La presencia de China se muestra cada vez mas visible y activa en las instituciones internacionales relacionadas con el comercio y la cooperación. Penetra en ellas o crea unas nuevas, más bien lo último. No hay día que pase sin que se aireen los números de su sistema económico, su renta per cápita, sus reservas y exportaciones, sin que se comenten las cifras de su gasto militar y los proyectos de modernización de sus fuerzas armadas, sin que se describan sus maniobras de expansión territorial en los mares de China Meridional y de China Oriental; todo ello con la consecuencia obligada de comparar constantemente China con los Estados Unidos, como si fuera inevitable que la superpotencia fuera rebasada y expulsada del Océano Pacífico.
El empuje institucional de China, en paralelo a su empuje real tanto en Asia como en Eurasia y África, de momento ya ha suscitado otra comparación, según la cual China históricamente reemplazaría a los Estados Unidos en su posición dominante en el mundo, del mismo modo que éstos reemplazaron a Gran Bretaña como primera potencia una vez terminada la II Guerra Mundial. En este sentido el orden regional en Asia pasaría a estar controlado por China y contaría con su presencia inexcusable, relegando a los Estados Unidos y Japón del lugar que han ocupado desde 1945 hasta ahora.
Tanto en Eurasia, con el añadido de la presencia de Rusia, como en Asia, el escenario está muy marcado por la rivalidad, la hegemonía, las tensiones geopolíticas, las zonas de influencia, etc., datos que parecían ya encerrados en el armario de objetos inútiles, lo que no es así; su presencia limita todo análisis postmoderno en que no tengan lugar las emociones nacionalistas y territoriales que vuelven, las que parecen estar otra vez de moda, aún pareciendo haber sido enterradas por el presunto predominio del realismo internacional, en especial a partir de noviembre de 2014 por la crisis sin terminar de Ucrania.
Además, la expansión de China va en paralelo a la que impulsan los Estados Unidos en su deslizamiento hacia Asia, algo muy destacado en la Administración Obama con su TTIP con la Unión Europea, y sobre todo con el TPP (Acuerdo Estratégico Transpacífico) con 12 naciones del Océano Pacífico, excluyendo a China.
La Administración Obama considera que, con ambos tratados, dispone de instrumentos esenciales para conservar la preeminencia global de los Estados Unidos, así como para asegurar un mercado mundial basado en la apertura y la transparencia. De un modo u otro, se considera que en sus actuaciones China no derrocha tales virtudes.
IMPORTANTES INICIATIVAS CHINAS
No faltan las iniciativas chinas, una consecuencia reveladora de la fortaleza del país, así como un terreno de competición para la cooperación y el comercio en Asia con las instituciones de los Estados Unidos o controladas por éstos y Japón. China mantiene igualmente numerosos tratados bilaterales en la región y sostiene el llamado Partenariado Económico Comprehensivo Regional (RCEP por sus siglas en inglés), que agrupa a 16 países y no a los Estados Unidos.
El éxito del TPP o su fracaso se considerarán, pasados unos años de evaluación, como una importante medida para calcular el nivel del compromiso de los Estados Unidos en la región de Asia Pacífico, así como de su fortaleza económica y política en una región donde, por supuesto, China reclama un lugar de prestigio, y en un mundo donde se asiste a cierta redistribución del poder. El TPP será el mayor acuerdo comercial de los Estados Unidos desde que concluyera hace veinte años la Administración Clinton el acuerdo de libre comercio con México y Canadá (NAFTA, por sus siglas en inglés).
Por su parte China también ha lanzado importantes iniciativas, muy brillantes y de reconocido eco histórico, con la Franja Económica de la Ruta de la Seda, la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI , la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo o banco de los BRICS.
Con su ceremonia inaugural en Pekín, el 29 de Junio de 2015, El BAII es la primera institución multilateral cuyos accionistas mas destacados son países en desarrollo, con la finalidad de financiar las infraestructuras de países asiáticos. Es decir, tiene el mismo objetivo que el Banco Mundial (BM) y el Banco Mundial de Desarrollo (BMD) pero sin el control dominante de los Estados Unidos y Japón. En este orden los principales accionistas son China, India y Rusia, hay 37 socios asiáticos pero 20 países no asiáticos son igualmente accionistas, España, Francia y Brasil entre ellos.
