrar en un cluster (porque son clusteres, que no grupos) de amigos del colegio, porque está científicamente comprobado que entre personas que comparten los años de colegio hay una mutación genética que les hace recubrirse en grupo con una capa invisible resistente a los años, la polución, las inclemencias del tiempo y la gente ajena al colegio. Cuesta, pero al final, la mutación genética se contagia y entonces, un día, sientes que también has estudiado en ese colegio, y que eres uno más del grupo, y esa persona al final es quien mejor conoce la ciudad.

Cuando alguien dice en un grupo de amigos eso de "en Madrid somos todos de fuera", siempre habrá al menos una voz que diga: "Pues yo soy gato". Y aunque hay mucha literatura sobre cuántas generaciones tiene que haber de madrileños en la misma familia, de padre y madre y abuelos y demás línea generacional, la mayoría dice que son tres generaciones; y todos, todos, nacidos en Madrid. La versión más radical que yo siempre he oído sube a cuatro las generaciones. Ese linaje debe dar derecho a abono de transporte gratuito.

6. UN DÍA LO DEJO TODO Y ME VOY A VIVIR AL CAMPO/MONTO UN CHIRINGUITO DE PLAYA

Por cada madrileño que ha hecho esto, hay un millón que antes se cortan un brazo a terminar viviendo fuera del asfalto. Y es que el madrileño es de asfalto, de su supermercado al que pueda ir andando, de sus atascos, de gritar valientemente al resto de conductores con la ventanilla subida, de la adrenalina de vivir al límite porque no sabe si va a poder aparcar o dónde va a aparecer una manifestación, de saber que tiene al lado el Museo del Prado aunque no lo pise, de no acordarse de poner el ticket de la hora, de poder ir al teatro, aunque el último espectáculo que pisó fuera el circo de Teresa Rabal unas navidades en los 80...

Un ratito nos gusta el postureo playa o campo, pero lo decimos con la boca pequeña. Lo justo para unas fotos para Instagram y vuelta.

7. NO NOS IMPORTA QUE NO HAYA PLAYA

Por eso, en cuanto sale un rayo de sol, emigramos en masa a las costas españolas y somos capaces de hacernos 1200 km en un fin de semana, porque nos conformamos con nuestras réplicas a escala del Mediterráneo, del Cantábrico y del Atlántico, de ladrillitos azules y agua con cloro en el que las olas más divertidas las produce el primo "gordopillow" de la familia haciendo la bomba.

Aunque haciendo el ejercicio de imaginar Madrid con playa sigo pensando que le quitaría encanto. No me gusta la playa (sí el mar, que son dos conceptos distintos), así que no puedo ser parcial en este punto.

Seguro que hay más mentiras que nos contamos a nosotros mismos y que se me escapan.

Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora

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