Anoche llegué a casa después de medianoche tras un viaje de trabajo. Tal vez por eso no me di cuenta hasta la mañana siguiente. Una bolsa de regalo. Ahí sola. En la mesa de la cocina.
Normalmente, sentar a mis hijos a la mesa para el desayuno es como intentar convencer a dos gatos de que salten a una piscina. Tan pronto se despiertan, se esconden debajo de las mantas del sofá y empiezan a hacer extraños ruidos. Pero esta mañana la historia no se repitió.
Audrey salió de su cuarto, se limpió el sueño de los ojos y fue directa a la mesa. Se sentó delante de la bolsa con una sonrisa dibujada en la cara.
"¿Para qué es la bolsa?", pregunté mientras preparaba mi súper desayuno estrella: coloridas capas de yogurt, fruta y cereales.
"Es por nuestra fiesta de fin de curso de ayer", dijo mientras se abalanzaba sobre la bolsa.
"¿Y qué os ha tocado?"
Empezó a sacar cada uno de los artículos y a comentarlos.
"Galletitas saladas... Galletas de chocolate... ¡Ooooooh! ¡Gusanos de gomita! ¡Y un bigote!"
"¡Qué guay!"
La mañana continuó como de costumbre, recordando a los niños que se cepillaran los dientes, que hicieran la cama y que se buscaran un trabajo de verano. (Nota: "¡Pero si sólo tengo 7 años!" no vale como excusa). Por fin conseguimos atravesar la puerta de la calle y andar hacia el colegio como buena unidad familiar.
Cuando Gabby y yo volvimos a casa, recogí todo el lío del desayuno antes de ponerme a trabajar. Pero al agacharme a guardar lo que Audrey había sacado de la bolsa, tuve que pestañear varias veces.
Cada uno de los artículos venía decorado: notitas, lacitos, refranes. Como si un estilista profesional los hubiera preparado para la alfombra roja de alguna extraña ceremonia de premios para piscolabis empaquetados.
No me entendáis mal. De verdad que valoro que las personas se hayan esforzado para asegurarse de que mis hijos se sintieran importantes ayer. El ingenio es un don. Uno que yo no poseo. Me deja atónito esa impoluta ejecución y el derroche de monería en forma de chuches. Y soy consciente de la inherente hipocresía en mi afirmación, puesto que yo también soy culpable de añadir un poco de estilo a mis desayunos de vez en cuando.
Pero para algunos de vosotros, esto es agotador, ¿verdad?
Como marido de alguien que, a regañadientes, pone ojitos de plástico y birretes pequeñitos en cada táper de fruta, me siento cualificado para ofrecer este sabio consejo a las madres del mundo que hacen este tipo de cosas con los dientes apretados, como por un sentido de obligación.
Parad.
Parad, por favor.
Aquí tenéis una teoría. Resulta que hay un tipo de persona que disfruta haciendo esta clase de cosas. Se sienta silbando en su cuarto de artesanía, haciendo figuritas esponjosas con nubes de azúcar y cagarrutas de hada mientras pajarillos de colores revolotean sobre sus hombros... y se lo está pasando bien. Mientras tanto, los demás estamos en plan:
"$#!@X* Esa p...ta fiesta es mañana y tengo que inventarme algo moña para los niños, porque esa Susie Miraloquehago es capaz de hacer el maldito Taj Mahal con palomitas. Trae, que voy a estampar unos cuantos ojos saltones y cartulinas de colores en el táper de frutas y así va que chuta".
Así que aquí estamos trabajando para impresionar a Susie Miraloquehago, con la esperanza de estar a la altura. Sin embargo, a ella no le importa un pedo de unicornio volador lo que hagamos nosotros. No porque ella piense que es mejor, sino porque está imbuida por un espíritu sincero y genuino de gozo cuando está creando sus cosas. O eso, o está demasiado distraída con su dichoso ratón de campo, el que ha entrenado para montar en monociclo, como para hacer un regalo al maestro por el fin de curso.