Los grandes ausentes en el BAII son justamente los Estados Unidos y Japón, al parecer preocupados por la creación de un banco que pueda rivalizar con las instituciones que dominan; Estados Unidos es el principal accionista del Banco Mundial, con un 16%, y Japón lo es del Banco Asiático de Desarrollo, con un 15,7% de las acciones. Al menos sobre el papel, los proyectos chinos en cuanto a la recreación terrestre y marítima de la legendaria Ruta de la Seda tienen enorme interés, son muy imaginativos; como destacan Miguel Otero y Mario Esteban, se trata de proyectos inclusivos con cabida para todo tipo de regímenes políticos y actores internacionales en base a una extensa red de infraestructuras para la comunicación y el transporte que conectará China, Eurasia y África.
LA IRRESISTIBLE EXPANSIÓN DE LOS GRANDES
Quiere esto decir que tanto los Estados Unidos como China buscan la expansión hacia Oriente y hacia Occidente y que, al cubrir ambas direcciones, esperan obtener notables réditos a favor de su posición mundial y su política exterior, su salud financiera, el desarrollo macroeconómico e incluso la cohesión territorial, en el caso chino.
Es posible también que el presidente Xi Jinping esté siguiendo una estrategia similar a la de sus predecesores, Jian Zeming y Zhu Ronghi, que en su día aprovecharon la entrada del país en la Organización Internacional de Comercio (OMC) para realizar esas reformas liberalizadores que obstaculizaban precisamente sectores retrógrados del régimen.
Con los vientos favorables de la liberalización, la internacionalización y la diversificación de la economía, todo ello en un marco capitalista que no dejarían de alentar tanto por parte de Washington como por parte de Pekín, todos los beneficios se consideran posibles y al alcance de la mano; porque, especialmente en los proyectos chinos, se mantiene un presunto afán acogedor que en principio favorece la interdependencia y el desarrollo compartido a base de intensificar todo tipo de vínculos entre los países. Una fuente de prosperidad y no un argumento para el conflicto, al menos en principio.
Las grandes diferencias entre el sistema político y social de los Estados Unidos y China, el diverso peso de la opinión pública y de la información en uno y otro país, tienen como consecuencia el propio tratamiento de los proyectos que enuncian, aún en fase muy embrionaria. Pese a la inusual discreción que rodea el proceso del TTIP y del TPP, ya sobre el primero se ha pronunciado de manera mas bien reticente el Parlamento Europeo, especialmente en la sesión del 8 de Julio de 2015, y sobre ambos se registran muchas intervenciones en las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos.
Por parte de la Casa Blanca también se han enunciado los innumerables beneficios que el nuevo y ampliado marco comercial aportaría a personas, empresas e instituciones, por la gigantesca expansión en intercambios de todo tipo que promovería. En ambos casos, sin embargo, se han presentado reservas y salvedades en abundancia sobre la autonomía y la protección del consumidor y el libertinaje en la acción de las empresas, el debilitamiento de los sindicatos y las menores posibilidades de los gobiernos, los riesgos de la deslocalización desenfrenada, el nivel de los salarios y los peligros ambientales.
Los gobiernos, efectivamente, pueden encontrarse atrapados de forma progresiva entre su voluntad de regular los negocios para preservar el interés público y su necesidad de atraer empresas para impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo.
EL NEGOCIO ANTE TODO
Desde el otro lado suele objetarse que los chinos no se fijan mucho en los interlocutores, interesados esencialmente en el negocio por encima de todo, no interesados en las personas, con apenas o ninguna sensibilidad hacia los trabajadores y las poblaciones del lugar.
