El amor es comprensivo y servicial; el amor nada sabe de envidias y bla bla bla, qué bonito todo, ¿no? La tradición dice que hay que pronunciar votos para perseverar en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y el conjunto reluce mucho cuando se adorna con lacitos y rosas. Aunque estos votos, ¿no han demostrado ser considerablemente ineficaces cuando se trata de forjar matrimonios que duren para siempre? ¿Cuántas personas han pronunciado las palabras "hasta que la muerte nos separe" mientras en su fuero interno ya estaban preparándose para pasar página en cuanto la historia se pusiera aburrida?
De ahí lo interesante de esta lista de votos matrimoniales con la virtud del pragmatismo, para las parejas prometidas o las ya casadas. Puede que suenen poco convencionales y nada románticos. Por descontado que no son poéticos; pero son promesas que, si se mantienen, conseguirán sellar un matrimonio sin fecha de caducidad.
1. Prometo aclarar mis expectativas.
Un matrimonio termina porque uno de los esposos no ha conseguido cumplir con las expectativas que la pareja tenía sobre su matrimonio. Las expectativas son únicas y vienen de serie en el cerebro de tu prometido (o prometida). Puede que te parezca que son ideas obvias o universales, que todo el mundo sabe cómo es un buen marido, una buena esposa. Pero la verdad es que las expectativas son propias de cada uno, nacidas de tus experiencias y bien enraizadas en tu cabeza. No hay forma posible de que puedas suponer la idea que tu pareja tiene de un buen matrimonio. Así que no te hará ningún daño ser específico y concreto sobre qué es lo que quieres, no sólo en la cama, sino con la cuenta bancaria, con la comida, con la educación de los hijos y con absolutamente todo lo demás. Si eres demasiado tímido como para opinar sobre si crees que un comportamiento es apropiado o no, si simplemente esperas a que tu pensamiento se haga obvio con el tiempo, es que no estás preparado para casarte. Deja que salga todo a la luz y no pares de sacarlo.Si alguien te falla, debería fallarte conscientemente y no con la ignorancia por excusa.
2. Prometo darte el beneficio de la duda en asuntos de dinero.
Uno de los mayores ajustes que se producen al comenzar un matrimonio son las finanzas compartidas. Pasas de estar tú solo y a la merced de tus propios altos y bajos, a ser ahora responsable de otra persona también, o dependiente de otra persona. No te asustes. Aquí hay un voto que puede ayudarte: si tu cónyuge se gasta un montón de dinero en algo, ten fe en que sabe lo que está haciendo. Sigue confiando siempre hasta que ya la confianza resulte imposible. No practiques la desconfianza por defecto. Y la razón es simple: No te casaste con un (o una) imbécil. ¿O sí? Si observas que tu pareja está soltando dinero a puñados este mes, es posible que esté esperando una paga extra o que esté compensando por haber gastado poco el mes anterior, o cualquier otra cosa. No es un necio, es tu cónyuge. Supera la preocupación por que vaya a hundiros en la miseria financiera. Otorga el beneficio de la duda. Si de verdad está arruinando a la pareja, entonces el último beneficio de la duda que puedes ofrecer es el de que quizás no sabe hacerlo mejor y necesita ayuda. En este caso, ofrece tu ayuda de forma amable y respetuosa, no a través de juicios y reproches.
3. Prometo asegurarme de que no te grito cuando, en realidad, lo que tengo es hambre.
Maridos y esposas, haceos un favor: antes de levantar la voz tomaos vuestro pastel favorito y luego ya podéis volver para gritarle a vuestra pareja, si es que de verdad queríais.
4. Prometo no darte la razón con el único propósito de usar mi complicidad contra ti más tarde.
Algunos conocen este comportamiento como pasivo agresivo, pero es una maniobra bastante específica que puedes aprender a comprender y evitar. Esforzarte en ser el bueno o la buena cuando en realidad no quieres, no siempre funciona bien. Comportarse de una forma tan dócil y obediente que te haga brotar un halo divino de tu coronilla, que flote sobre ti y te bañe en su luz dorada... a veces es un engañarse a uno mismo, cuando lo único de lo que tienes ganas es de coger el halo y estrangular con él a tu cónyuge en cualquier arcén polvoriento. Ser afable y servicial para que, la próxima vez que haya una discusión, puedas señalar ese momento como ejemplo de tu bondad, que es capaz de abrir los cielos: eso no es bondad. No lo hagas. No va a ayudar a largo plazo. Si no quieres hacer algo, lucha por no hacerlo. Si quieres hacer algo, entonces lucha por realizarlo. Sé sincero y no un farsante.