Sea cual sea el caso, la mayoría deberíais saber que la competición está dentro de vuestras cabezas. Junto con Susie Miraloquehago. Vale que a algunos os guste hacer cosas así, que está muy bien, pero a los que no os gusta, pues no intentéis ser algo que no sois. Porque los resultados de estas batallitas ni son buenos ni impresionan a nadie. Una encuesta de 2013 a 7.000 mujeres demostró que su nivel habitual de estrés es 8,5 de un total de 10. Cerca del 50% de las encuestadas sufrían de "estrés Pinterest", es decir, no se sienten lo bastante habilidosas. Y tres de cuatro madres dijeron que "la presión a la que ellas mismas se someten es peor que cualquier presión u opinión que reciban de otras mamás".
Aún recuerdo cuando las galletitas saladas eran suficiente. Seguramente tú también lo recuerdas. ¿Y si volviéramos a eso? En el fondo, sabemos que no lo hacemos por los niños. A ellos no les importa un pimiento. Mi hija ni siquiera se fijó en la decoración, lo que le encantaron fueron las chuches.
¿Y sabes una cosa? Nadie te juzgaría si trajeras una caja de galletas Chips Ahoy. O una bolsa sin abrir de queso rallado. Y si alguien te mira mal, ¿qué más te da? Disculpad mi dosis de cinismo, pero gastamos tantísimo tiempo y esfuerzo preocupándonos por lo que pensarán los demás que nos olvidamos de que la mayoría ni siquiera se fija. De todas formas, aquellos que sí observan, probablemente estén demasiado ocupados mirando su propio ombligo como para ser verdaderos amigos tuyos.
Así que parad. Parad de preocuparos. No más esfuerzos innecesarios. No más competitividad imaginada.
Porque con unas naranjas es suficiente.
Las galletas son suficiente.
Tú eres suficiente.
¿Te ha gustado este post? Subscríbete al blog de Scott en The Accidental Missionary (el Misionario Accidental), donde apareció este post por primera vez, o síguelo en Facebook. El libro de Scott sobre su familia "Year Without A Purchase" se espera para el 4 de agosto por WJK Press y está disponible en Barnes & Noble o en Amazon.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno
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Normalmente, sentar a mis hijos a la mesa para el desayuno es como intentar convencer a dos gatos de que salten a una piscina. Tan pronto se despiertan, se esconden debajo de las mantas del sofá y empiezan a hacer extraños ruidos. Pero esta mañana la historia no se repitió.
Audrey salió de su cuarto, se limpió el sueño de los ojos y fue directa a la mesa. Se sentó delante de la bolsa con una sonrisa dibujada en la cara.
"¿Para qué es la bolsa?", pregunté mientras preparaba mi súper desayuno estrella: coloridas capas de yogurt, fruta y cereales.
"Es por nuestra fiesta de fin de curso de ayer", dijo mientras se abalanzaba sobre la bolsa.
"¿Y qué os ha tocado?"
Empezó a sacar cada uno de los artículos y a comentarlos.
"Galletitas saladas... Galletas de chocolate... ¡Ooooooh! ¡Gusanos de gomita! ¡Y un bigote!"
"¡Qué guay!"
La mañana continuó como de costumbre, recordando a los niños que se cepillaran los dientes, que hicieran la cama y que se buscaran un trabajo de verano. (Nota: "¡Pero si sólo tengo 7 años!" no vale como excusa). Por fin conseguimos atravesar la puerta de la calle y andar hacia el colegio como buena unidad familiar.
Cuando Gabby y yo volvimos a casa, recogí todo el lío del desayuno antes de ponerme a trabajar. Pero al agacharme a guardar lo que Audrey había sacado de la bolsa, tuve que pestañear varias veces.
Cada uno de los artículos venía decorado: notitas, lacitos, refranes. Como si un estilista profesional los hubiera preparado para la alfombra roja de alguna extraña ceremonia de premios para piscolabis empaquetados.
