Para señalar el décimo aniversario de los ataques terroristas sobre Londres del 7-J, HuffPost UK publica Beyond The Bombings [Más allá de las bombas], una serie especial de entrevistas, blogs, estudios en profundidad e investigaciones en exclusiva que reflejan cómo ha cambiado Gran Bretaña desde entonces. [Cómo Gran Bretaña sobrevivió y evolucionó tras el 7-J]
Una década después del 7-J, la Guerra al Terror continúa. Hace diez años, contra Osama bin Laden y Saddam Hussein: una batalla contra dictadores y súper terroristas responsables de miles de muertes en Occidente y en su propio hogar. Hoy, es el Estado Islámico, aunque la inestable narrativa del bien contra el mal cada vez suena más cansina, más aún bajo la lluvia de cloro que el Presidente Assad derrama sobre la población siria. De vez en cuando, se pierden vidas británicas por culpa del terrorismo, ya sea en Londres o en Túnez. Ya han pasado diez años y todo resulta tristemente familiar.
Aunque algunas cosas han cambiado.
En febrero de 2005, seis meses antes de los ataques de terror del 7-J, se activó el nombre del dominio www.youtube.com, obra de tres californianos que trabajaban encima de una pizzería. Más tarde, ese mismo año, una red social de Harvard llamada Facebook.com hacía aparición en Reino Unido. Un año antes de que surgiera Twitter; dos años antes del primer iPhone. Mientras la Guerra al Terror seguía resonando, Internet empezaba a cambiarlo todo.
Incluyendo el terrorismo. En 2015, el terrorismo es un fenómeno digital.
Internet ha cambiado la forma en que se planifica el terrorismo y la comunicación entre los terroristas. Ha cambiado la forma en que los jóvenes hombres y mujeres se ven expuestos por primera vez a ideologías extremistas y el proceso por el que se les radicaliza. También ha modificado la visión que tenemos del terror. Los horrores se emiten en alta definición dentro del confort de nuestra sala de estar, directamente desde la fuente y casi en tiempo real. Cuán diferentes eran las cosas diez años atrás. Según recuerda mi colega Jamie Bartlett, la mañana del 7-J en la oficina nadie tenía idea de lo que había sucedido hasta mediada la tarde. ¿Podrías imaginar algo así ahora?
La era de Internet ha revolucionado la propaganda yihadista. Hace diez años, veíamos ocasionalmente breves extractos de unos vídeos largos, aburridos y subtitulados que se emitían en las noticias de la noche. Hoy en día el contenido es excitante, la calidad hollywoodiense, como sacado directamente de un videojuego. Los perpetradores del terror solían ser seres misteriosos, excepto por el emblemático Bin Laden. Hoy, los muyahidines británicos tienen cuentas en las redes sociales donde uno puede seguirles, donde puede recibir toda su información pocos segundos después de que hayan sido publicados (y en inglés), afectando directamente al ambiente de violencia, sus decisiones y la vida en Siria y en Irak.
Internet y las cámara de los móviles nos han devuelto por completo la puesta en escena de una ejecución medieval. Se instalan cámaras impermeables para grabar ahogamientos. Grabaciones a cámara superlenta de inmolaciones, fotograma a fotograma. Cuando la hisbah (la policía religiosa del Estado Islámico, que opera en las áreas ocupadas) arrojó a un anciano acusado de homosexualidad desde un bloque de pisos, había presente un auténtico equipo de grabación: cuatro smartphones diferentes capturaron el espectáculo. El pasado domingo se supo que el sospechoso de la decapitación en Francia de la semana anterior se hizo un selfie con el cadáver antes de compartirlo en WhatsApp.
Por supuesto, nosotros no hacemos menos. Horas después de que se informara de los ataques en Túnez, la compañía de telecomunicaciones británica Sky emitió imágenes de turistas que grababan la escena desde sus habitaciones de hotel. Los ataques a Charlie Hebdo, el secuestro de Sídney, el ataque al centro comercial Westgate, en Nairobi: todos fueron grabados en smartphones.