5. Prometo defenderte delante de otros, incluso si no estás en lo cierto.
Tu cónyuge va a toparse con muchas críticas y actitudes detestables. No seas parte de ellas. Nunca. En la privacidad de vuestra almohada, en el sofá, en la furgo... ahí podéis tratar los asuntos que consideréis necesarios, si es que hay algún asunto que debatir. Pero no tienes por qué ponerte de acuerdo con alguien que le esté llamando a él un bruto o a ella una tonta. No hay nada más feo que contemplar a un marido degradar a su esposa o a una mujer menospreciar a su esposo delante de otras personas. Comentarios como ese no te hacen más listo o gracioso. Son golpes bajos. Las críticas de tu cónyuge ya pueden llegar a doler por sí solas, incluso en privado y siendo amable. Si es en público y en tono soez, son casi insoportables.
6. Prometo intentar ponerte a ti antes que a los niños.
Cuidado con esto, porque tu imperativo biológico te decantará primero por tus hijos. Tu fisiología te orientará hacia el impulso de arrancar de un bocado la nariz de tu cónyuge si éste o ésta perturba de cualquier forma el desarrollo y la felicidad de los niños. Y aquí tienes la razón que te permite hacer esta promesa número 6 a tu pareja: querréis intentar de verdad daros prioridad a los dos algunas veces, aunque los niños estén absorbiendo tanto de vuestras vidas. En realidad, si das prioridad completa a tu cónyuge y dejas a los niños con sus pañales pringados en la puerta de la calle un día de lluvia, lo más probable es que la policía os visite. Pero como eres una persona normal y no un monstruo abusaniños, no creo que hagas cosas así. Al pronunciar este voto, es posible que como resultado podáis pasar algún tiempo juntos como pareja, o tomar algunas decisiones en beneficio de los intereses u objetivos de Papá o de Mamá, en lugar de hacer actividades de nenes todo el día. El equilibrio es necesario.
7. Prometo hacer las tareas que ninguno de los dos quiere hacer, en caso de que tú tengas menos ganas que yo.
Mi marido odia fregar los platos. De verdad que lo odia y además le da asco. En mi caso, no me gusta mirar hojas de cálculo ni pensar en el dinero. Para nada. Me da calambres en el alma. Ahora bien, a mí tampoco me gusta especialmente lavar los platos. A nadie le gusta. Pero acepto lo de fregarlos. Que sí, todas las veces, incluso si también he cocinado la cena, incluso si él se dejó un plato lleno de queso resecándose en el fregadero. No me importa demasiado y no voy a plantarme en jarras y tratar de conseguir algún tipo de igualdad y hacerle fregar los platos exactamente la mitad de las veces. Si es justicia lo que buscamos, entonces yo tendría que prestar atención a la cuenta bancaria y llevar un presupuesto y preocuparme por la hipoteca. Y no lo hago. Y tampoco es justo. Pero es que no nos importa porque nos hicimos la siguiente promesa:
8. Prometo no llevar la cuenta.
No puedes ganar al matrimonio. No hay una puntuación. Cualquier ajuste de cuentas o marcador con puntos únicamente va a provocar que os gritéis telodijes y una profunda insatisfacción. No llevar la cuenta supone que no tienes que devolver los favores ni tampoco castigar los errores. También significa que puedes entregarte con libertad y que tendrás un lugar blando donde aterrizar si tropiezas. Hay consecuencias para cada acción, buenas y malas. Es cierto. Pero para saber perdonar y olvidar, hay que hacerlo en las dos direcciones: olvida las cosas buenas que hicieras y las cosas malas que hiciera el otro o la otra. A cambio, puedes dar por supuesto que tus errores serán olvidados y que tu cónyuge dará todo lo bueno que pueda ofrecer sin ningún tipo de mesura.
