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Penurias de escritor

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La historia dice que los escritores siempre han pasado momentos de penuria así que vengo a dejar constancia de los míos. Vale que es estupendo lo de poder ganarte la vida con lo que de verdad te gusta pero, económicamente hablando, hace un par de años yo me la ganaba bastante mejor. Me dedicaba exclusivamente a escribir guiones de la tele, que me pagaban con un sueldo mensual, y hasta llegué a tener un contrato fijo en una de las productoras.

Bueno, otras veces me contrataban como fijo discontinuo, y el salario no siempre era para tirar cohetes, pero comparado con las cifras que se manejan en el mundo de la escritura freelance, yo antes era Amancio Ortega. El caso es que ahora me dedico menos a la tele porque lo de los libros me ocupa mucho tiempo y en la plantilla de una productora lo tengo difícil para poder estar. Por muy contento que esté con la ampliación de horizontes, no puedo negar que hay algunas cosas en mi vida que han... cambiado. Os las cuento:

1. Ahora soy autónomo

Muchos guionistas y escritores lo han sido siempre, pero yo antes era uno que tenía hasta vacaciones pagadas. Ahora lo que pago son 300 pavos al mes (mi voto para el partido que arregle este tema). El caso es que, en esto de escribir, unos meses facturas varias cosas y otros un mojón, así que lo que hago es acumular cobros y darme de alta mes sí, mes no. Eso me supone una cola para darme de alta en Hacienda, otra para apuntarme a la Seguridad Social, y el mismo proceso, pero a la inversa, al final del mes.

Todo es más fácil por Internet, pero a mí me metieron un puro por un error informático, que decían que no me había dado de baja cuando sí, así que me he vuelto un señor desconfiado y voy a hacerlo todo en persona a las oficinas. Es genial ser freelance y poder organizarte el trabajo para invertir el día en el trámite para ser freelance... Pero bueno, que la delegación de Hacienda de la calle Montalbán es bonita y hay enchufes y todo, así que, esos días de colas, me voy allí con el portátil y me lo montó en plan coworking.

2. Ahora trabajo en casa

Ya no tengo una productora fija a la que ir a escribir todos los días, así que mi oficina es mi salón, que tampoco es sea uno de esos con varios ambientes (lo sé, si no viviera en Malasaña podría tener hasta un despacho). Sí, trabajar en casa tiene muchas ventajas, pero hoy voy a hablar de penurias, y de las peores es lo de que tu hogar se convierta en sinónimo de curro.

Además, corres el riesgo de pringar todo el día, que siempre está ahí el ordenador, llamándote... Con los años, he aprendido a organizarme, trabajo unas horas, tipo jornada laboral, y luego salgo de casa para evitar tentaciones. Pero si se me echa una fecha de entrega encima, me dan las cuatro de la mañana tecleando sin haber pisado el asfalto. Eso en una oficina no te pasa (si te pasa, contacta con tu sindicato).

Y luego está lo de que trabajas solo. Las series se escriben en equipo, pero con los libros estás tú, el ordenador y el gato. Por eso las bibliotecas se han convertido en mis oficinas alternativas. En la mayoría se trabaja bastante bien, y a ratos sientes que vuelves a ser un estudiante rodeado de apuntes por las mesas. Eso, a partir de los treinta y pico, sienta muy bien.

3. Ya no tengo plaza de garaje

Lo sé, esto suena muy burgués, pero mi familia vive en la periferia de Madrid y necesito el coche para ir de visita. Antes tenía moto, pero me piñé varias veces y he elegido vivir. El caso es que las plazas están carísimas en el centro (lo sé, podría vivir en otro lado) y yo no me he sacado la tarjetita esa para poder aparcar en la zona verde porque llevo diez años para cambiarme el padrón (lo sé, soy idiota con esto de los trámites burocráticos).

Total, que tengo que dejar el coche donde no hay parquímetro, que ya sólo es en Ciudad Universitaria. Voy en bici desde Malasaña hasta allí, la vuelta es cuesta abajo y no está tan mal. Pero la ida, en plena ola de calor, es de no creérselo... Y lo que no me puedo creer es que ni con esas... sigo teniendo tripa cervecera. Pero engordar, no engordo, así que no está tan mal.

4. Escribo más que leo

Esto ya se lo escuché decir a Elvira Lindo cuando yo era estudiante en una charla que vino a darnos a la universidad; nos contó que había que leer mientras uno se estaba preparando para ser escritor porque luego cogías los libros lo justo. Lamentablemente, es cierto. Leo, pero eso de pasarme las noches agarrado a un libro y retomarlo nada más levantarme no lo hago desde la década de los 90.

El primer problema es el del tiempo, que como esto es tan inestable siempre tengo que estar en mil cosas metido (ver punto 6). Y el segundo problema es que ya es raro que lea por placer. Al final, siempre que abro un libro, lo hago como analizándolo y pensando en lo que me puedo llevar para mí como escritor. Lo bueno es que ahora selecciono más y lo que leo seguro que merece la pena.