No me entendáis mal. De verdad que valoro que las personas se hayan esforzado para asegurarse de que mis hijos se sintieran importantes ayer. El ingenio es un don. Uno que yo no poseo. Me deja atónito esa impoluta ejecución y el derroche de monería en forma de chuches. Y soy consciente de la inherente hipocresía en mi afirmación, puesto que yo también soy culpable de añadir un poco de estilo a mis desayunos de vez en cuando.
Pero para algunos de vosotros, esto es agotador, ¿verdad?
Como marido de alguien que, a regañadientes, pone ojitos de plástico y birretes pequeñitos en cada táper de fruta, me siento cualificado para ofrecer este sabio consejo a las madres del mundo que hacen este tipo de cosas con los dientes apretados, como por un sentido de obligación.
Parad.
Parad, por favor.
Aquí tenéis una teoría. Resulta que hay un tipo de persona que disfruta haciendo esta clase de cosas. Se sienta silbando en su cuarto de artesanía, haciendo figuritas esponjosas con nubes de azúcar y cagarrutas de hada mientras pajarillos de colores revolotean sobre sus hombros... y se lo está pasando bien. Mientras tanto, los demás estamos en plan:
"$#!@X* Esa p...ta fiesta es mañana y tengo que inventarme algo moña para los niños, porque esa Susie Miraloquehago es capaz de hacer el maldito Taj Mahal con palomitas. Trae, que voy a estampar unos cuantos ojos saltones y cartulinas de colores en el táper de frutas y así va que chuta".
Así que aquí estamos trabajando para impresionar a Susie Miraloquehago, con la esperanza de estar a la altura. Sin embargo, a ella no le importa un pedo de unicornio volador lo que hagamos nosotros. No porque ella piense que es mejor, sino porque está imbuida por un espíritu sincero y genuino de gozo cuando está creando sus cosas. O eso, o está demasiado distraída con su dichoso ratón de campo, el que ha entrenado para montar en monociclo, como para hacer un regalo al maestro por el fin de curso.
Sea cual sea el caso, la mayoría deberíais saber que la competición está dentro de vuestras cabezas. Junto con Susie Miraloquehago. Vale que a algunos os guste hacer cosas así, que está muy bien, pero a los que no os gusta, pues no intentéis ser algo que no sois. Porque los resultados de estas batallitas ni son buenos ni impresionan a nadie. Una encuesta de 2013 a 7.000 mujeres demostró que su nivel habitual de estrés es 8,5 de un total de 10. Cerca del 50% de las encuestadas sufrían de "estrés Pinterest", es decir, no se sienten lo bastante habilidosas. Y tres de cuatro madres dijeron que "la presión a la que ellas mismas se someten es peor que cualquier presión u opinión que reciban de otras mamás".
Aún recuerdo cuando las galletitas saladas eran suficiente. Seguramente tú también lo recuerdas. ¿Y si volviéramos a eso? En el fondo, sabemos que no lo hacemos por los niños. A ellos no les importa un pimiento. Mi hija ni siquiera se fijó en la decoración, lo que le encantaron fueron las chuches.
¿Y sabes una cosa? Nadie te juzgaría si trajeras una caja de galletas Chips Ahoy. O una bolsa sin abrir de queso rallado. Y si alguien te mira mal, ¿qué más te da? Disculpad mi dosis de cinismo, pero gastamos tantísimo tiempo y esfuerzo preocupándonos por lo que pensarán los demás que nos olvidamos de que la mayoría ni siquiera se fija. De todas formas, aquellos que sí observan, probablemente estén demasiado ocupados mirando su propio ombligo como para ser verdaderos amigos tuyos.
Así que parad. Parad de preocuparos. No más esfuerzos innecesarios. No más competitividad imaginada.
Porque con unas naranjas es suficiente.
Las galletas son suficiente.
Tú eres suficiente.
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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno
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