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Adiós, y buen viaje, a las superpotencias de Oriente Próximo

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CATAR.- Oriente Próximo está pasando por una situación de cambio profundo y estratégico; no había ocurrido algo así desde la Primera Guerra Mundial.

La Primavera Árabe, que empezó hace tres años, acabó con la parálisis política del mundo árabe y desencadenó un proceso de cambio. Ha quedado patente que este proceso es complejo y que su impacto no solo se limitó a los países que fueron testigos de las revueltas, sino que afectó a todos los países de la región, pues alteró la configuración de las relaciones regionales.

La Primavera Árabe afectó a la estructura de los ejes que dominaron Oriente Próximo durante las dos últimas décadas; el eje de moderación se derrumbó con la caída del régimen de Hosni Mubarak en Egipto, aliado de Arabia Saudí y próximo a Occidente. El otro eje, el de resistencia, se desplomó cuando comenzó la revolución siria contra el régimen de Bashar al Asad, el aliado más fuerte de Irán en toda la zona.

Con el desmoronamiento del sistema de ejes, la región entró en un estado de inestabilidad en el que entraron en juego nuevos factores, como los movimientos políticos islámicos y la creciente influencia turca.

En el plano internacional, ante la situación de confusión imperante, también se vieron afectadas las políticas europeas y norteamericanas en relación con el mundo árabe, pues no se mostró unanimidad ni seguridad en torno a la cuestión. Esto se reflejó claramente en sus posturas ante la revolución siria y su negativa a apoyar a los rebeldes sirios.

Mientras tanto, Rusia se benefició de un estado de inestabilidad y pudo desarrollar una política más clara y consistente, apoyó el régimen de al Asad en todos los aspectos y evitó la llegada de resoluciones internacionales que condenaban el régimen sirio. Además, fue capaz de evitar una huelga militar estadounidense frente a Damasco promoviendo el acuerdo sirio sobre el desarme químico. Tras esta maniobra política, Rusia pasó a primer plano como un país más influyente cuyas políticas parecían más razonables y previsoras que las de Occidente.

Por otra parte, en los últimos meses del pasado año hubo más cambios estratégicos, pues el golpe militar en Egipto contra el presidente elegido democráticamente condujo a la región hacia una mayor fragmentación. Los últimos cinco meses han mostrado que Egipto no se conformó con el golpe, y que sigue por la senda de la desintegración política y de la decadencia económica.

Dado que Egipto es el país árabe más grande, y el más influyente, las repercusiones de la agitación en dicho país seguirán dificultando la vía hacia el cambio, en caso de que los acontecimientos en Egipto no se vuelvan más sangrientos y violentos.

No obstante, el mayor cambio estratégico en el equilibrio del poder en Oriente Próximo empezará a aclararse en los próximos años; si Estados Unidos e Irán son capaces de resolver sus asuntos (principalmente la cuestión nuclear) y la relación entre Irán e Israel.

De momento, las negociaciones parecen optimistas. Las capitales árabes están pasando por una fase de preocupación, pues la influencia en aumento de Irán está ligada a la retirada parcial de la influencia estadounidense. Hasta que no se defina el nuevo escenario, todas las acciones de los países de la zona estarán teñidas de este profundo temor.

El principal problema de Oriente Próximo es que, desde la Primera Guerra Mundial, ha dependido de potencias extranjeras y ha sido incapaz de establecer un equilibrio regional basado en sus propios intereses.

Por tanto, los acontecimientos de las últimas décadas han sido el reflejo de los intereses de las superpotencias y de la balanza política mundial. Sin embargo, en los últimos años se ha demostrado que la dependencia de Oriente Próximo en las potencias internacionales ha dejado de ser fructífera.

Es obvio que la región tiene que concebir un nuevo modelo estratégico basado en hechos geográficos e históricos para conseguir estabilidad y seguridad en todos los países de Oriente Próximo, lo cual no resulta imposible. La unión demográfica de las naciones árabes, los intereses económicos compartidos y la profunda memoria histórica serán una plataforma sólida y adecuada para un proyecto de tal magnitud.


Traducción de Marina Velasco Serrano

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