A medida que avanzan las innovaciones tecnológicas, cada vez veremos más ejemplos de todo esto. Ya hemos sido testigos del uso de cámaras go-pro y drones para capturar el momento en que se producían ataques terroristas, de una forma que antes era imposible. No pasará mucho hasta que aplicaciones como Periscope se usen para retransmitir el terrorismo en directo. Al fin y al cabo, ya están usando los drones. Puedes dar por sentado que, sea cual sea la próxima novedad en tecnología digital social, la usarán los terroristas.
Todo esto supone que el contenido terrorista nos alcanza cada vez más, a una edad más joven, de una forma más rápida y con menos moderación que nunca. Su intención es crear miedo y antagonismo entre nosotros, lo que nos plantea un problema nuevo: se nos está aterrorizando en nuestros propios hogares y estamos reaccionando a ello, tal y como desean los terroristas.
Cuando ISIS usó Twitter para amenazar a los estadounidenses con fotos de sus víctimas de guerra, usando el hashtag --una forma de agrupar miles de mensajes bajo una palabra o frase-- #AMessagefromISIStoUS [Un mensaje de ISIS a EEUU], los estadounidenses reaccionaron. Algunas de las respuestas fueron de un humor sin gusto: se enviaron alrededor de mil Goatses (un tipo de imagen pornográfica de los orígenes de Internet, búscalo en Google a tu cuenta y riesgo) a través de la brecha digital. Pero la mayoría de las respuestas eran de odio, violentas y racistas. Cada vez que se comete una atrocidad, nuestro horror se convierte en pensamientos de justicia y venganza y nuestra piel se vuelve algo más gruesa. Después de la guerra de Irak, Gran Bretaña puso tierra de por medio en su implicación en Oriente Medio. Bastaron unos pocos vídeos de decapitaciones para poner a la opinión pública en la dirección contraria. Cuando se nos provoca y queremos descargar nuestro odio y venganza contra el otro, y se nos habla de las medidas necesarias para combatir el terrorismo, haríamos bien en preguntar: ¿a qué coste?
El contenido que el Estado Islámico y otros grupos terroristas hacen circular en línea no está diseñado únicamente para aterrorizar y provocar. La violencia más brutal se interpreta como justicia, lo que prueba la supeditación de estos grupos al dogmatismo de ISIS. Menos descritas están las miles de imágenes, publicaciones y conversaciones que documentan la construcción del califato. Celebran la aventura y los logros de esta su génesis: las nuevas escuelas, los nuevos centros comerciales, las piscinas, las pistolas, los coches, incluso la comida. Todo con un propósito común: justificar los fines y los medios y alentar a simpatizantes de todo el mundo para que se unan a ellos en Siria y en Irak.
Internet se ha convertido en una herramienta de radicalización. Las estrategias para prevenir el terrorismo han de adaptarse con rapidez para contrarrestar estos mensajes. La censura no es una opción; su efectividad es mínima. Tan pronto como una pieza de contenido extremista se sube a Internet, permanece ahí para los restos. Cada vez que se retira de una plataforma mainstream como YouTube, simplemente se subirá otra vez, ya sea en la misma plataforma, como en un juego de tira y afloja, o en cualquier otro lugar de Internet fuera del alcance de moderadores y de cualquier seguridad. Las cuentas yihadistas en los medios sociales son igual de difíciles de silenciar: la estrategia swarmcast [que evoca la imagen de un grupo actuando a modo de enjambre], un concepto descrito por Ali Fisher, neutraliza de forma efectiva la suspensión de las cuentas individuales, puesto que los usuarios son reincorporados en su red rápidamente. Aquellos que deseen encontrar contenido extremista en Internet, siempre lo van a encontrar. De hecho, en un macabro giro de los hechos, no son sólo los que simpatizan con ISIS los que buscan material visual de su violencia en línea: los vídeos de decapitaciones reciben con frecuencia millones de visitas de personas que sencillamente son incapaces de contener su curiosidad, según documentaba Frances Larson en Severed [Amputados].