Las objeciones que fundamentalmente se lanzan por la parte estadounidense sobre la manera china de hacer las cosas, y que se han redoblado con motivo de las reuniones de la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO), los acuerdos bilaterales de carácter comercial que concluye Pekín y, de manera muy especial, ante los proyectos de la Ruta de la Seda y del BAII, apuntan a una especie de baúl de sastre en que cabe todo y participarían todos los que quisieran, fomentando Pekín relaciones dudosas en países de Asia Central y del Sudeste Asiático, también en África, que sin embargo para China y para Occidente también resultan esenciales para abordar los problemas derivados de las tendencias separatistas, el terrorismo yihadista, los diversos tráficos ilícitos y las disputas territoriales.
Tampoco han faltado análisis en que se comparan las ambiciones chinas de la actualidad con el sistema del Imperio Central, encabezando un sistema sinocéntrico de carácter jerárquico en las relaciones con los países vecinos, como si fueran países vasallos. Kissinger, en su libro sobre China, lo describe en profundidad. O comparándolos con las ambiciones y los objetivos del Plan Marshall.
Queda por delante, en definitiva, la comparación razonada entre lo que pretenden los estadounidenses y lo que pretenden los chinos, la eficacia de unas y otras instituciones, la viabilidad y resultados de sus proyectos respectivos, su diverso tratamiento político y la enumeración de metas que, en general, coinciden para beneficio propio y ajeno, el impulso del comercio mundial, la promoción cultural, la intensificación diplomática y un largo etcétera con una cuantiosa lista de regalos prometidos.
Washington y Pekín nos presentan un mundo cargado de promesas. Peligroso es que tales proyectos promuevan a la larga sendos bloques, pese a asegurarse su eliminación, sustituidos por un beneficio global e indiscriminado, infinito; que aumente el antagonismo entre China, los Estados Unidos y Occidente, que uno no participe en el proyecto y la institución del otro, que no se conecten con voluntad de sinergia y que, en toda esta dinámica, la Unión Europea queda marginada.
En cualquier caso, ese sistema que arranca en 1944 con los acuerdos de Bretton Woods por los que se creó el FMI, el Banco Mundial, 23 países firmaron el GATT, se creó la Organización Mundial de Comercio en 1994, siempre con el dólar y los Estados Unidos en el centro del mundo, evoluciona y puede generar llamativas sustituciones, complementos y protagonismos notorios. Hay que preguntarse por tanto si China es hoy como los Estados Unidos en 1944, capaz de reemplazarlos como nación sobrada de riqueza y de vigor, a la manera que los Estados Unidos hicieron lo propio con Gran Bretaña.
El empuje institucional de China, en paralelo a su empuje real tanto en Asia como en Eurasia y África, de momento ya ha suscitado otra comparación, según la cual China históricamente reemplazaría a los Estados Unidos en su posición dominante en el mundo, del mismo modo que éstos reemplazaron a Gran Bretaña como primera potencia una vez terminada la II Guerra Mundial. En este sentido el orden regional en Asia pasaría a estar controlado por China y contaría con su presencia inexcusable, relegando a los Estados Unidos y Japón del lugar que han ocupado desde 1945 hasta ahora.
Tanto en Eurasia, con el añadido de la presencia de Rusia, como en Asia, el escenario está muy marcado por la rivalidad, la hegemonía, las tensiones geopolíticas, las zonas de influencia, etc., datos que parecían ya encerrados en el armario de objetos inútiles, lo que no es así; su presencia limita todo análisis postmoderno en que no tengan lugar las emociones nacionalistas y territoriales que vuelven, las que parecen estar otra vez de moda, aún pareciendo haber sido enterradas por el presunto predominio del realismo internacional, en especial a partir de noviembre de 2014 por la crisis sin terminar de Ucrania.
Además, la expansión de China va en paralelo a la que impulsan los Estados Unidos en su deslizamiento hacia Asia, algo muy destacado en la Administración Obama con su TTIP con la Unión Europea, y sobre todo con el TPP (Acuerdo Estratégico Transpacífico) con 12 naciones del Océano Pacífico, excluyendo a China.
La Administración Obama considera que, con ambos tratados, dispone de instrumentos esenciales para conservar la preeminencia global de los Estados Unidos, así como para asegurar un mercado mundial basado en la apertura y la transparencia. De un modo u otro, se considera que en sus actuaciones China no derrocha tales virtudes.