5. Las redes sociales son curro

Un trabajo divertido, pero son trabajo. Cuando te dedicas a escribir, tu firma es tu empresa, y las redes sociales son algo así como la imagen corporativa. Ya os conté por qué los escritores somos tan coñazo en Twitter, y nuestras horas nos cuesta. Hay que estar pendiente de lo que sale sobre ti (o generarlo), menearlo e intentar que los seguidores no se te vayan. Además, que las editoriales cada día tienen más en cuenta el número de seguidores en las redes.

Hace poco, en una reunión que tuve con un editor, al que envío un saludo desde aquí y le digo que ni de coña voy a sacar un libro con él, me dijo que yo es que tenía muy pocos seguidores en Twitter, y que igual ahí era donde había que trabajar. En cambio, lo de que el libro aún no estuviera ni escrito no le preocupaba demasiado. Total, que hay que echarle horas a las redes, muchas, y son horas en las que tienes la sensación de que no estás produciendo trabajo real. Pero insisto, es un trabajo divertido y se agradece mucho saber que hay alguien al otro lado cuando pasas tantas horas trabajando sin mucha compañía.

6. Pillo todos los trabajos que encuentro

He conseguido que lo de los libros sea uno de mis sustentos potentes pero, si no lo complemento, hay meses que no llego ni a mitad de mes. Además, que a mí me gusta escribir, en general, así que me parece bien publicar una novela, escribir artículos en prensa, un capítulo de una serie, una peli o una campaña de publicidad. Pillo todo lo que me va saliendo.

También llevo un par de años dando clases, de guión y de escritura creativa, y me salen charlas de vez en cuando. Por coger trabajos, hasta hago de profesor de patinaje sustituto en un club. Mi primer trabajo de chaval fue como monitor en una pista de hielo en la que jugaba al hockey; esto de que los patines sigan dándome un dinerillo hoy en día demuestra que soy capaz de mantener un empleo mucho tiempo, ¿no?

7. Trabajo mucho más que antes

Cuando estaba en equipos de guion de series, echaba casi todas las horas del día en la productora. Allí me tocaba trabajar un montón pero, excepto en los días malos, tenía un horario fijo, así que llegaba una hora en la que ya no tecleaba más hasta el día siguiente. Además, siempre pasaba un ratillo charlando con los compis, y uno más largo saliendo a comer.

El caso es que, ahora, las responsabilidades no las puedo compartir, el trabajo es sólo mío y tiene que salir sí o sí. Escribir una novela, dar clase, mover el guion de una peli, publicar un artículo y enviar los mails necesarios para que tenga trabajo la siguiente semana es algo que tengo que hacer en el mismo día. Quizás me ocupa el mismo número de horas que lo que hacía cuando estaba trabajando en una productora, pero con el sueldo fijo como que era más llevadero. Eso sí, nada es más llevadero que ser tu propio jefe.

8. Mis padres aún están pendientes de que me salga algo "más fijo"

No me lo dicen, que ellos son de esos padres que respetan mucho las decisiones de sus hijos y opinan lo justo, pero se les nota que tienen ganas de que vuelva a tener un contrato fijo. Cada vez que les cuento que me han llamado de algún nuevo trabajo, me preguntan si es para algo temporal; cuando les digo que sí, fuerzan una sonrisa.

Lo siguiente que me preguntan es si el encargo es de una empresa grande, que para ellos son las buenas porque en esas tengo posibilidades de quedarme. Están preocupados, sobre todo porque eso de ir de un sitio a otro, en su época, no se llevaba y lo entienden regular. Tampoco es que yo lo entienda mucho mejor, la verdad, pero al final me he acostumbrado y ya hasta me gusta.

9. Mi vida es inestable

Nunca sé si voy a tener trabajo como guionista el próximo mes, si se apuntará gente al curso de escritura que he montado ni si conseguiré que me publiquen otra novela. Aunque la realidad es que, al final, la cosa siempre sale bien. En este par de años lejos del contrato fijo he ido encadenando unas cosas y otras. Pero la realidad es que tengo un carácter optimista con brotes de catastrofismo que asoman cuando el fin de un trabajo se acerca y no tengo cerrado el siguiente.

Y lo peor es que esto de la inestabilidad laboral, al final, me lo llevo al terreno personal. Lo de menos es no poder hacer planes de vacaciones. ¡El verdadero problema es que no puedes hacer planes vitales! Si no sabes ni cómo te va a ir la próxima semana... Al final, me toca cerrar los ojos, lanzarme y cruzar los dedos para que la cosa salga bien. Además, que vivir sin mapa pero con brújula también tiene su punto. Aunque llorar de vez en cuando es bueno, ¿no?

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