Además de todo esto, Internet ha suministrado un foro que permite a los terroristas comunicarse directamente con sus simpatizantes, creando así una conexión personal poderosa dentro de un proceso denominado grooming o 'captación'. Al menos una de las tres jóvenes de la Academia Bethnal Green que viajaron a Siria se habían comunicado con un reclutador: alguien que alienta a potenciales terroristas y les facilita su inscripción.
El papel que internet desempeña en la radicalización no se entiende en su justa medida. Se sostiene de forma general que los factores offline se encuentran en el epicentro de lo que convence a jóvenes hombres y mujeres para que se conviertan al extremismo violento. No obstante, diez años después del 7-J, la radicalización impulsada digitalmente es una realidad que debe situarse en el centro de cualquier intento de contraataque de las narrativas terroristas, y la contra-radicalización en la era de Internet supone enfrentarse a este contenido extremista. La forma de combatirlo es ofreciendo alternativas y desacreditándolo, no ignorándolo y censurándolo.
Una década después del 7-J, la posibilidad de una ataque de un terror similar en Londres sigue siendo una amenaza. El peligro tal vez sea mayor que nunca. El recurso más valioso de ISIS es que su actitud de reafirmar su éxito. Charlie Winter, del think tank Quiliam, ha señalado que a medida que la ruta del Estado Islámico se va dificultando en Oriente Medio, se va haciendo más probable que ataquen objetivos fáciles en el extranjero para mantener la sensación de impulso. Deberíamos prepararnos de tres formas.
La primera es un mayor reconocimiento de la ardua tarea a la que se enfrentan nuestros servicios secretos: Internet ha dificultado el proceso de prevención de actos terroristas. Es justo afirmar que los años que siguieron a Snowden han supuesto un pequeño desastre de las relaciones públicas de los servicios secretos; por un lado se les acusa de leer todos nuestros correos electrónicos y nuestros emparejamientos en Tinder, por otro lado se les culpa repetidamente por parte de las familias y los medios de comunicación de no haber sido capaces de prevenir casos aparentemente obvios de extremismo online y offline. Ultrainvasivo pero incompetente. Por supuesto, hay serias dudas sobre el papel que la red de vigilancia policial puede tener en el contra-terrorismo: desde Demos [un think tank británico], hemos emitido informes que apelan a un mayor énfasis en la inteligencia humana. Sin embargo, el reto que se plantea es serio; el reconocimiento y la financiación tienen que reflejar este hecho.
En segundo lugar, debemos abandonar los intentos de censura de la mayoría del contenido terrorista y centrarnos en enseñar a los jóvenes a abordarlo con el escepticismo que merece. Diez años después del 7-J, Internet ha cambiado las reglas del contenido extremista. Hay una cantidad inmensa de vilezas en Internet, pero ya se ha abierto la Caja de Pandora. Saber abordar de forma crítica aquello con lo que nos enfrentamos en línea es una habilidad que necesita de atención desesperadamente. Las escuelas en particular, deben desempeñar un rol fundamental en promover un escepticismo sano entre los niños mientras navegan.
Por último, sin dejar de centrarnos contra qué luchamos, debemos recordar la razón por la que luchamos. Los atentados del 7-J sucedieron un día después de que se anunciara que Londres sería la anfitriona de los Juegos Olímpicos de 2012, un acontecimiento que permitió a Reino Unido presumir de todo lo que puede ofrecer. A pesar del horror de aquel día y de la constante violencia actual, muy pocos asesinatos domésticos pueden atribuirse al terror. Nuestra reacción a los horrores perpetrados por el Estado Islámico es de vital importancia, puesto que el terrorismo aspira a atemorizarnos y a negarnos nuestra libertad. Debemos ser cautelosos si no queremos hacer el trabajo por ellos en caso de ceder en los elementos que hacen de nuestra sociedad una buena sociedad. Reino Unido sigue siendo un lugar donde vivir con libertad y seguridad; que así permanezca por mucho tiempo.
