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Nunca más

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En todos los rincones de Europa la conversación se repite en bucle: Grecia. Para unos es un país atrasado que no debería tener un lugar en la eurozona; para otros es un miembro natural maltratado por Europa. Muchos desconocen y temen las consecuencias que un Grexit podría tener, tanto para ellos como para sus países. Y eso a pesar de la sensación de alivio que todos tenemos tras el epílogo de este largo serial que ha tenido en vilo a la opinión pública europea desde hace semanas, meses y años.

Sin embargo, aunque el destino de Grecia ahora parezca estar claro, quizás es también el momento de volver sobre los episodios precedentes para analizar lo que no ha funcionado. Porque hay algo que parece no tener vuelta atrás: nuestros conciudadanos no perdonaran jamás a los dirigentes de la zona euro que esta amenaza sobre su moneda y sus ahorros se reproduzca. "Nunca más", dicen los europeos. "Nunca más" debería ser también la consigna de las instituciones de la UE, cuya manera de trabajar tiene que ser drásticamente reformada.

Los jefes de Estado y de gobierno pueden sentirse orgullosos ahora, una vez que las negociaciones han terminado. Sin embargo, a nadie se le habrá escapado que no parecían controlar mucho estos últimos días. No se puede administrar una divisa internacional a golpe de cumbre, como en los tiempos de las maratones agrícolas. El euro no es la PAC, y no todo se puede arreglar a las 3 de la mañana. La realidad es que, si el Banco Central Europeo no hubiera estado ahí para apoyar de manera urgente el sistema bancario griego, Grecia tendría que haber abandonado el euro sin ni siquiera esperar el final de esta interminable palabrería.

Esta parálisis en las cumbres no es sino la consecuencia de la compartimentación nacional de la democracia europea. Nada sostenible puede salir de una confrontación entre un referéndum griego y un veto finlandés.

Para durar, la zona euro necesita un presupuesto esencialmente de inversión pero que incluya estabilizadores automáticos, con un sistema de desempleo y un sistema de bonos y obligaciones único que permita compartir el endeudamiento. Todo esto debería estar controlado por un gobierno cuyas decisiones en materia política económica, presupuestaria, fiscal, social, sean vinculantes.

La crisis griega arroja también luz sobre uno de los mayores desafíos que los europeos tienen que afrontar: el déficit democrático. Podemos responder a la crisis financiera o a la crisis de la deuda soberana con medidas técnicas, como la Unión bancaria o el mecanismo europeo de estabilidad. Pero dotar a la zona euro de un gobierno que disponga de un presupuesto, que administre una deuda común, dando las orientaciones políticas, energéticas o fiscales necesarias, no es una medida técnica. Es una creación principalmente política que requiere la transferencia de soberanía; es una creación política que debe erigirse en el pilar sobre el que Europa podrá, finalmente, construir tranquilamente su futuro. Es un conjunto de instituciones democráticas y representativas elegidas en un marco paneuropeo.

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