9. Prometo que no me importará si te vuelves gordo, canijo o viejo.
O gorda, canija y vieja. Estoy hablando de engordar, damas y caballeros. Culo, enorme. Brazos, fofetes. También me refiero a cuerpazos que se quedan chupados. Tetas, fuera. Culo, imperceptible. ¿Podemos hablar de la caída del pelo? Claro, y no sólo del pelo masculino, también el de las chicas. Y el amanecer de perturbadoras verrugas. Vello facial más grueso o más fino. Ojos saltones. Lo cierto, es que en realidad no te importan estas cosas. Tu persona favorita será tu persona favorita hasta el final de los días, incluso si se le desprende de repente la cabeza o le crece una tercera pierna. Incluso si un dragón viene y se le come la mitad de abajo del cuerpo, o si la piel se le vuelve violeta o si le crecen margaritas en las orejas. Ya que sabes que lo que realmente importa está en el interior, debes dejarlo manifiesto. Si quieres pronunciar las palabras más románticas que una mujer escuchará jamás, prueba con "Te amaré para siempre, cariño, incluso si engordas como una foca monje y te arrugas como el pescuezo de una tortuga". Confía en mí. Le encantará a tu delgadita prometida.
10. Prometo poner tu felicidad antes que la mía.
Todo se reduce a esto, ¿no? Prometes subvertir tus necesidades, tus deseos, tus objetivos y tus prioridades, por aquellos de tu cónyuge. Y él o ella hará lo mismo por ti. Si ambos trabajáis por la felicidad del otro, con honradez y felicidad, entonces ambos vais a ser ridículamente felices. He aquí el secreto: no es suficiente con que tu espíritu sea sublime y te conviertas en un virtuoso mártir. También tienes que permitir que tu pareja haga lo mismo por ti. Tienes que ser capaz de decir "¡Vale!" cuando el otro diga "¡Vamos!"; decir "¡Gracias!" cuando el otro diga "¡No importa!". Y confiar en que cuando llegue el momento de dar la vuelta a las tornas, tú harás exactamente lo mismo. Porque al fin y al cabo, no se trata siquiera de altruismo; se trata de trabajar por el bien común. Si eres incapaz afirmar que lo harás, entonces "hasta que la muerte nos separe" va a ser una sentencia de por vida, larga, sosa y triste.
Según mi punto de vista, si no puedes hacer estos votos con el corazón en la mano, no deberías casarte. Cierto, es un poco más arduo prometer amor "en la gordura y en la flaqueza, incluso si mi madre te odia" que comprometerse "en la alegría y en la tristeza, renunciando a todos los demás". ¿Qué promesa es más valiente? ¿Cuál más comprometida?
Este post apareció originalmente en lydianetzer.blogspot.com.
Este post fue traducido de la edición estadounidense de 'The Huffington Post' por Diego Jurado Moruno
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De ahí lo interesante de esta lista de votos matrimoniales con la virtud del pragmatismo, para las parejas prometidas o las ya casadas. Puede que suenen poco convencionales y nada románticos. Por descontado que no son poéticos; pero son promesas que, si se mantienen, conseguirán sellar un matrimonio sin fecha de caducidad.
1. Prometo aclarar mis expectativas.
Un matrimonio termina porque uno de los esposos no ha conseguido cumplir con las expectativas que la pareja tenía sobre su matrimonio. Las expectativas son únicas y vienen de serie en el cerebro de tu prometido (o prometida). Puede que te parezca que son ideas obvias o universales, que todo el mundo sabe cómo es un buen marido, una buena esposa. Pero la verdad es que las expectativas son propias de cada uno, nacidas de tus experiencias y bien enraizadas en tu cabeza. No hay forma posible de que puedas suponer la idea que tu pareja tiene de un buen matrimonio. Así que no te hará ningún daño ser específico y concreto sobre qué es lo que quieres, no sólo en la cama, sino con la cuenta bancaria, con la comida, con la educación de los hijos y con absolutamente todo lo demás. Si eres demasiado tímido como para opinar sobre si crees que un comportamiento es apropiado o no, si simplemente esperas a que tu pensamiento se haga obvio con el tiempo, es que no estás preparado para casarte. Deja que salga todo a la luz y no pares de sacarlo.Si alguien te falla, debería fallarte conscientemente y no con la ignorancia por excusa.