Este post fue publicado originalmente en la edición británica de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno
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Una década después del 7-J, la Guerra al Terror continúa. Hace diez años, contra Osama bin Laden y Saddam Hussein: una batalla contra dictadores y súper terroristas responsables de miles de muertes en Occidente y en su propio hogar. Hoy, es el Estado Islámico, aunque la inestable narrativa del bien contra el mal cada vez suena más cansina, más aún bajo la lluvia de cloro que el Presidente Assad derrama sobre la población siria. De vez en cuando, se pierden vidas británicas por culpa del terrorismo, ya sea en Londres o en Túnez. Ya han pasado diez años y todo resulta tristemente familiar.
Aunque algunas cosas han cambiado.
En febrero de 2005, seis meses antes de los ataques de terror del 7-J, se activó el nombre del dominio www.youtube.com, obra de tres californianos que trabajaban encima de una pizzería. Más tarde, ese mismo año, una red social de Harvard llamada Facebook.com hacía aparición en Reino Unido. Un año antes de que surgiera Twitter; dos años antes del primer iPhone. Mientras la Guerra al Terror seguía resonando, Internet empezaba a cambiarlo todo.
Incluyendo el terrorismo. En 2015, el terrorismo es un fenómeno digital.
Internet ha cambiado la forma en que se planifica el terrorismo y la comunicación entre los terroristas. Ha cambiado la forma en que los jóvenes hombres y mujeres se ven expuestos por primera vez a ideologías extremistas y el proceso por el que se les radicaliza. También ha modificado la visión que tenemos del terror. Los horrores se emiten en alta definición dentro del confort de nuestra sala de estar, directamente desde la fuente y casi en tiempo real. Cuán diferentes eran las cosas diez años atrás. Según recuerda mi colega Jamie Bartlett, la mañana del 7-J en la oficina nadie tenía idea de lo que había sucedido hasta mediada la tarde. ¿Podrías imaginar algo así ahora?
La era de Internet ha revolucionado la propaganda yihadista. Hace diez años, veíamos ocasionalmente breves extractos de unos vídeos largos, aburridos y subtitulados que se emitían en las noticias de la noche. Hoy en día el contenido es excitante, la calidad hollywoodiense, como sacado directamente de un videojuego. Los perpetradores del terror solían ser seres misteriosos, excepto por el emblemático Bin Laden. Hoy, los muyahidines británicos tienen cuentas en las redes sociales donde uno puede seguirles, donde puede recibir toda su información pocos segundos después de que hayan sido publicados (y en inglés), afectando directamente al ambiente de violencia, sus decisiones y la vida en Siria y en Irak.
Internet y las cámara de los móviles nos han devuelto por completo la puesta en escena de una ejecución medieval. Se instalan cámaras impermeables para grabar ahogamientos. Grabaciones a cámara superlenta de inmolaciones, fotograma a fotograma. Cuando la hisbah (la policía religiosa del Estado Islámico, que opera en las áreas ocupadas) arrojó a un anciano acusado de homosexualidad desde un bloque de pisos, había presente un auténtico equipo de grabación: cuatro smartphones diferentes capturaron el espectáculo. El pasado domingo se supo que el sospechoso de la decapitación en Francia de la semana anterior se hizo un selfie con el cadáver antes de compartirlo en WhatsApp.
Por supuesto, nosotros no hacemos menos. Horas después de que se informara de los ataques en Túnez, la compañía de telecomunicaciones británica Sky emitió imágenes de turistas que grababan la escena desde sus habitaciones de hotel. Los ataques a Charlie Hebdo, el secuestro de Sídney, el ataque al centro comercial Westgate, en Nairobi: todos fueron grabados en smartphones.