IMPORTANTES INICIATIVAS CHINAS
No faltan las iniciativas chinas, una consecuencia reveladora de la fortaleza del país, así como un terreno de competición para la cooperación y el comercio en Asia con las instituciones de los Estados Unidos o controladas por éstos y Japón. China mantiene igualmente numerosos tratados bilaterales en la región y sostiene el llamado Partenariado Económico Comprehensivo Regional (RCEP por sus siglas en inglés), que agrupa a 16 países y no a los Estados Unidos.
El éxito del TPP o su fracaso se considerarán, pasados unos años de evaluación, como una importante medida para calcular el nivel del compromiso de los Estados Unidos en la región de Asia Pacífico, así como de su fortaleza económica y política en una región donde, por supuesto, China reclama un lugar de prestigio, y en un mundo donde se asiste a cierta redistribución del poder. El TPP será el mayor acuerdo comercial de los Estados Unidos desde que concluyera hace veinte años la Administración Clinton el acuerdo de libre comercio con México y Canadá (NAFTA, por sus siglas en inglés).
Por su parte China también ha lanzado importantes iniciativas, muy brillantes y de reconocido eco histórico, con la Franja Económica de la Ruta de la Seda, la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI , la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo o banco de los BRICS.
Con su ceremonia inaugural en Pekín, el 29 de Junio de 2015, El BAII es la primera institución multilateral cuyos accionistas mas destacados son países en desarrollo, con la finalidad de financiar las infraestructuras de países asiáticos. Es decir, tiene el mismo objetivo que el Banco Mundial (BM) y el Banco Mundial de Desarrollo (BMD) pero sin el control dominante de los Estados Unidos y Japón. En este orden los principales accionistas son China, India y Rusia, hay 37 socios asiáticos pero 20 países no asiáticos son igualmente accionistas, España, Francia y Brasil entre ellos.
Los grandes ausentes en el BAII son justamente los Estados Unidos y Japón, al parecer preocupados por la creación de un banco que pueda rivalizar con las instituciones que dominan; Estados Unidos es el principal accionista del Banco Mundial, con un 16%, y Japón lo es del Banco Asiático de Desarrollo, con un 15,7% de las acciones. Al menos sobre el papel, los proyectos chinos en cuanto a la recreación terrestre y marítima de la legendaria Ruta de la Seda tienen enorme interés, son muy imaginativos; como destacan Miguel Otero y Mario Esteban, se trata de proyectos inclusivos con cabida para todo tipo de regímenes políticos y actores internacionales en base a una extensa red de infraestructuras para la comunicación y el transporte que conectará China, Eurasia y África.
LA IRRESISTIBLE EXPANSIÓN DE LOS GRANDES
Quiere esto decir que tanto los Estados Unidos como China buscan la expansión hacia Oriente y hacia Occidente y que, al cubrir ambas direcciones, esperan obtener notables réditos a favor de su posición mundial y su política exterior, su salud financiera, el desarrollo macroeconómico e incluso la cohesión territorial, en el caso chino.
Es posible también que el presidente Xi Jinping esté siguiendo una estrategia similar a la de sus predecesores, Jian Zeming y Zhu Ronghi, que en su día aprovecharon la entrada del país en la Organización Internacional de Comercio (OMC) para realizar esas reformas liberalizadores que obstaculizaban precisamente sectores retrógrados del régimen.
Con los vientos favorables de la liberalización, la internacionalización y la diversificación de la economía, todo ello en un marco capitalista que no dejarían de alentar tanto por parte de Washington como por parte de Pekín, todos los beneficios se consideran posibles y al alcance de la mano; porque, especialmente en los proyectos chinos, se mantiene un presunto afán acogedor que en principio favorece la interdependencia y el desarrollo compartido a base de intensificar todo tipo de vínculos entre los países. Una fuente de prosperidad y no un argumento para el conflicto, al menos en principio.