2. Prometo darte el beneficio de la duda en asuntos de dinero.
Uno de los mayores ajustes que se producen al comenzar un matrimonio son las finanzas compartidas. Pasas de estar tú solo y a la merced de tus propios altos y bajos, a ser ahora responsable de otra persona también, o dependiente de otra persona. No te asustes. Aquí hay un voto que puede ayudarte: si tu cónyuge se gasta un montón de dinero en algo, ten fe en que sabe lo que está haciendo. Sigue confiando siempre hasta que ya la confianza resulte imposible. No practiques la desconfianza por defecto. Y la razón es simple: No te casaste con un (o una) imbécil. ¿O sí? Si observas que tu pareja está soltando dinero a puñados este mes, es posible que esté esperando una paga extra o que esté compensando por haber gastado poco el mes anterior, o cualquier otra cosa. No es un necio, es tu cónyuge. Supera la preocupación por que vaya a hundiros en la miseria financiera. Otorga el beneficio de la duda. Si de verdad está arruinando a la pareja, entonces el último beneficio de la duda que puedes ofrecer es el de que quizás no sabe hacerlo mejor y necesita ayuda. En este caso, ofrece tu ayuda de forma amable y respetuosa, no a través de juicios y reproches.
3. Prometo asegurarme de que no te grito cuando, en realidad, lo que tengo es hambre.
Maridos y esposas, haceos un favor: antes de levantar la voz tomaos vuestro pastel favorito y luego ya podéis volver para gritarle a vuestra pareja, si es que de verdad queríais.
4. Prometo no darte la razón con el único propósito de usar mi complicidad contra ti más tarde.
Algunos conocen este comportamiento como pasivo agresivo, pero es una maniobra bastante específica que puedes aprender a comprender y evitar. Esforzarte en ser el bueno o la buena cuando en realidad no quieres, no siempre funciona bien. Comportarse de una forma tan dócil y obediente que te haga brotar un halo divino de tu coronilla, que flote sobre ti y te bañe en su luz dorada... a veces es un engañarse a uno mismo, cuando lo único de lo que tienes ganas es de coger el halo y estrangular con él a tu cónyuge en cualquier arcén polvoriento. Ser afable y servicial para que, la próxima vez que haya una discusión, puedas señalar ese momento como ejemplo de tu bondad, que es capaz de abrir los cielos: eso no es bondad. No lo hagas. No va a ayudar a largo plazo. Si no quieres hacer algo, lucha por no hacerlo. Si quieres hacer algo, entonces lucha por realizarlo. Sé sincero y no un farsante.
5. Prometo defenderte delante de otros, incluso si no estás en lo cierto.
Tu cónyuge va a toparse con muchas críticas y actitudes detestables. No seas parte de ellas. Nunca. En la privacidad de vuestra almohada, en el sofá, en la furgo... ahí podéis tratar los asuntos que consideréis necesarios, si es que hay algún asunto que debatir. Pero no tienes por qué ponerte de acuerdo con alguien que le esté llamando a él un bruto o a ella una tonta. No hay nada más feo que contemplar a un marido degradar a su esposa o a una mujer menospreciar a su esposo delante de otras personas. Comentarios como ese no te hacen más listo o gracioso. Son golpes bajos. Las críticas de tu cónyuge ya pueden llegar a doler por sí solas, incluso en privado y siendo amable. Si es en público y en tono soez, son casi insoportables.
6. Prometo intentar ponerte a ti antes que a los niños.
Cuidado con esto, porque tu imperativo biológico te decantará primero por tus hijos. Tu fisiología te orientará hacia el impulso de arrancar de un bocado la nariz de tu cónyuge si éste o ésta perturba de cualquier forma el desarrollo y la felicidad de los niños. Y aquí tienes la razón que te permite hacer esta promesa número 6 a tu pareja: querréis intentar de verdad daros prioridad a los dos algunas veces, aunque los niños estén absorbiendo tanto de vuestras vidas. En realidad, si das prioridad completa a tu cónyuge y dejas a los niños con sus pañales pringados en la puerta de la calle un día de lluvia, lo más probable es que la policía os visite. Pero como eres una persona normal y no un monstruo abusaniños, no creo que hagas cosas así. Al pronunciar este voto, es posible que como resultado podáis pasar algún tiempo juntos como pareja, o tomar algunas decisiones en beneficio de los intereses u objetivos de Papá o de Mamá, en lugar de hacer actividades de nenes todo el día. El equilibrio es necesario.