A medida que avanzan las innovaciones tecnológicas, cada vez veremos más ejemplos de todo esto. Ya hemos sido testigos del uso de cámaras go-pro y drones para capturar el momento en que se producían ataques terroristas, de una forma que antes era imposible. No pasará mucho hasta que aplicaciones como Periscope se usen para retransmitir el terrorismo en directo. Al fin y al cabo, ya están usando los drones. Puedes dar por sentado que, sea cual sea la próxima novedad en tecnología digital social, la usarán los terroristas.
Todo esto supone que el contenido terrorista nos alcanza cada vez más, a una edad más joven, de una forma más rápida y con menos moderación que nunca. Su intención es crear miedo y antagonismo entre nosotros, lo que nos plantea un problema nuevo: se nos está aterrorizando en nuestros propios hogares y estamos reaccionando a ello, tal y como desean los terroristas.
Cuando ISIS usó Twitter para amenazar a los estadounidenses con fotos de sus víctimas de guerra, usando el hashtag --una forma de agrupar miles de mensajes bajo una palabra o frase-- #AMessagefromISIStoUS [Un mensaje de ISIS a EEUU], los estadounidenses reaccionaron. Algunas de las respuestas fueron de un humor sin gusto: se enviaron alrededor de mil Goatses (un tipo de imagen pornográfica de los orígenes de Internet, búscalo en Google a tu cuenta y riesgo) a través de la brecha digital. Pero la mayoría de las respuestas eran de odio, violentas y racistas. Cada vez que se comete una atrocidad, nuestro horror se convierte en pensamientos de justicia y venganza y nuestra piel se vuelve algo más gruesa. Después de la guerra de Irak, Gran Bretaña puso tierra de por medio en su implicación en Oriente Medio. Bastaron unos pocos vídeos de decapitaciones para poner a la opinión pública en la dirección contraria. Cuando se nos provoca y queremos descargar nuestro odio y venganza contra el otro, y se nos habla de las medidas necesarias para combatir el terrorismo, haríamos bien en preguntar: ¿a qué coste?
El contenido que el Estado Islámico y otros grupos terroristas hacen circular en línea no está diseñado únicamente para aterrorizar y provocar. La violencia más brutal se interpreta como justicia, lo que prueba la supeditación de estos grupos al dogmatismo de ISIS. Menos descritas están las miles de imágenes, publicaciones y conversaciones que documentan la construcción del califato. Celebran la aventura y los logros de esta su génesis: las nuevas escuelas, los nuevos centros comerciales, las piscinas, las pistolas, los coches, incluso la comida. Todo con un propósito común: justificar los fines y los medios y alentar a simpatizantes de todo el mundo para que se unan a ellos en Siria y en Irak.
Internet se ha convertido en una herramienta de radicalización. Las estrategias para prevenir el terrorismo han de adaptarse con rapidez para contrarrestar estos mensajes. La censura no es una opción; su efectividad es mínima. Tan pronto como una pieza de contenido extremista se sube a Internet, permanece ahí para los restos. Cada vez que se retira de una plataforma mainstream como YouTube, simplemente se subirá otra vez, ya sea en la misma plataforma, como en un juego de tira y afloja, o en cualquier otro lugar de Internet fuera del alcance de moderadores y de cualquier seguridad. Las cuentas yihadistas en los medios sociales son igual de difíciles de silenciar: la estrategia swarmcast [que evoca la imagen de un grupo actuando a modo de enjambre], un concepto descrito por Ali Fisher, neutraliza de forma efectiva la suspensión de las cuentas individuales, puesto que los usuarios son reincorporados en su red rápidamente. Aquellos que deseen encontrar contenido extremista en Internet, siempre lo van a encontrar. De hecho, en un macabro giro de los hechos, no son sólo los que simpatizan con ISIS los que buscan material visual de su violencia en línea: los vídeos de decapitaciones reciben con frecuencia millones de visitas de personas que sencillamente son incapaces de contener su curiosidad, según documentaba Frances Larson en Severed [Amputados].