Las grandes diferencias entre el sistema político y social de los Estados Unidos y China, el diverso peso de la opinión pública y de la información en uno y otro país, tienen como consecuencia el propio tratamiento de los proyectos que enuncian, aún en fase muy embrionaria. Pese a la inusual discreción que rodea el proceso del TTIP y del TPP, ya sobre el primero se ha pronunciado de manera mas bien reticente el Parlamento Europeo, especialmente en la sesión del 8 de Julio de 2015, y sobre ambos se registran muchas intervenciones en las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos.
Por parte de la Casa Blanca también se han enunciado los innumerables beneficios que el nuevo y ampliado marco comercial aportaría a personas, empresas e instituciones, por la gigantesca expansión en intercambios de todo tipo que promovería. En ambos casos, sin embargo, se han presentado reservas y salvedades en abundancia sobre la autonomía y la protección del consumidor y el libertinaje en la acción de las empresas, el debilitamiento de los sindicatos y las menores posibilidades de los gobiernos, los riesgos de la deslocalización desenfrenada, el nivel de los salarios y los peligros ambientales.
Los gobiernos, efectivamente, pueden encontrarse atrapados de forma progresiva entre su voluntad de regular los negocios para preservar el interés público y su necesidad de atraer empresas para impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo.
EL NEGOCIO ANTE TODO
Desde el otro lado suele objetarse que los chinos no se fijan mucho en los interlocutores, interesados esencialmente en el negocio por encima de todo, no interesados en las personas, con apenas o ninguna sensibilidad hacia los trabajadores y las poblaciones del lugar.
Las objeciones que fundamentalmente se lanzan por la parte estadounidense sobre la manera china de hacer las cosas, y que se han redoblado con motivo de las reuniones de la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO), los acuerdos bilaterales de carácter comercial que concluye Pekín y, de manera muy especial, ante los proyectos de la Ruta de la Seda y del BAII, apuntan a una especie de baúl de sastre en que cabe todo y participarían todos los que quisieran, fomentando Pekín relaciones dudosas en países de Asia Central y del Sudeste Asiático, también en África, que sin embargo para China y para Occidente también resultan esenciales para abordar los problemas derivados de las tendencias separatistas, el terrorismo yihadista, los diversos tráficos ilícitos y las disputas territoriales.
Tampoco han faltado análisis en que se comparan las ambiciones chinas de la actualidad con el sistema del Imperio Central, encabezando un sistema sinocéntrico de carácter jerárquico en las relaciones con los países vecinos, como si fueran países vasallos. Kissinger, en su libro sobre China, lo describe en profundidad. O comparándolos con las ambiciones y los objetivos del Plan Marshall.
Queda por delante, en definitiva, la comparación razonada entre lo que pretenden los estadounidenses y lo que pretenden los chinos, la eficacia de unas y otras instituciones, la viabilidad y resultados de sus proyectos respectivos, su diverso tratamiento político y la enumeración de metas que, en general, coinciden para beneficio propio y ajeno, el impulso del comercio mundial, la promoción cultural, la intensificación diplomática y un largo etcétera con una cuantiosa lista de regalos prometidos.
Washington y Pekín nos presentan un mundo cargado de promesas. Peligroso es que tales proyectos promuevan a la larga sendos bloques, pese a asegurarse su eliminación, sustituidos por un beneficio global e indiscriminado, infinito; que aumente el antagonismo entre China, los Estados Unidos y Occidente, que uno no participe en el proyecto y la institución del otro, que no se conecten con voluntad de sinergia y que, en toda esta dinámica, la Unión Europea queda marginada.
En cualquier caso, ese sistema que arranca en 1944 con los acuerdos de Bretton Woods por los que se creó el FMI, el Banco Mundial, 23 países firmaron el GATT, se creó la Organización Mundial de Comercio en 1994, siempre con el dólar y los Estados Unidos en el centro del mundo, evoluciona y puede generar llamativas sustituciones, complementos y protagonismos notorios. Hay que preguntarse por tanto si China es hoy como los Estados Unidos en 1944, capaz de reemplazarlos como nación sobrada de riqueza y de vigor, a la manera que los Estados Unidos hicieron lo propio con Gran Bretaña.