7. Prometo hacer las tareas que ninguno de los dos quiere hacer, en caso de que tú tengas menos ganas que yo.
Mi marido odia fregar los platos. De verdad que lo odia y además le da asco. En mi caso, no me gusta mirar hojas de cálculo ni pensar en el dinero. Para nada. Me da calambres en el alma. Ahora bien, a mí tampoco me gusta especialmente lavar los platos. A nadie le gusta. Pero acepto lo de fregarlos. Que sí, todas las veces, incluso si también he cocinado la cena, incluso si él se dejó un plato lleno de queso resecándose en el fregadero. No me importa demasiado y no voy a plantarme en jarras y tratar de conseguir algún tipo de igualdad y hacerle fregar los platos exactamente la mitad de las veces. Si es justicia lo que buscamos, entonces yo tendría que prestar atención a la cuenta bancaria y llevar un presupuesto y preocuparme por la hipoteca. Y no lo hago. Y tampoco es justo. Pero es que no nos importa porque nos hicimos la siguiente promesa:
8. Prometo no llevar la cuenta.
No puedes ganar al matrimonio. No hay una puntuación. Cualquier ajuste de cuentas o marcador con puntos únicamente va a provocar que os gritéis telodijes y una profunda insatisfacción. No llevar la cuenta supone que no tienes que devolver los favores ni tampoco castigar los errores. También significa que puedes entregarte con libertad y que tendrás un lugar blando donde aterrizar si tropiezas. Hay consecuencias para cada acción, buenas y malas. Es cierto. Pero para saber perdonar y olvidar, hay que hacerlo en las dos direcciones: olvida las cosas buenas que hicieras y las cosas malas que hiciera el otro o la otra. A cambio, puedes dar por supuesto que tus errores serán olvidados y que tu cónyuge dará todo lo bueno que pueda ofrecer sin ningún tipo de mesura.
9. Prometo que no me importará si te vuelves gordo, canijo o viejo.
O gorda, canija y vieja. Estoy hablando de engordar, damas y caballeros. Culo, enorme. Brazos, fofetes. También me refiero a cuerpazos que se quedan chupados. Tetas, fuera. Culo, imperceptible. ¿Podemos hablar de la caída del pelo? Claro, y no sólo del pelo masculino, también el de las chicas. Y el amanecer de perturbadoras verrugas. Vello facial más grueso o más fino. Ojos saltones. Lo cierto, es que en realidad no te importan estas cosas. Tu persona favorita será tu persona favorita hasta el final de los días, incluso si se le desprende de repente la cabeza o le crece una tercera pierna. Incluso si un dragón viene y se le come la mitad de abajo del cuerpo, o si la piel se le vuelve violeta o si le crecen margaritas en las orejas. Ya que sabes que lo que realmente importa está en el interior, debes dejarlo manifiesto. Si quieres pronunciar las palabras más románticas que una mujer escuchará jamás, prueba con "Te amaré para siempre, cariño, incluso si engordas como una foca monje y te arrugas como el pescuezo de una tortuga". Confía en mí. Le encantará a tu delgadita prometida.
10. Prometo poner tu felicidad antes que la mía.
Todo se reduce a esto, ¿no? Prometes subvertir tus necesidades, tus deseos, tus objetivos y tus prioridades, por aquellos de tu cónyuge. Y él o ella hará lo mismo por ti. Si ambos trabajáis por la felicidad del otro, con honradez y felicidad, entonces ambos vais a ser ridículamente felices. He aquí el secreto: no es suficiente con que tu espíritu sea sublime y te conviertas en un virtuoso mártir. También tienes que permitir que tu pareja haga lo mismo por ti. Tienes que ser capaz de decir "¡Vale!" cuando el otro diga "¡Vamos!"; decir "¡Gracias!" cuando el otro diga "¡No importa!". Y confiar en que cuando llegue el momento de dar la vuelta a las tornas, tú harás exactamente lo mismo. Porque al fin y al cabo, no se trata siquiera de altruismo; se trata de trabajar por el bien común. Si eres incapaz afirmar que lo harás, entonces "hasta que la muerte nos separe" va a ser una sentencia de por vida, larga, sosa y triste.
Según mi punto de vista, si no puedes hacer estos votos con el corazón en la mano, no deberías casarte. Cierto, es un poco más arduo prometer amor "en la gordura y en la flaqueza, incluso si mi madre te odia" que comprometerse "en la alegría y en la tristeza, renunciando a todos los demás". ¿Qué promesa es más valiente? ¿Cuál más comprometida?
Este post apareció originalmente en lydianetzer.blogspot.com.
Este post fue traducido de la edición estadounidense de 'The Huffington Post' por Diego Jurado Moruno
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