Alexis Tsipras está poniendo todo de su parte para ser el peor primer Ministro de la historia de la Unión Europea. Por si quedaba alguna duda, el gol en propia puerta del referéndum (nunca he visto a una afición celebrar de forma tan entusiasta una cosa por estilo) ha terminado de certificarlo. Pero, además de un mal político que puede terminar convirtiendo a Grecia en un Estado gamberro (ya es moroso), tiene un problema gravísimo para gestionar los días posteriores a la consulta, un inconveniente que le acompañará toda la vida, a no ser que protagonice un giro de ciento ochenta grados en su trayectoria: no tiene palabra.
Eso, el no tener palabra, le impide ser un interlocutor válido en la UE, precisamente porque esta se fundamenta desde su fundación en la confianza mutua, la negociación, el consenso y, por supuesto, el cumplimiento de lo pactado. Imaginen que Tsipras llega a un acuerdo con los socios europeos -esos a los que el dimitido Varoufakis llamó "terroristas" para, inmediatamente después, pedirles dinero -hoy, o mañana, o pasado. ¿De verdad alguien estaría seguro de que esa misma noche no pronunciaría en Atenas (siempre en casa) uno de sus enésimos discursos demagógicos renegando de lo pactado y, encima, descalificando a la otra parte?
En otras palabras, ¿le vendería usted un coche a plazos a Alexis Tsipras? Yo, francamente, no. Seguro que no le paga las letras, le insulta y encima convoca un referéndum entre los ocupantes del vehículo para declarar democrática y patrióticamente adoptado el impago.
No me extraña, visto lo visto, que aunque Alemania no cierre la puerta a algún tipo de salida de la crisis provocada por Tsipras a la cabeza de su plural Gobierno de coalición entre la extrema izquierda y la extrema derecha, deje al mismo tiempo muy claro que no hay condiciones para un tercer rescate. Cualquiera en su sano juicio opinaría lo mismo.
Más allá de las gesticulaciones del primer ministro griego, la UE tiene un primer deber en esta hora crítica: blindar el euro. Con (ojalá) o sin Grecia dentro. La ciudadanía de los países que han hecho frente a la crisis aceptando sacrificios tiene todo el derecho a que otros no los tiren por tierra. Y a que, de esa manera, los primeros pasos para modular y completar la política de austeridad con otra de crecimiento y empleo sigan adelante, una vez que ya se han tomado medidas como la masiva compra de deuda por parte del BCE, el Plan Europeo de Inversiones Estratégicas del presidente Juncker o la interpretación flexible de los criterios de déficit.
Si las cosas se hacen bien, del conflicto provocado por Tsipras saldrá una UE más fuerte y cohesionada, porque lo que está ocurriendo estas semanas demuestra que es imprescindible culminar la unión política, económica y social con instrumentos de toma de decisiones que nos protejan de futuros nuevos chantajes (extendiendo al máximo el uso de la mayoría cualificada) y recursos económicos para seguir mejorando la vida cotidiana de las ciudadanía europea: mayor presupuesto, Tesoro, eurobonos, armonización fiscal y Europa social.
Para ello es imprescindible, frente a las provocaciones, consolidar la unidad de las fuerzas políticas europeístas (conservadores, socialistas, liberales) y garantizar una voz armónica de las instituciones comunitarias y los estados miembros. En ese sentido, la existencia de un Gobierno de gran coalición en Berlín se convierte en una garantía que debe verse completada por una identidad suficiente del eje franco-alemán. No tengo dudas de que así será.
España también debe jugar su papel en esta coyuntura. Precisamente a los 30 años de nuestro ingreso en la UE -una indiscutible historia de éxito-, tenemos que estar entre los más interesados en fortalecer la construcción europea y la moneda única. El Gobierno y la oposición, PP, PSOE y Ciudadanos, como principales fuerzas europeístas, deben apostar por que nuestro país participe activamente en esa culminación de la unión política, económica y social europea, dejando claro que tienen un sueño mientras otros solo proponen una pesadilla griega.
Eso, el no tener palabra, le impide ser un interlocutor válido en la UE, precisamente porque esta se fundamenta desde su fundación en la confianza mutua, la negociación, el consenso y, por supuesto, el cumplimiento de lo pactado. Imaginen que Tsipras llega a un acuerdo con los socios europeos -esos a los que el dimitido Varoufakis llamó "terroristas" para, inmediatamente después, pedirles dinero -hoy, o mañana, o pasado. ¿De verdad alguien estaría seguro de que esa misma noche no pronunciaría en Atenas (siempre en casa) uno de sus enésimos discursos demagógicos renegando de lo pactado y, encima, descalificando a la otra parte?
En otras palabras, ¿le vendería usted un coche a plazos a Alexis Tsipras? Yo, francamente, no. Seguro que no le paga las letras, le insulta y encima convoca un referéndum entre los ocupantes del vehículo para declarar democrática y patrióticamente adoptado el impago.
No me extraña, visto lo visto, que aunque Alemania no cierre la puerta a algún tipo de salida de la crisis provocada por Tsipras a la cabeza de su plural Gobierno de coalición entre la extrema izquierda y la extrema derecha, deje al mismo tiempo muy claro que no hay condiciones para un tercer rescate. Cualquiera en su sano juicio opinaría lo mismo.
Más allá de las gesticulaciones del primer ministro griego, la UE tiene un primer deber en esta hora crítica: blindar el euro. Con (ojalá) o sin Grecia dentro. La ciudadanía de los países que han hecho frente a la crisis aceptando sacrificios tiene todo el derecho a que otros no los tiren por tierra. Y a que, de esa manera, los primeros pasos para modular y completar la política de austeridad con otra de crecimiento y empleo sigan adelante, una vez que ya se han tomado medidas como la masiva compra de deuda por parte del BCE, el Plan Europeo de Inversiones Estratégicas del presidente Juncker o la interpretación flexible de los criterios de déficit.
Si las cosas se hacen bien, del conflicto provocado por Tsipras saldrá una UE más fuerte y cohesionada, porque lo que está ocurriendo estas semanas demuestra que es imprescindible culminar la unión política, económica y social con instrumentos de toma de decisiones que nos protejan de futuros nuevos chantajes (extendiendo al máximo el uso de la mayoría cualificada) y recursos económicos para seguir mejorando la vida cotidiana de las ciudadanía europea: mayor presupuesto, Tesoro, eurobonos, armonización fiscal y Europa social.
Para ello es imprescindible, frente a las provocaciones, consolidar la unidad de las fuerzas políticas europeístas (conservadores, socialistas, liberales) y garantizar una voz armónica de las instituciones comunitarias y los estados miembros. En ese sentido, la existencia de un Gobierno de gran coalición en Berlín se convierte en una garantía que debe verse completada por una identidad suficiente del eje franco-alemán. No tengo dudas de que así será.
España también debe jugar su papel en esta coyuntura. Precisamente a los 30 años de nuestro ingreso en la UE -una indiscutible historia de éxito-, tenemos que estar entre los más interesados en fortalecer la construcción europea y la moneda única. El Gobierno y la oposición, PP, PSOE y Ciudadanos, como principales fuerzas europeístas, deben apostar por que nuestro país participe activamente en esa culminación de la unión política, económica y social europea, dejando claro que tienen un sueño mientras otros solo proponen una pesadilla griega.