Además de todo esto, Internet ha suministrado un foro que permite a los terroristas comunicarse directamente con sus simpatizantes, creando así una conexión personal poderosa dentro de un proceso denominado grooming o 'captación'. Al menos una de las tres jóvenes de la Academia Bethnal Green que viajaron a Siria se habían comunicado con un reclutador: alguien que alienta a potenciales terroristas y les facilita su inscripción.
El papel que internet desempeña en la radicalización no se entiende en su justa medida. Se sostiene de forma general que los factores offline se encuentran en el epicentro de lo que convence a jóvenes hombres y mujeres para que se conviertan al extremismo violento. No obstante, diez años después del 7-J, la radicalización impulsada digitalmente es una realidad que debe situarse en el centro de cualquier intento de contraataque de las narrativas terroristas, y la contra-radicalización en la era de Internet supone enfrentarse a este contenido extremista. La forma de combatirlo es ofreciendo alternativas y desacreditándolo, no ignorándolo y censurándolo.
Una década después del 7-J, la posibilidad de una ataque de un terror similar en Londres sigue siendo una amenaza. El peligro tal vez sea mayor que nunca. El recurso más valioso de ISIS es que su actitud de reafirmar su éxito. Charlie Winter, del think tank Quiliam, ha señalado que a medida que la ruta del Estado Islámico se va dificultando en Oriente Medio, se va haciendo más probable que ataquen objetivos fáciles en el extranjero para mantener la sensación de impulso. Deberíamos prepararnos de tres formas.
La primera es un mayor reconocimiento de la ardua tarea a la que se enfrentan nuestros servicios secretos: Internet ha dificultado el proceso de prevención de actos terroristas. Es justo afirmar que los años que siguieron a Snowden han supuesto un pequeño desastre de las relaciones públicas de los servicios secretos; por un lado se les acusa de leer todos nuestros correos electrónicos y nuestros emparejamientos en Tinder, por otro lado se les culpa repetidamente por parte de las familias y los medios de comunicación de no haber sido capaces de prevenir casos aparentemente obvios de extremismo online y offline. Ultrainvasivo pero incompetente. Por supuesto, hay serias dudas sobre el papel que la red de vigilancia policial puede tener en el contra-terrorismo: desde Demos [un think tank británico], hemos emitido informes que apelan a un mayor énfasis en la inteligencia humana. Sin embargo, el reto que se plantea es serio; el reconocimiento y la financiación tienen que reflejar este hecho.
En segundo lugar, debemos abandonar los intentos de censura de la mayoría del contenido terrorista y centrarnos en enseñar a los jóvenes a abordarlo con el escepticismo que merece. Diez años después del 7-J, Internet ha cambiado las reglas del contenido extremista. Hay una cantidad inmensa de vilezas en Internet, pero ya se ha abierto la Caja de Pandora. Saber abordar de forma crítica aquello con lo que nos enfrentamos en línea es una habilidad que necesita de atención desesperadamente. Las escuelas en particular, deben desempeñar un rol fundamental en promover un escepticismo sano entre los niños mientras navegan.
Por último, sin dejar de centrarnos contra qué luchamos, debemos recordar la razón por la que luchamos. Los atentados del 7-J sucedieron un día después de que se anunciara que Londres sería la anfitriona de los Juegos Olímpicos de 2012, un acontecimiento que permitió a Reino Unido presumir de todo lo que puede ofrecer. A pesar del horror de aquel día y de la constante violencia actual, muy pocos asesinatos domésticos pueden atribuirse al terror. Nuestra reacción a los horrores perpetrados por el Estado Islámico es de vital importancia, puesto que el terrorismo aspira a atemorizarnos y a negarnos nuestra libertad. Debemos ser cautelosos si no queremos hacer el trabajo por ellos en caso de ceder en los elementos que hacen de nuestra sociedad una buena sociedad. Reino Unido sigue siendo un lugar donde vivir con libertad y seguridad; que así permanezca por mucho tiempo.
Este post fue publicado originalmente en la edición británica de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno
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